Culpa nuestra

Capítulo 6

NOAH 
Salí de la ducha dejando una inmensa nube de vapor tras de mí. Había estado 
dentro del baño más de lo recomendable, pero era eso o dejar que todos mis 
músculos siguieran tan tensos como las cuerdas de un violín. 
Me asomé por la ventana envuelta en una toalla y vi que el jardín trasero 
estaba a reventar de gente. Todos iban vestidos de blanco, idea que se le había 
ocurrido al padre de Jenna y que había ido rulando por la casa, de modo que la 
cena se había convertido en una fiesta ibicenca en honor de los futuros novios. 
Cuando habíamos llegado a la casa, sudorosos y oliendo mal, me había 
encontrado con Lion y Jenna envueltos en un abrazo de oso junto a las escaleras 
del porche. Por lo visto, él acababa de llegar y Jenna ya parecía estar completa. 
A pesar de mi ruptura con Nicholas, Lion nunca había hecho comentario 
alguno sobre lo ocurrido; es más, se negó en rotundo a formar parte en nada que 
tuviese que ver con nuestra ruptura. Hubo un momento, justo después de nuestra 
separación, que me dio por acosar al pobre Lion para que me diera el nuevo 
número de Nick. No hubo manera y Jenna se sumó a su actitud de imparcialidad 
porque ninguno de los dos volvió a hablar de Nick delante de mí, a no ser que 
fuera para darme apoyo cuando más lo necesité. 
Así que sí, los momentos que había pasado con Lion se habían reducido a 
aquellos encuentros en los que inevitablemente estaba con Jenna. 
Me separé de la ventana y empecé a arreglarme con prisas. No tenía ningún 
vestido blanco aparte del que usaba para ir a la playa, por lo que me puse una 
falda ibicenca que me llegaba un poco por encima de las rodillas y una camiseta 
ajustada de tirantes del mismo color. Me sequé un poco con la toalla para no 
tener el pelo chorreando y lo dejé húmedo, consciente de que la brisa 
proveniente del océano lo secaría en cuestión de minutos. 
Cuando bajé las escaleras con la clara intención de ir al jardín trasero donde 
estaba todo el mundo, el ruido del timbre me hizo detenerme junto a la 
balaustrada. Jenna estaba fuera reunida con sus amigos y familiares y la casa 
parecía haberse quedado desierta aparte de los camareros que salían y entraban 
de la cocina llevando marisco a los comensales de fuera. 
Me acerqué hasta la puerta, y repitiendo la misma acción que llevaba 
haciendo desde que los invitados habían empezado a llegar, abrí y obligué a mis labios a forzar una sonrisa de bienvenida. 
Mi sonrisa se congeló cuando Steve me devolvió la mirada. Pareció tan 
sorprendido como yo, aunque un segundo después me saludó con cordialidad. 
Sentí un nudo en el estómago al verlo allí de pie, sujetando sendas maletas 
con sus manos. 
Con el corazón latiéndome a mil por hora vi que un poco más allá un hombre 
vestido de traje se bajaba de un Lexus negro con las gafas de sol puestas y un 
teléfono contra la oreja izquierda. Nick se quitó las gafas de sol, mientras decía 
algo de forma cortante a quien estaba al otro lado de la línea. Al hacerlo sus ojos 
se encontraron con los míos y tuve miedo de desmayarme allí mismo. 
Estaba tan distinto… se había cortado el pelo y ya no lo llevaba despeinado y 
largo, tal cual lo recordaba, tal cual se levantaba por las mañanas; ahora lo tenía 
corto y bien peinado, lo que le daba un aspecto serio, incluso intimidatorio. El 
traje que llevaba, por otra parte, no hacía más que acentuar esa imagen nueva de 
emprendedor. Llevaba la americana colgando de un brazo, los dos primeros 
botones de la camisa desabrochados y las mangas de esta remangadas por 
encima de los codos, dejando entrever sus antebrazos bronceados y mucho más 
musculados desde que yo lo había visto por última vez. 
Todo este escrutinio lo hice en apenas unos segundos, unos simples 
segundos, porque sus ojos se clavaron tan fieramente en los míos que tuve que 
desviar la mirada hacia el suelo para poder recuperarme del impacto de volver a 
verlo. 
