NOAH
Era como si tuviese la lepra, así era como me trataba Nicholas. Cuando Amy
se nos quedó mirando como si fuésemos idiotas juro que casi me muero de
vergüenza.
—Noah, cógete de su brazo, vamos —dijo con un enérgico ademán.
Volví el rostro hacia él, temerosa de cuál podía llegar a ser su reacción;
simplemente miró hacia delante y moviendo el brazo me indicó que hiciera lo
que me pedían.
Sentí su brazo duro debajo del mío y una corriente eléctrica pareció
recorrernos a ambos. Levanté la mirada y vi cómo cerraba los ojos por un
levísimo instante. Después de eso no pudimos detenernos mucho para analizar
nuestros sentimientos porque Amy nos hizo ir y venir como unas diez veces, nos
exigió que caminásemos en formación, empezando todos con el pie derecho, no
demasiado lento ni demasiado rápido… Al que más le costó pillarlo fue al
pequeño Jeremy que, cuando repetimos el desfile por tercera vez, decidió que
hacer aquello le aburría y que quería irse a jugar.
Estaba pasándolo realmente mal, Nicholas ni siquiera me miraba; es más,
hacía como si ni siquiera existiese, lo que me tensaba hasta tal punto que tenía
hasta el brazo dormido. El resto, en cambio, se reían y charlaban y hacían el
tonto cuando Amy no miraba.
Finalmente se hizo de noche y ya no pudimos seguir ensayando. Amy no
estaba muy convencida, pero al menos a Jenna y Lion les había quedado bastante
claro cuál era el plan y qué debían hacer en cada momento.
Jeremy había caído en los brazos de Morfeo hacía rato, así que iba
plácidamente dormido en el asiento de atrás del coche, por lo que Nicholas y yo
estábamos prácticamente a solas.
Al principio reinó el silencio, ya que ni siquiera se molestó en poner la radio.
La carretera era recta y el cielo estaba tan negro como mis pensamientos.
Estando allí juntos, en un espacio tan pequeño y con tantos sentimientos a
flor de piel, sentí que me ahogaba, no soportaba su indiferencia, necesitaba que
supiera lo que seguía sintiendo, me daba igual que ya no pudiese verme, me daba
igual que su amor por mí se hubiese transformado en algo tan feo; necesitaba
hacer algo.
—Nick… —dije mirando hacia delante.
Supe que me había oído, aunque mi voz había sido un levísimo susurro.
—Sigo enamorada de ti.
—Cállate, Noah —me ordenó soltando el aire entre los dientes.
Me volví con el corazón en un puño. Él siguió mirando al frente, con la
mandíbula tan tensa que me hizo temer lo que pudiese soltar a continuación,
pero no me dejé amilanar, necesitaba decírselo.
—Sigo enamorada de ti, Nicholas…
—He dicho que te calles —siseó volviéndose hacia mí y fulminándome con
toda la ira de su mirada—. ¿Crees que me importa algo lo que sientas por mí? —
continuó totalmente fuera de sí—. Tus palabras no valen nada, así que puedes
ahorrártelas. Vamos a cumplir mañana con la mierda de ceremonia y luego no
tendremos que volver a vernos.
Había sido una idiota. ¿Qué creía que iba a pasar? ¿Que me iba a decir que él
sentía lo mismo?
Noté cómo una lágrima caía por mi mejilla y la enjugué deprisa, pero otra y
otra se le sumaron casi de forma inmediata.
Ya no me quería, Nicholas ya no me quería; es más, quería que me fuera de
su vida completamente, daba igual todas las cosas que habíamos pasado, daba
igual las veces que me había jurado amarme por encima de todo, acababa de
dejarme muy claro que lo nuestro había terminado para siempre.
Lo sé, llevábamos diez meses separados, pero en esos meses no nos
habíamos visto, no habíamos hablado y una parte de mí se negaba a pensar que
lo nuestro se había terminado, una parte de mí había querido volver a verlo para
descubrir que él seguía tan enamorado de mí como yo de él.
Y cuán equivocada estaba…
Durante la cena de ensayo no hablé con nadie. Me senté al lado de Luca y él
se encargó de hablar por los dos. En cuanto tuve oportunidad, me escapé a mi
cuarto y por fin lloré sobre las almohadas, lloré hasta quedarme dormida con mi
mente jugándome una mala pasada, pues no pude evitar recordar cada momento,
cada caricia, cada palabra dicha y también cada error cometido.
Me dolía tanto su distancia que sentía como si mi corazón sangrara, como si
cada lágrima que caía sobre la almohada fuera una gota de sangre directamente
proveniente de mi corazón.
A la mañana siguiente estaba exhausta y lo peor de todo era que ese era el día
de la boda, el día en el que mi sonrisa tenía que ser esplendorosa, en el que debía
poner mi mejor cara, debía ser la mejor madrina de la historia y, además, debía
durar y aguantar hasta la noche, algo que, dado el cansancio que sentía, se me antojaba una hazaña casi imposible.
