Nunca le había visto tan preocupado, o bueno sí, si contábamos
la pasada noche cuando me había encontrado gritando encerrada
en el armario. Ahora estaba igual. El semblante serio y el entrecejo
fruncido.
Estábamos en su coche. Con una mano conducía y con la otra
cogía mi mano apoyada en la palanca de cambios. Era increíble
como sus preocupaciones podían importarme y afectarme tanto.
Quería borrar ese semblante triste y hacerlo sonreír como las
últimas horas pero sabía que sería inútil. Había pocas personas por
las que Nicholas Leister podía derrumbarse y darlo todo y sabía
perfectamente que su hermana era una de ellas. Con lo poco que
me había contado acerca de su madre sabía que la odiaba o por lo
menos que no quería saber nada de ella; que no le hubiesen dado
insulina a su hermana teniendo en cuenta que era diabética era un
motivo perfectamente comprensible para odiarla aún más.
Conducimos casi todo el trayecto en silencio. Me daba pena que
después de haber estado tan compenetrados y felices todo hubiese
desembocado en algo como aquello pero por lo menos él me
besaba la mano de vez en cuando o se giraba y me acariciaba la
mejilla con nuestras manos unidas. Era muy cariñoso y cada una de
sus caricias me provocaba un dolor profundo en el centro de mi
vientre. Acostarme con él había sentado un precedente y no iba a
poder pensar en otra cosa cuando me acariciase de aquel modo.
No nos detuvimos ni para comer algo. Cuando llegamos a Las
Vegas, seis horas más tarde, nos fuimos directamente al hospital.
Madison Grason estaba en la planta cuatro de pediatría y nada
más saberlo fuimos corriendo hasta allí. Al llegar a la sala de espera
solo vimos a una pareja y una mujer regordeta. Esta se acercó a la puerta al ver que Nick se quedaba plantado mirando a la mujer que
había detrás.
—Nicholas, no quiero que montes ningún número—dijo la mujer
mirándome alternativamente. A mi lado Nick se había puesto tenso y
apretaba la mandíbula con fuerza.
—¿Dónde está?—preguntó desviando los ojos de la mujer que
ahora se había levantado y miraba a Nick con preocupación.
—Está durmiendo; le han estado suministrando insulina para
contrarrestar los niveles altos de glucemia, está bien, Nicholas, se
recuperará.—dijo para tranquilizarlo.
Apreté con fuerza su mano, quería que se tranquilizara pero
estaba casi temblando.
Pasó por delante de Anne, la asistenta social y fue directa hasta
la otra mujer. Era rubia y muy guapa y al verla de cerca supe
exactamente de quien se trataba: era su madre.
—¿Dónde coño estabas para que pasase algo así?—dijo sin
siquiera saludarla. El hombre calvo que había a su lado se puso
entre los dos pero la mujer lo evitó.
—Nicholas, fue un accidente—dijo ella mirándolo con los ojos
llorosos.
— Deja a mi mujer en paz, bastante preocupados estamos ya
por la pequeña como para que tú encima...
—¡Y una mierda!—exclamó él aún sin soltarme la mano. Me la
sujetaba con tanta fuerza que me hacía daño pero no pensaba
soltarme. Me necesitaba en aquel momento.— ¡Necesita insulina
tres veces al día, es fácil, cualquier idiota lo sabría, pero la rodeáis
de niñeras estúpidas e ineptas y os quedáis tan tranquilos!
—Madison sabe que debe inyectársela y no dijo nada, Rose
pensó que ya se la habían dado...—dijo el calvo pero otra vez Nick
lo interrumpió.
—¡Tiene cinco años!—gritó fuera de sí—¡Necesita a su madre!