Cuando levanté de nuevo la mirada él ya no me miraba; se despidió de 
aquella persona y se guardó el teléfono en el bolsillo mientras se acercaba hacia 
la puerta donde yo me encontraba. 
Contuve el aliento sin saber qué hacer o decir y cuando se colocó delante de 
mí, durante esos dos segundos efímeros que tardó en rodear mi cuerpo sin 
siquiera titubear para entrar por la puerta sin mirar atrás, sentí como si volviera a 
morir, sentí como si hubiese estado meses, años, caminando por un desierto y de 
repente apareciera una fuente de agua justo frente a mí… solo para darme cuenta 
un segundo después de que era un simple espejismo jugando con la poca cordura 
que aún me quedaba. 
Gracias a Dios Jenna apareció para rescatarme. Solo cuando escuché cómo 
Nicholas y Steve desaparecían pasillo arriba pude volver a entrar en la casa. Me 
apresuré a salir al jardín con los demás invitados, quería perderme entre la gente, 
quería desaparecer de allí y que la tierra se me tragase. 
Ahora me percataba del inmenso error que había cometido al ir allí; lo sé, 
Jenna era mi mejor amiga, pero aquello era demasiado duro, habían pasado meses, meses, y una simple mirada suya había conseguido volver a poner todo 
mi mundo patas arriba. 
Unos diez minutos después lo vi bajar las escaleras charlando amigablemente 
con los novios. Nick era el único que había decidido pasar de la chorrada de 
vestirse de blanco. Iba igual que como había llegado, con su pantalón de traje 
oscuro y su camisa celeste remangada, pero sin corbata. Sentí un pinchazo de 
dolor en el centro de mi cuerpo al ver lo increíblemente atractivo que parecía 
desde la distancia. 
No tardó en mezclarse entre la gente; muchos se acercaron a saludarlo y él 
entabló conversación con todos de forma distante, pero con aquella elegancia 
suya tan característica. 
Vi a Luca hablando con Nick y Lion y supe entonces que estaba sola: ese no 
era mi lugar, esos no eran mis amigos… solo Jenna me quería allí, estaba segura. 
Me puse tan triste que tuve que echar mano de todo mi autocontrol para no 
ponerme a llorar. Tomé la decisión de que, ya que nada podía hacer —o, mejor 
dicho, deshacer—, iba a hacer de tripas corazón y tragarme todo lo que seguía 
sintiendo por él. A lo mejor el tiempo había curado sus heridas, a lo mejor el 
tiempo había hecho que dejase de odiarme, a lo mejor podíamos llevar aquello 
como adultos, tratarnos con cordialidad y respeto e incluso algún día intentar ser 
amigos. 
Lo sé, sonaba ridículo, pero era eso o tirarme por un balcón, y la segunda 
opción, por muy apetecible que fuera, no iba a hacerme ningún bien, 
obviamente. Así que empecé a hablar con la gente y me obligué a mí misma a 
relajarme. Si permanecía lejos de él no tenía por qué pasar nada malo ni tenía 
por qué someter a mi corazón a una tortura insoportable. 
Los padres de Jenna me presentaron a un amigo de la familia, un socio de 
Greg que muy amablemente entabló una conversación conmigo sobre mis 
estudios y sobre qué quería hacer en el futuro. Se notaba a la legua que era 
alguien importante, por lo que cuando me tendió su tarjeta agradecí el detalle. 
Estaba más que perdida con respecto a mi futuro, así que cuantas más 
opciones mejor. 
Lo que no sospechaba era que Lincoln Baxwell fuera amigo de Nicholas 
Leister. Estábamos hablando amigablemente cuando el señor Baxwell hizo un 
ademán con la mano para llamar a alguien que había a mi espalda. Al volverme, 
Nicholas apareció frente a mí. 
Se saludaron con un apretón de manos y cuando Baxwell pasó a hacer las 
presentaciones vi cómo algo temblaba en el cuello de Nick: estaba tan tenso 
como pocas veces lo había visto, tanto que tuve que ser yo la que hablara. 
