Me dolía todo el cuerpo al haber estado tendida de la misma
manera desde que había llegado hacia ya no sé cuantas horas. Me
había dormido a ratos pero los nervios no me dejaban perder la
conciencia por más de unos cuantos minutos. No sabía que es lo
que iba a ocurrir pero necesitaba urgentemente salir de allí. Me
estaba agotando el ruido incesante de esa música de discoteca que
se escuchaba de fondo y ni qué decir de aquella habitación
claustrofóbica con apenas luz en su interior. Cuando me habían
dejado ir al servicio había podido ver que había varios hombres en
la puerta de mi habitación junto a una escalera que no tenía ni idea
a donde iba. Lo que fuera que mi padre tenía planeado lo había
hecho con muchas personas más que el mafioso de Ronnie.
Fijándome en las malas pintas de los que estaban fuera no me
habría extrañado que mi padre los conociese por contactos de
delincuentes de la cárcel.
Cuando ya empezó a entrar una pequeña luminosidad en la
habitación procedente de un tragaluz de una esquina, comprendí
que iba a tener que hacerme a la idea de que cabía la posibilidad de
que nadie me encontrase.
Aquellos pensamientos me hicieron llorar un rato más mientras el
miedo seguía presente en todo mi cuerpo.
Ronnie había vuelto a entrar antes. Se había quedado en la
punta de la cama, observándome sin ponerme una sola mano
encima pero haciéndome algo muchísimo peor. Me había torturado
apagando la luz roja que había en un lado de la habitación. Me
había dejado a oscuras durante minutos, minutos en los que estuve
más aterrorizada que en toda mi vida; el saber que él estaba ahí, a
mis pies, a oscuras y que podía hacerme algo, había sido lo mismo
que con mi padre, pero peor, porque en esta ocasión yo no podía defenderme, no podía huir de nadie, estaba atada y podían hacer
conmigo lo que les diera la gana. Su risa al escuchar mis sollozos y
mis suplicas para que encendiera la luz, aún resonaban en mi
cabeza.
Cuando se marchó intenté tranquilizarme, y así seguía desde
hacía no sé cuanto tiempo. Fuera la música había dejado de resonar
tan fuerte, y hacía minutos que solo escuchaba mi propia respiración
acelerada.
Entonces, de repente, escuché un ruido procedente del piso
superior. Era como si muchas personas estuviesen corriendo sobre
mi cabeza y entonces los que estaban fuera empezaron a gritarse
entre ellos y a eso se les sumó un montón de ruidos de disparos y
más gritos. Me puse en tensión con el corazón en un puño hasta
que mi padre apareció por la puerta, con la cara sudorosa y el rostro
más temible que nunca.
Se acercó hasta mí y con un movimiento rápido me liberó de las
cadenas. Cuando vi lo que llevaba en la mano intenté alejarme de él
todo lo posible. Me clavó la punta de la pistola en un costado de mi
cuerpo y me quedé petrificada.
—Ni se te ocurra mover un solo músculo—me dijo haciéndome
daño con la presión.
—Por favor...—dije entre sollozos cuando comprendí que ese
hombre era capaz de cualquier cosa.
—¡Cállate!—dijo empujándome hacia una puerta que había fuera
y por un pasillo a oscuras. Aquella falta de luminosidad me puso de
los nervios y el miedo se apoderó de todo mi ser haciéndome muy
difícil dar un paso tras otro. Estaba petrificada, así de simple, ese
hombre del demonio podía hacer lo que le diera la gana conmigo
que yo apenas podría defenderme.
Me siguió empujando por ese pasillo hasta que llegamos a otra
puerta. Escuche a personas a lo lejos y cuando oí como alguien
gritaba ¡policía! Mis esperanzas dieron un vuelco. Dios mío, me
habían encontrado.
La luz me dio de lleno en los ojos cuando mi padre me empujó
por esa puerta, saliendo a un aparcamiento abandonado al aire
libre. Lo que él no se esperaba era los por lo menos veinte policías
que había allí controlando la zona y apuntando hacia nosotros. Mi
padre me empujó contra su pecho y me apuntó con la pistola.