Me lavé la cara con agua fría y me miré en el espejo. Al hacerlo me di cuenta
de lo mucho que había cambiado durante todos esos meses. Mi mirada, sí, mi
mirada era distinta, era una mirada sin vida, una mirada triste. Ansiaba con todas
mis fuerzas creer que podía llegar a salir de aquello, mi psicóloga había hablado
conmigo durante horas, había dicho innumerables veces que lo ocurrido con
Nicholas no tenía por qué marcar mi futuro, que había miles de hombres en el
mundo, que era joven y guapa y cualquiera se enamoraría de mí, pero solo con
pensar en acercarme a alguien, solo con sopesarlo siquiera me estremecía de pies
a cabeza. Solo debía recordar cómo habían acabado las cosas la última vez que
estuve con otro hombre, solo había que verme ahora para saber lo peligroso que
era relacionarse con otro chico que no fuera Nicholas. Clavé mi mirada en el
espejo y me obligué a mí misma a recomponerme. No podía seguir así, solo
faltaba un día, un día y ya no volvería a verlo más… Al sentir ese pinchazo
atravesarme el pecho otra vez me fulminé con la mirada y me obligué a
serenarme.
«Se ha acabado, Noah, olvídate de él, olvídalo y hazlo ya… hazlo ya o nunca
vas a superarlo.»
Esa vocecita en mi interior me persiguió durante toda la mañana. Por suerte
Nicholas estaba con Lion en el viñedo, ya que se vestirían allí. Yo estaba con
Jenna en la casa, seríamos las últimas en salir, ni siquiera sus padres irían con
nosotras en el coche. Cuando Jenna estuvo lista, tan despampanante que me
quedé sin aliento, no pude evitar que una lágrima me rodara por el rostro,
agradeciendo que los maquilladores que nos habían arreglado esa mañana nos
hubiesen aplicado productos resistentes al agua y a cualquier tipo de agente
conocido capaz de estropear el maquillaje.
El vestido color rojo que me habían hecho a medida me quedaba como un
guante. Iba de ese color porque toda la estancia iba a estar llena de rosas rojas, al
igual que las flores que Jenna sostenía entre sus manos. Era precioso, de seda y
encaje, largo hasta el suelo y abierto por un costado dejando mi larga pierna al
descubierto. Por delante tenía un escote en pico y, a partir de ahí, la parte
superior de mis pechos y mis brazos quedaba recubierta por un fino encaje
idéntico al que Jenna llevaba en su vestido blanco. Su vestido era precioso y ni
que decir tiene lo increíble que le sentaba con su tez oscura y su perfecta figura.
Lion iba a alucinar, estaba segura y así se lo dije.
Jenna me miró emocionada, había intentado con todas mis fuerzas que no se
diera cuenta de lo mucho que estaba sufriendo aquellos días. Había dedicado
todos mis esfuerzos en cuidarla, en apoyarla y en hacerla sentirse tranquila. Nos
habíamos reído, habíamos bebido champán y había escuchado atentamente cada una de sus preocupaciones procurando ayudarla de la mejor manera posible.
Amy entró entonces en la habitación de Jenna y nos indicó que ya era hora
de marcharnos.
Hasta yo estaba terriblemente nerviosa, pero intenté que no se me notara. A
esa boda iban a acudir cientos de personas, entre ellas gente muy importante. Al
pensarlo comprendí que si esa hubiese sido mi boda no habría soportado tener a
tanta gente observándome mientras caminaba hacia el altar; nunca me había
detenido mucho a pensar en lo que a mí me hubiese gustado hacer el día que me
casase, pero toda esa locura estaba claro que no.
La limusina blanca nos esperaba en la puerta y ayudé a Jenna a bajar los
escalones para que no tropezara. Cuando ya estuvimos bien instaladas en la parte
trasera del vehículo, rodeadas del tul y de encaje, no pude evitar soltar una
carcajada.
—Quién diría que íbamos a estar aquí después de ver la bofetada que le
pegaste aquella noche a Lion —comenté sin poder evitarlo.
Jenna se unió a mis risas y estaba tan magnífica que no pude por menos que
hacer una instantánea mental de aquel momento. Esa imagen, esa imagen de
ambas riéndonos a carcajadas, en una limusina, un poco achispadas por el
champán y completamente histéricas a causa de los nervios no se me olvidaría
nunca. Mi amiga, justo entonces, era la viva imagen de alguien locamente
enamorada y feliz.