—Ya nos conocemos, señor Baxwell —dije odiándome por aquel temblor de voz que puso en evidencia en medio segundo lo insegura e incómoda que estaba. 
Baxwell sonrió y nos miró alternativamente. Nicholas retuvo mi mirada con 
la suya por unos instantes y me dolió ver la frialdad con la que soltó: —¿De 
verdad? ¿Nos conocemos? —preguntó sin apartar los ojos de mi rostro. 
Sentí un escalofrío recorrer toda mi columna vertebral al volver a oír esa voz 
grave que aún seguía oyendo en sueños, esa voz que tantas veces me había dicho 
«Te quiero», que tantas veces me había susurrado cosas dulces al oído. 
Su mirada me tenía tan hipnotizada que apenas pude abrir la boca. 
—Me recuerdas a alguien a quien creí conocer hace tiempo… —comentó a 
continuación de forma fría e impersonal. 
Inclinó la cabeza hacia a su amigo, se volvió y se marchó para mezclarse de 
nuevo entre la gente. 
El ruido que se escuchó a continuación fue el de mi corazón chocando contra 
el suelo. 
A la mañana siguiente me desperté al amanecer. Apenas había podido pegar 
ojo, me resultó imposible… El día en que lo fastidié todo, ese maldito día en que 
hice algo que aún sigo sin entender cómo pude ser capaz de hacer, volvió a 
reproducírseme en la cabeza. 
«Ya no hay vuelta atrás.» 
«Ni siquiera puedo mirarte a la cara…» 
«Hemos terminado.» 
Tenía grabada en la memoria la expresión de Nicholas cuando comprendió lo 
que había hecho con Michael, ni siquiera podía pensar en su nombre sin sentirme 
culpable. 
Salí de la cama y me vestí deprisa, quería ver si podía salir de la casa antes 
de que nadie se levantara y me viera marchar; ni siquiera pensaba avisar a Luca 
de que me iba a correr, necesitaba estar sola para pensar y aclararme, pero sobre 
todo necesitaba estar sola para concienciarme de que iba a tener que ver a 
Nicholas durante los próximos días y no solo eso: iba a tener que caminar junto a 
él hasta llegar al altar. 
Correr me sentó de maravilla y, por lo demás, el resto de la mañana por 
suerte pasó volando porque tuvimos que hacer mil cosas, los invitados seguían a 
sus anchas y fuera ya montaban la cena de ensayo de esa noche. 
La maldita cena de ensayo. 
Tras haberme escaqueado del almuerzo y no haber vuelto a ver a Nicholas ni 
a Steve desde la noche anterior, en esos momentos estaba esperando junto a los padres de Jenna a que esta bajara de una vez con Lion para poder ir al viñedo 
donde se celebraría la boda. Los que participábamos en la ceremonia teníamos 
que ensayar nuestra entrada y si no salíamos ya la noche se nos echaría encima. 
Justo cuando Jenna y Lion bajaban por las escaleras la puerta de entrada se 
abrió y un Nicholas pulcramente vestido con vaqueros y camisa blanca ancha 
hizo acto de presencia. No sabía qué había estado haciendo toda la mañana y 
parte de la tarde, pero estaba clarísimo que su objetivo principal había sido 
evitarme. 
—Nick, por fin llegas, ya empezaba a preguntarme dónde te habías metido 
— le dijo la madre de Jenna acercándose a él y dándole un beso en la mejilla. 
Nick apenas esbozó una sonrisa para corresponder a ese gesto y, tenso como 
estaba, empezó a girar la llave del coche entre sus dedos. 
Jenna cruzó una mirada extraña con él y yo volví a sentir náuseas. Joder, 
aquello estaba resultando un infierno. 
Al salir fuera, nos dimos cuenta de que éramos demasiados para ir en un solo 
coche. Estaban los padres de Jenna, la madre de Lion —una mujer con una 
sonrisa franca que me había caído fenomenal y me había dado su receta especial 
de tarta de manzana—, Lion, Jenna y el primo de esta, que no debía de tener más 
de cinco años y era quien llevaría los anillos. Y Nick, claro. 