Aquello era más que una simple discusión sobre la hermana de
Nicholas. Se veía. A la vez que le gritaba por ella también lo hacía
por él. No me había dado cuenta de lo dolido que había estado hasta ese momento, pero tendría que haber sido duro haber perdido
a su madre a una edad tan temprana.... yo había perdido a mi
padre; más bien me habían salvado de él pero mi madre siempre
había estado ahí; Nicholas no había tenido a un padre que le
quisiese si no uno que le daba dinero... Odie a esa mujer por
haberle hecho daño y odie a William por no haber tenido corazón
para su hijo.
Tiré de él hacia atrás cuando un médico apareció en la sala.
—¿Familiares de Madison Grason?
Los cuatro nos giramos hacia él.
El médico vino hacia nosotros.
—La pequeña responde al tratamiento, se recuperará pero debe
quedarse ingresada esta noche, quiero controlar sus niveles de
glucosa y tenerla vigilada.
—¿Qué tiene doctor?—dijo Nick dirigiéndose solamente a él.
—¿Usted es...?
—Soy su hermano—dijo con frialdad.
El médico asintió.
—Su hermana padece de Cetoacidosis Diabética, señor...—
todos le miramos esperando a que se explicara—esto se produce
cuando el cuerpo al no tener la suficiente insulina utiliza las grasas
como fuente de energía. Las grasas contienen cetonas que se
acumulan en la sangre y a altos niveles producen la cetoacidosis—
explicó el médico mientras yo intentaba comprender todas esas
palabras raras.
—¿Y qué hay que hacer cuando eso ocurre?—preguntó
Nicholas.
—Bueno, su hermana tenía los niveles de glucemia bastante
altos, por encima de 300mg/dL debido a que su hígado produjo
glucosa para tratar de combatir el problema, sin embargo las células
no pueden absorber la glucosa sin la insulina; le hemos estado
administrando las dosis necesarias y parece que se va recuperando.
Hay que hacerle más pruebas pero no deben preocuparse; Me
inquieté cuando la trajeron por que había perdido muchos líquidos al haber estado vomitando pero se pondrá bien. Lo peor ya lo hemos
descartado y los niños son fuertes.
—¿Puedo verla?—dijo Nicholas.
—Si, se ha despertado y si usted es Nick le animo a que pase,
ha estado preguntando por usted— Observé como Nick apretaba
fuertemente la mandíbula. Saber que su hermana había estado a
punto de algo mucho peor por culpa de sus padres debía de estar
matándolo.
—Ven conmigo, quiero que la conozcas—me dijo tirando de mí
otra vez. Por un momento había creído que iba a entrar solo pero
ver que quería que conociese a alguien tan importante para él me
infló de alegría.
Fuimos juntos hasta la habitación de Madison y en cuanto
entramos me fijé en la niña minúscula y más bonita que había visto
en mi vida, que estaba sentada en la cama de hospital.
En cuanto vio a Nick sus bracitos se levantaron y se le formó una
sonrisa en sus labios rollizos.
—¡Nick!—dijo haciendo una mueca de dolor ya que tenía puesta
una vía y seguramente le había hecho daño al levantar el brazo.
Nicholas me soltó por vez primera en varias horas y fue
corriendo hasta donde estaba su hermana. Le observé con
curiosidad al ver como abrazaba a la pequeña y se sentaba junto a
ella en la inmensa cama.
—¿Cómo estás, princesa?—le dijo y sentí una punzada en el
corazón.
Haberle visto tan mal me había afectado de una manera que no
sabía cómo explicar.
La niña era guapísima, pero muy pequeña para ya tener cinco
años.
Estaba pálida y tenía unas ojeras moradas debajo de los ojos.
Me dio tanta lástima verla que sentí alivio cuando sonrió.
—Has venido—dijo sonriente.
—Claro que he venido, ¿Qué te creías?—dijo él cogiéndola y
colocándosela con cuidado en su regazo mientras él apoyaba la espalda en la pared. Automáticamente la niña subió una de sus
manitas y comenzó a despeinarle el pelo.
