Algo estaba ocurriendo. Noah estaba diferente; se comportaba
de una manera extraña. Desde que habíamos regresado del colegio
aquella tarde no había vuelto a bajar; deseaba largarme del salón
donde me tenían trabajando, deseaba ir a verla porque sabía que
algo iba mal. Desde que había visto la cicatriz en su cuerpo todas
las alarmas habían empezado sonar, algo le había ocurrido y algo
estaba sucediendo ahora para que se estuviese comportando de
aquella manera; emborracharse, subirse a mesas y bailar, esa no
era Noah, no la que yo conocía, no de la que yo me había
enamorado.
Apenas me hablaba, le había hecho daño, y me merecía estar
apartado de ella pero no podía dejar que le pasase nada malo,
debía protegerla de ese mal nacido y si hacía falta perseguirla o
vigilarla a escondidas lo haría.
En ese momento sonó mi teléfono. Lo cogí y hablé con mi
hermana. No iba a poder estar su primer día de colegio y me partía
el corazón pero no podía dejar desprotegida a Noah. En el fondo me
sentía culpable pero algo me decía que debía estar aquí para ella.
Le dije a mi hermana que en cuanto pudiese iba a ir a visitarla y que
le deseaba un buen primer día de clase. Me la imaginaba con su
uniforme minúsculo y su mochila de Cars y sentí un profundo
remordimiento en el estómago.
Los días pasaron y el jueves ocurrió algo que me dejó
descolocado por completo. Al subir a mi habitación después de
llegar exhausto de la universidad escuché ruidos y risas
procedentes de la habitación de Noah.
Sin dudarlo un segundo abrí la puerta de un tirón y allí me la
encontré con tres amigas y dos tíos. El humo que había en la
habitación y el profundo y denso olor te daba a entender perfectamente que estaban fumando porros. Jenna estaba allí junto
al imbécil del amigo que se había enrollado con Noah el día del
juego de la botella. Cassie la hermana de Anna también estaba y
solo llevaba la falda del colegio y un sujetador rojo de encaje.
—¿Qué demonios está ocurriendo aquí?—bramé en cuanto vi
aquel espectáculo. Gracias a Dios Noah estaba completamente
vestida pero tenía entre sus dedos un pitillo blanco que la envolvía
con un blanco humo a su alrededor.
—¡Nicholas lárgate!—me gritó ella poniéndose de pié.
Me cegaron las ganas de zarandearla y de echar de una patada
a todos los allí presentes.
Di cinco pasos hasta llegar hasta ella y le arrebaté el porro de la
mano.
—¿Qué haces fumando esta mierda?—le dije fulminándola con
los ojos.
Ella me observó unos instantes y después se encogió de
hombros indiferente. Tenía los ojos rojos y las pupilas dilatadas.
Estaba colocada.
—¡Todos fuera!—grité a los demás.
Las chicas se sobresaltaron y los dos tíos me miraron con
desafío.
—¿Qué te pasa tío? Solo estamos pasando el rato—exclamó
uno de ellos poniéndose de pie y encarándome.
Le miré fijamente procurando no perder los nervios.
—Empieza a caminar hasta la puerta si no quieres que te patee
el culo hasta la entrada—le dije acercando tanto mi rostro al suyo
que pude oler su asqueroso aliento a marihuana.
Él levantó las manos frente a nosotros.
—Vale, vale, tranquilízate tío—me dijo y se puso a recoger las
cosas.
Noah estaba con las manos apoyadas en sus caderas con
semblante desafiante.
—¿Quién te crees que eres?—me preguntó ignorando a sus
amigos que se marchaban por la puerta.
Esperé hasta verlos desaparecer, incluida la idiota de Jenna y
cerré la puerta de un portazo.
—¡¿Qué quién soy?!—le bramé procurando mantener las
distancias con ella. No podía acercarme o no sabía lo que haría.—
¡¿Quién eres tú joder?!
—Déjame en paz—dijo ella rodeándome para salir por la puerta.
La cogí inmediatamente por los brazos y la obligue a mirarme.
—¿Me puedes explicar qué coño te está pasando?—le dije
furioso.
Ella me miró y vi en sus ojos algo oscuro y profundo que me
ocultaba, sin embargo me sonrió sin alegría.
—Este es tu mundo, Nicholas—me dijo con calma—
Simplemente estoy viviendo tu vida, disfrutando de tus amigos y
sintiéndome libre de problemas. Esto es lo que hacéis y esto es lo
que se supone que tengo que hacer yo—me dijo y dio un paso hacia
atrás para apartarse de mí.
No daba a crédito a lo que oía.
—Has perdido completamente el control—le dije bajando el tono
de voz. No me gustaba lo que veían mis ojos, no me gustaba en
quien se estaba convirtiendo la chica de la que yo creía estar
enamorado. Pero lo que hacía y cómo lo hacía... era lo mismo que
yo había hecho, lo mismo que había estado haciendo antes de
conocerla; yo la había metido en todas estas cosas; había sido mi
culpa. Era culpa mía que se estuviese auto destruyendo. De cierta
forma habíamos cambiado los papeles. Ella había aparecido y me
había sacado del oscuro agujero en el que yo me había metido pero
al hacerlo había terminado por ocupar mi lugar.
—Por primera vez en mi vida creo que soy yo la que lleva el
control, y me gusta, así que déjame en paz—me dijo dándome un
empujón y saliendo por la puerta.
Me quedé quieto donde estaba. ¿Qué podía hacer? Noah
escondía algo y no iba a contármelo a mí; yo había perdido su
confianza hacia tiempo y ganármela iba a suponer entrar en su
juego... Quería protegerla, quería sacarla de donde se estaba metiendo, ¿pero cómo hacerlo si apenas quería encontrarse en la
misma habitación que yo...?