—¡Suelte el arma!—gritaron por un megáfono. Las lágrimas
caían por mi rostro sin control y mis ojos se movían por todos lados
buscando a esa persona que podría devolverle el sentido a todo
aquello.
—Si yo caigo tú también lo harás, pequeña—me dijo mi padre al
oído.
No dije nada, no encontraba mi propia voz ya que mis ojos
habían encontrado a la razón de mi vida. Nicholas estaba allí junto a
un coche de policía y en cuanto nuestras miradas se encontraron se
llevó las manos a la cabeza desesperado y gritó mi nombre. A su
lado estaban mi madre y William y lo único que supe con certeza en
ese momento era que quería estar con aquellas personas el resto
de mi vida. Eran mi familia y ahora por fin lo comprendía. Ahora
después de haber visto lo que mi padre era capaz de hacer, esa
pequeña parte de mí ser que se culpaba por haber metido en la
cárcel a mi padre había desaparecido por fin. Ese no era mi padre,
nunca lo sería, y no le necesitaba. Ya tenía un hombre en mi vida
que me quería por encima de todas las cosas y ya era hora de
quererle a él como se merecía.
—¡Suelte el arma, y ponga las manos sobre la cabeza!—gritó
otro policía por encima de los gritos de los demás.
—Por favor... déjame ir—dije en un susurro entrecortado. No
quería morir, no quería hacerlo de aquella forma, aún me quedaban
miles de cosas por vivir y sobre todo que compartir con la persona
de la que estaba enamorada.
Entonces ocurrió algo. Todo fue muy rápido. Mi padre dijo que no
con la cabeza, su arma hizo un clic agudo y me presionó más fuerte
lo alto de la cabeza. Iba a dispararme, mi padre iba a matarme y yo no podría hacer nada para evitarlo. Un estallido me hizo cerrar los
ojos con fuerza, esperando un dolor... que no llegó.
Los brazos fuertes que me habían estado sosteniendo me
soltaron y sentí como alguien caía a mí lado. Miré hacia mi derecha
y lo vi todo rojo... la sangre manchaba el suelo junto al cuerpo sin
vida del hombre que me había dado la vida.
Lo primero que hice fue girarme y echar a correr.
No sé hacia donde exactamente estaba yendo, mi mente estaba
como en trance, en blanco sin pensar absolutamente nada salvo
correr y correr. Lo hice hasta que mi cuerpo chocó contra algo
sólido. Unos brazos me estrecharon con fuerza y solo pude sentir la
familiaridad de un cuerpo conocido y un olor reconfortante que me
tranquilizó.
—Dios mío...—dijo Nicholas junto a mi oído estrechándome
contra su pecho. De la fuerza con la que lo hacía me levantó del
suelo y justo en ese momento, estando entre sus brazos supe que
iba a estar a salvo. Nunca iba a tener que preocuparme de mi
seguridad estando con un hombre como Nicholas, nunca iba a tener
que temblar de miedo al oírle elevar el tono de voz, nunca iba a
tener que tener cuidado con lo que hacía o decía; ese hombre me
quería por encima de todas las cosas y nunca sería capaz de
ponerme una mano encima.
Me apartó para poderme inspeccionar el rostro y no pude evitar
hacer un signo de dolor cuando sus dedos rozaron con cuidado mi
labio partido.
—Noah...—dijo con la mirada puesta en mis ojos. Vi el dolor es
su mirada, el alivio de volver a verme sana pero también el odio
ciego por ver que me habían hecho daño. Yo solo necesitaba
sentirle junto a mí, por lo que no me importó sentir dolor cuando
junté mis labios con los suyos.
Él me estrechó contra su boca pero me apartó con cuidado al
sentir como emitía un leve quejido de dolor.
—Ya habrá tiempo para eso, amor—me dijo sujetándome el
rostro con fuerza—Te quiero tantísimo, Noah.