Sonreí ante esa estampa. Nunca se me habría pasado por la
cabeza que Nicholas pudiese tratar a una niña como trataba a
Madison, para ser exactos nunca me lo habría imaginado con
ningún niño a su alrededor. Nick era el típico hombre al que lo
asocias a mujeres guapas, droga y rock and roll.
—Mira Maddie, te voy a presentar a alguien especial, ella es
Noah— dijo señalándome. Por primera vez la niña pareció verme.
Hasta entonces solo había tenido ojos para su hermano mayor y
¿quién no? Pero ahora fijó sus ojos azules idénticos a los de Nick en
mi persona.
—¿Quién es?—preguntó mirándome con el ceño fruncido.
Antes de que pudiese contestar que era una amiga, Nicholas me
interrumpió.
—Es mi novia—dijo y escucharlo salir de sus labios me produjo
un cálido cosquilleo en el estómago.
—Tú no tienes novias—dijo ella aún mirándome preocupada.
Me acerque hasta ellos.
—Tienes razón, Maddie pero creo que lo he hecho cambiar de
opinión— dije sonriéndole. Me había hecho gracia su comentario.
—Me gusta tu nombre, es de chico—dijo y a su lado Nicholas
soltó una carcajada. No pude evitar reírme también.
—Vaya, gracias, no sé qué decir—de tal palo tal astilla pensé al
recordar el comentario de Nick sobre mi nombre el primer día que
nos habíamos conocido.
—Seguro que los chicos te dejan jugar al fútbol con ese nombre
—dijo entonces y no puede evitar reírme de verdad.
—¿Te gusta el fútbol?—le pregunté sin podérmelo creer. Tal
como la llamaba Nicholas, esa niña tenía más pinta de ser una
princesa que de ser una crack en el fútbol.
—Si, mucho—dijo entusiasmada—Nick me regaló una pelota
muy chula, es fucsia—dijo mirándole y moviendo la manita sobre el pelo de Nick. Al parecer era su pasatiempo favorito. Mmmm a mí
también me apetecía acariciarle el pelo...
Pasamos un buen rato con Maddie y me di cuenta que era una
niña adorable. Muy espabilada para su edad y muy graciosa pero se
la veía agotada y pronto tuvimos que dejarla descansar.
Al salir de la habitación nos encontramos con la madre de Nick.
Tenía los ojos llorosos y miró a su hijo como si le fuera la vida en
ello.
—Nicholas quiero hablar—dijo mirándome a mí alternativamente.
—Os dejo solos...—empecé a decir pero él me sujetó con fuerza
la mano.
—No tengo nada que hablar contigo—le dijo él con frialdad.
—Por favor, Nicholas... soy tú madre no puedes evitarme toda tu
vida...—empezó ella a decir con desesperación. Al parecer no le
importaba que yo estuviese allí escuchando. Nicholas estaba tenso
como las cuerdas de una guitarra.
—Dejaste de ser mi madre en el segundo que me abandonaste
por ese imbécil que tienes como marido...—dijo él tajante. Daba
incluso miedo verle así, tan serio.
—Cometí un error—dijo ella y vi que las lágrimas se le salían de
los ojos y se deslizaban por sus mejillas—por favor, perdóname...
—Eso no fue cometer un error, desapareciste durante seis años,
ni siquiera me llamaste para ver cómo estaba ¡me abandonaste!—
gritó y no pude evitar pegar un salto. Su madre lo miraba suplicante
—No quiero volver a verte y si estuviese en mi mano te quitaría a
esa preciosa niña que no te mereces tener como hija—dijo y
entonces salimos de allí. Tiró de mí por un pasillo y por otro hasta
que llegamos a uno que estaba completamente vacío. Abrió una
puerta y entramos a un armario que estaba iluminado por una
pequeña ventana que había en la parte de arriba.
Entonces cuando le miré vi que había lágrimas en sus mejillas.
Sentí tanto miedo y desesperación al verle así que ni me di cuenta
de lo que ocurría cuando me apretujó contra la pared y comenzó a
subirme el vestido con desesperación.