Sumábamos ocho y solo pude rezar para que no me metieran en el coche con 
Nick, pero fue en vano: los padres de Jenna y la madre de Lion fueron directos al 
Mercedes que había junto a los demás coches aparcados allí. Me fijé en Jenna, 
que de la mano de su primito se me acercó con cara de circunstancias. 
—Jenna, ni se te ocurra —dije empezando a cabrearme. Nicholas había 
dejado bastante claro que no quería estar cerca de mí, así que no pensaba 
meterme en un coche con él, no, ni hablar. 
Mi amiga me miró con la culpabilidad reflejada en la cara. 
—Nick es el único con una sillita… ya sabes… por Maddie, y yo tengo que 
ir con mis padres… 
Nicholas la interrumpió acercándose en ese instante. Ignorándome, levantó al 
pequeño Jeremy en brazos y lo hizo volar sobre su cabeza para después cogerlo 
con fuerza. 
—¿Listo para ser mi copiloto, pequeñajo? 
Jeremy se rio divertido. Nick se lo colocó en la cadera y fue hacia su coche. 
Jenna me devolvió la mirada mordiéndose el labio. 
Sacudí la cabeza y pasé delante de ella hasta llegar a la puerta del conductor 
del Lexus. No tenía ni idea de qué había pasado con su 4x4, pero no pensaba 
preguntar. Me acomodé en el asiento delantero, mientras Nick sentaba al niño 
detrás de nosotros y le ponía un juego en el móvil. Intenté ignorar lo nerviosa que me sentía por estar con él a solas por fin. Su comentario en la fiesta me 
había sentado como una patada y tenía curiosidad a la vez que miedo por ver 
cómo transcurría la siguiente media hora. 
Cuando se sentó en su lugar, empezó a manipular algunos mandos del coche 
y arregló el espejo retrovisor. Acto seguido salimos hacia la carretera. 
Pronto el olor de su loción de afeitado y su colonia inundó el coche por 
completo y la atracción que siempre había sentido en su presencia se hizo 
patente una vez más. Dios, tenía a ese hombre sentado a mi lado, el mismo 
hombre al que había añorado más que a nadie en el mundo… Me moría por 
tocarlo, por darle un beso, necesitaba su contacto más que el aire para respirar. 
Sentí que todo mi cuerpo entraba en calor, el simple movimiento de su mano 
en la palanca de cambios conseguía ponerme nerviosa… Sus brazos, su mano 
apoyada distraídamente sobre el volante y la otra sobre esa palanca… Joder, ¿por 
qué era tan terriblemente atractivo ver a un hombre conduciendo? 
Sin poder soportarlo bajé la ventanilla para que el aire entrara y borrara el 
rastro de su fragancia, pero nada más bajarla, él manipuló los mandos y volvió a 
subirla. Me volví para mirarlo. 
—Tengo calor —dije, dirigiéndole la palabra directamente por primera vez 
en casi un año. Pulsé el botón otra vez para bajar la ventanilla de nuevo y al 
instante caí en la cuenta de que ya la había bloqueado. 
Sin decir una sola palabra puso el aire acondicionado, y el potente aire frío 
me dio de lleno en la cara. Vale, eso haría descender mi temperatura corporal, 
pero su olor seguía impregnado en cada parte de ese coche y sentía como si me 
mareara. Me retorcí inquieta sobre el asiento de cuero y vi con el rabillo del ojo 
que su mirada se desviaba de la carretera para demorarse unos segundos sobre 
mis piernas desnudas. 
No me había comido mucho el coco a la hora de vestirme, pero los 
pantalones cortos que llevaba dejaban mis piernas al aire y no me pasó 
desapercibida su manera de aferrar fuertemente el volante un segundo después 
de fijar los ojos hacia el frente. 
El sonido del juego de Jeremy nos acompañó todo el camino y fui consciente 
de que aquella era una oportunidad única para hablar con él sin temor a que me 
dejara tirada en medio de la carretera. Con el niño detrás iba a tener que 
controlar su genio… y sus palabras. 
—Nicholas, quería decirte… 
—No me interesa —me interrumpió a la vez que doblaba en una intersección 
que nos condujo ante un lago inmenso. 
Respiré hondo con la clara intención de hablar con él. 
—No puedes seguir ignorándome.




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