Querer a esa chica era algo que acabaría con la poca paciencia
que me quedaba.
Aquella noche mi padre y Rafaella se marchaban a una reunión y
pasarían la noche en el Hilton del centro. Yo me quedaría en casa
vigilando a Noah y procurando que no se metiera en ningún otro
desastre.
No sabía muy bien desde cuando me había convertido en su
guardaespaldas pero había algo en ella que me impedía dejarla
sola, apenas podía permanecer bajo el mismo techo sin querer
acercarme y envolverla entre mis brazos.
Me preocupaba su manera de comportarse y más aún que se
terminara convirtiendo en las personas que rodeaban mi vida. Su
frescura, su naturalidad, su inocencia habían conseguido que me
diese cuenta de que fuera del mundo en el que vivía existían
muchísimas cosas que yo desconocía y ver a Noah convertirse en
alguien como yo era algo que me mataba por dentro.
Eran ya pasadas las doce de la noche cuando escuché como la
puerta de casa se abría. Noah había salido con Jenna y apenas me
había dado tiempo a preguntarle a donde iban que ya se habían
marchado en el descapotable de la novia de Lion. Me acerqué hasta
la puerta y observé como entraba. Estaba borracha, otra vez. Ni
siquiera se percató de mi presencia cuando entró tambaleándose en
la casa. Iba descalza con los zapatos en una mano y el bolso en la
otra.
—¿De dónde vienes?—le pregunté rompiendo el silencio de la
entrada.
Al verme se asustó pero automáticamente se irguió y me miró
con cara de pocos amigos.
—¿Qué haces ahí? Me has asustado—me contestó intentando
mantener el equilibrio.
Frustrado al ver sus escasos intentos de mantenerse erguida me
acerque hasta ella y la levanté sin importarme sus quejas. La llevé directamente hasta el cuarto de baño, la senté en el lavabo y abrí el
agua de la ducha.
—Tienes una forma muy rara de intentar acostarte conmigo,
¿sabes?— me dijo quedándose quieta en donde la había dejado.
Por lo menos aquel día no me gritaba ni intentaba escabullirse.
Estaba con la mirada perdida mientras yo le quitaba el abrigo y
observaba su rostro. Estaba con el pelo suelto y lo llevaba
despeinado en torno a su rostro. Sus mejillas estaban sonrosadas y
sus labios se veían más carnosos que de costumbre.
Incluso borracha me atraía y tuve que mantener la mente fría
para no llevármela a la cama igual que había hecho la última vez
que la había encontrado así. Lo que pasaba es que estaba
cabreado, cabreado y preocupado por su actitud.
—Cuando me acueste contigo será de todo menos raro—le
contesté cortante mientras le quitaba la blusa y me fijaba en el
sujetador negro con encaje que llevaba. Me obligué a mantener la
calma.
—Ahora mismo no me importaría que lo hicieses... ya me has
visto la cicatriz y no te da asco, ni siquiera te asustas, aunque a mí
sí que lo hace... me trae muy malos recuerdos ¿Sabes?...—me dijo
distraída mientras desistía en quitarle la ropa. No podía verla
desnuda y eso me enfurecía, odiaba el efecto que su cuerpo tenía
sobre mí pero mientras hablaba escuché con más atención. Los
borrachos decían la verdad... ¿porqué no iba a aprovecharme de su
situación?
Dejé de desnudarla y me fijé en sus ojos. Le cogí el rostro entre
mis manos y me centré en ella.
—¿Noah de qué tienes miedo?—le pregunté y vi como se
estremecía bajo mis manos.
Respiraba entrecortadamente y tardo unos segundos en
contestar.
—Ahora mismo de ti—me dijo con la voz temblorosa.
Me quedé callado y muy quieto. Estaba temblando y supe que
era por el contacto de mis manos sobre su rostro. Le atraía, lo sabía y también sabía que ella sentía algo por mí, por mucho que lo
negara y evitara aceptarlo.
Tenía su boca a menos de un centímetro de la mía y en lo único
que pude pensar en ese instante era en morder ese labio inferior
que exclamaba a gritos que alguien lo besara.
Pero no iba a hacerlo. No estando ella en ese estado.
La levanté y la coloqué directamente sobre el agua fría de la
ducha.
Aquello fue también igual de estimulante para mí. Ella pegó un
grito ahogado cuando el agua la congelo pero estaba tan borracha
que ni siquiera se metió conmigo. Se quedó allí, congelada y dura
bajo el agua que caía sobre su cuerpo medio desnudo.
—Esto te pasa por comportarte como una idiota—le dije al
mismo tiempo que pensaba en meterme yo también. La verdad es
que no me vendría nada mal...
Después de que espabilara la envolví en una toalla y la
acompañe hasta su habitación. Ella permanecía ahora en un
completo silencio y sabía que era así porque de alguna manera se
avergonzaba de su comportamiento o eso era lo que yo esperaba.
—¿Te encuentras mejor?—le pregunté cuando se recostó sobre
las almohadas de su cama y fijó sus ojos en los míos.
—¿Por qué lo haces?—me preguntó un segundo después—¿Por
qué me pones tan difícil odiarte?
La observé atentamente.
—¿Por qué quieres odiarme?
Se quedó callada unos instantes.
—Por qué no seré capaz de recuperarme si dejo que me hagan
daño otra vez— susurró y sentí un pinchazo en el pecho.
—No voy a hacerte daño—dije y supe que era una promesa que
estaba haciéndome a mí mismo.
Ella me observó y antes de girarse y darme la espalda dijo las
palabras que se clavaron en mi pecho como astillas de madera.
—Ya lo has hecho.