Cuando llegamos al viñedo la organizadora nos indicó adónde teníamos que
ir para salir directamente en el punto donde habían instalado el altar y donde
esperaban los invitados. Desde donde estábamos se podía escuchar el murmullo
de la gente, nerviosa, seguro, igual que nosotras; cuando vimos al padre de Jenn
acercarse, hasta yo pude respirar con un poco más de tranquilidad. La presencia
de un adulto responsable, por mucho que insistiéramos las adolescentes en
negárnoslo a nosotras mismas, siempre era tranquilizadora en momentos como
aquel.
La sonrisa del señor Tavish iluminó la estancia y miró a su hija de una forma
tan especial que sentí que me dolía el corazón. Jenna le dio un beso en la mejilla
a su padre y tras aferrarse a su brazo siguieron a la organizadora en dirección a
las puertas por las que saldrían majestuosamente. Claro que antes debíamos salir
Nicholas y yo.
Empecé a buscarlo con la mirada, pero no estaba en aquel salón; fui a
asomarme por la puerta y casi choco contra su pecho. Elevé mi mirada y me topé
con la suya. A pesar del dolor que sentía cada vez que lo veía, en esa ocasión el
dolor vino acompañado de rencor, de rencor y enfado por lo que me había dicho
la noche anterior. Me aferré a ese rencor para poder pasar la velada, o eso al menos me propuse.
Me observó fija y fugazmente unos instantes, recorriendo mi figura. Se
mostró muy sorprendido cuando llegó a mis ojos y me vio con el ceño fruncido.
—Salimos en dos minutos —dije y me volví para encaminarme hacia la
puerta. Lo sentí detrás de mí; es más, sentí sus ojos clavados en mi espalda y en
mi nuca. Llevaba el pelo recogido en una cola alta de la que caían algunos
mechones rizados que me llegaban hasta la mitad de la espalda. Conociendo sus
gustos y aun a sabiendas de que me odiaba con todas sus fuerzas, sabía que el
encaje de ese vestido lo estaría volviendo loco.
Por muchas cosas que hubiesen pasado entre los dos nunca íbamos a dejar de
desearnos; solo echar un vistazo a su traje azul, su corbata gris, su camisa blanca
y su increíble cuerpo y presencia había causado estragos a mis nervios… ¡Dios!
¿Por qué tenía que estar tan tremendamente bueno?
¿No podría haber adelgazado siete kilos como me había ocurrido a mí? ¿No
podría haber perdido su maldito aire de superioridad, no podía tener los ojos
hinchados de tanto llorar como yo, en vez de aquellos increíbles ojos celestes
que solo parecían estar hechos para hacer temblar a cualquier puñetera chica?
Cuando llegué al saloncito vi a la organizadora ayudando a Jenna con el
vestido y a su asistenta dando órdenes a los que debíamos salir en unos minutos.
La música empezó a sonar al otro lado de la puerta y entonces sentí una
mano grande colocarse en la parte baja de mi espalda, demasiado baja diría yo.
Antes de poder decir nada, Amy nos hizo una seña para que nos colocáramos
los primeros y Nicholas me empujó con suavidad hasta que estuvimos ambos
frente a la puerta cerrada.
Respiré hondo intentando calmarme.
—Cógeme del brazo, Noah —me pidió Nicholas y os juro por Dios que su
voz, con solo susurrar mi nombre me produjo escalofríos. Había pasado tanto
tiempo desde que lo había oído pronunciarlo…
Hice lo que debía y enrosqué mi brazo en torno al suyo, lo que me permitió
notar cómo sus músculos se tensaban. Juntos aguardamos a que la música
nupcial empezara. Cuando lo hizo, caminamos hasta el altar en lo que iba a ser
nuestra última actuación como pareja.
La ceremonia fue preciosa, a Lion casi se le saltaron las lágrimas al ver a
Jenna y yo no pude evitar llorar también. Maldita sea, ¿por qué tenía que ser una
sensiblera empedernida?
Mis amigos leyeron los votos, se dijeron «Sí, quiero» y con unas simples
palabras quedaron unidos de por vida. Cuando se inclinaron para darse un
increíble beso que hizo que más de un invitado se sonrojara no pude evitar mirar a Nicholas y, para mi sorpresa, él estaba haciendo lo mismo. Nos sostuvimos la
mirada y nos sumergimos en esos instantes mágicos en lo que todo a tu alrededor
parece desaparecer y solo importa la persona que tienes delante de ti. ¿Esta
noche iba a ser la última noche que nos veríamos? Finalmente desvié la vista,
porque la intensidad con que sus ojos observaban los míos había conseguido que
me temblasen las piernas.
Tuvimos que salir detrás de los novios y, esa vez, cuando entrelacé mi brazo
con el suyo, temí también que ese fuera mi último contacto físico con él, un
simple contacto en donde ni siquiera nos tocábamos de verdad, pero ese
recorrido iba a ser el último que iba a hacer en su compañía. Me dolió tanto ese
hecho que cuando atravesamos las puertas me solté casi de inmediato y salí en
dirección contraria. Necesitaba serenarme, sí, y rápido.