NICK
La observé marchar con un nudo en el estómago. No había podido apartar los
ojos de ella en toda la ceremonia, ni siquiera me había dado cuenta de que se
habían dado el «Sí, quiero» hasta que los aplausos me sacaron de mi
ensimismamiento.
Joder… por qué tenía que ser tan increíblemente hermosa, por qué tenía que
volverme loco de aquella manera tan insoportable. Las manos me habían picado
de las ganas de tocarla y el saber que no podía hacerlo, que no lo haría, me había
puesto de terrible humor. Al verla detenerse frente al salón donde todo el mundo
se preparaba para salir, con aquel vestido que se ceñía a su figura de forma
espectacular con el maldito encaje marcando cada una de sus curvas, mi mano
casi había actuado por su cuenta y al tocarla, al posarla sobre la parte baja de su
espalda había vuelto a sentirme vivo después de diez malditos meses.
No veía la hora de que se acabara todo ese paripé que estábamos llevando a
cabo los dos, necesitaba marcharme, regresar a mi vida, donde todo estaba bajo
control. Noah siempre había trastocado mi mundo, lo había puesto patas arriba y
me había convertido en un hombre totalmente a su merced. Y eso no volvería a
pasar. Cuando se apartó de mí al llegar al salón, lo agradecí internamente. No
soportaba tenerla cerca.
La fiesta no tardó en empezar. Al otro lado del viñedo habían montado una
impresionante carpa blanca, con mesas vestidas de blanco y miles de rosas rojas
por todos lados. Estaba claro cuál era la flor preferida de Jenna y al verla a ella y
Lion hablando con los invitados no pude evitar sentir un pinchazo de envidia.
Muchas parejas se les unieron en el salón principal mientras los camareros se
movían entre los invitados para ofrecernos canapés y copas frías de champán
rosado.
Pronto pasaríamos al salón de la cena y yo como un idiota solo podía buscar
a Noah. No estaba por ninguna parte.
«Joder, ella ya no es asunto tuyo, olvídala.»
Haciendo caso a mi voz interna me topé con una chica morena de grandes
ojos verdes que no tardó en empezar a sacar todas sus armas para intentar
seducirme.
Apenas le presté atención y cuando afirmó que ya nos conocíamos tuve que centrar mi mirada en ella para no ser maleducado.
—Lo siento… no recuerdo —dije sin tampoco hacer mucho esfuerzo por
reconocerla.
La chica se acercó más a mí, invadiendo mi espacio personal e
impregnándome con su perfume caro y demasiado fuerte para mi gusto.
—Venga ya, no te hagas el tonto… fue una de las mejores noches de mi vida
—dijo y maldije en mi fuero interno, al recordar que me la había tirado hacía
cosa de un mes.
No tenía ni idea de cuál era su nombre y estaba a punto de despedirme de
ella sin importarme ser grosero cuando por fin la vi, al otro lado de la estancia,
colgada del brazo de Luca y sonriendo como solo ella sabía hacerlo.
Los celos, tan dormidos desde hacía tiempo, se despertaron con la fuerza de
un león hambriento y tuve que soltar el aire despacio para no perder el control de
mí mismo.
Esa no era la primera vez que me pasaba desde que había llegado a los
Hamptons; es más, cuando caí en la cuenta de que había sido Noah la chica que
había estado haciendo ejercicio junto a aquel tío en la carretera, me entró tal
ataque de locura que pasé dos horas pegándole puñetazos a un saco de boxeo del
spa del Hilton antes de sentirme preparado para ir a la casa de los Tavish.
Steve me había echado la reprimenda del siglo, dejándome claro que no
podía montar ningún numerito, no podía pelearme con nadie, que debía ser, en
definitiva, un santo. Desde que era el dueño de una empresa no podía permitirme
provocar ningún escándalo y menos aún a causa de los celos. Por ese motivo me
había mantenido alejado de todo el mundo, solo trabajaba y trataba con
economistas, banqueros e inversores, y únicamente de vez en cuando llevaba a
alguna mujer a casa, todo con el fin de mantener mis problemas a raya. Unos
problemas que podían resumirse con una simple palabra: Noah.
—¿De verdad no te acuerdas de mí? —insistió la chica morena captando mi
atención de nuevo.
Noah seguía con Luca y la mano de este se había posado en su espalda.
Necesitaba una distracción, ya.
—Claro que me acuerdo —afirmé cogiéndola del brazo y moviéndola
estratégicamente para poder hablar con ella y controlar a Noah a la vez.
Justo entonces, como si supiera que la estaba observando, levantó la cabeza y
me miró.
Sonreí como el capullo que era y desvié los ojos hacia la morena.
—¿Quieres bailar? —le pregunté desviando otra vez la mirada hacia Noah,
que ahora parecía solo centrarse en Luca.
Este la había apartado hacia una esquina y ella se reía de aquella forma que yo sabía que era por simple compromiso.
Coloqué las manos en la cintura de la chica y procuré centrarme en ella, cosa
difícil teniendo a Noah pululando por allí. Ahora que la tenía más cerca, podía
recordar dónde nos habíamos visto: en una de las discotecas del centro,
exactamente me la había tirado en uno de los reservados privados, había sido
algo rápido y frío.
Molesto, subí la mano por la espalda de la chica hasta colocarla en su nuca.
—¿Quieres ir arriba? —me susurró la chica.
«Arriba.» La oferta era tentadora, pero el problema era que no sentía
absolutamente nada por ella, en comparación con lo que me despertaba Noah: un
simple roce de su mano hacía unas horas me había causado una erección que
apenas había podido disimular y esa chica… esa chica era lo opuesto a ella, lo
opuesto en todos los sentidos.
—Ahora no, tal vez más tarde —respondí deteniéndome al acabar la canción.
Justo entonces nos indicaron que podíamos pasar para la cena.
Por suerte no estaba sentado a la misma mesa que la morena, aunque sí que
me habían colocado en la mesa de los novios, con los padres de Jenna, la madre
de Lion, Noah y Luca. Esta apenas miró en mi dirección cuando nos sentamos
todos y nos trajeron el primer plato. De hecho, estuvo toda la cena hablando y
riéndose con Luca y con los demás, hacía como si no me conociera, como si no
existiese.
Desde que la había visto a mi llegada dos días antes, siempre que me volvía
me la encontraba mirándome; siempre que estábamos juntos parecía querer
abordarme; es más, lo había hecho, lo había hecho y casi pierdo los papeles
cuando dijo que seguía enamorada de mí.
«¿Enamorada? ¡Y una mierda!»
Mi copa chocó estruendosamente contra la mesa y casi todos los presentes
dejaron su conversación para observarme. Me disculpé y me levanté para ir al
servicio.
¿Por qué de repente me molestaba que Noah no estuviese pendiente de mí?
Había odiado sentir que me perseguía con la mirada, había odiado ver el
arrepentimiento en sus ojos, el dolor que sentía… había odiado sentirme
culpable cuando yo no había tenido la culpa de nada y ahora encima estaba
cabreado, cabreado porque parecía estar poniéndome a prueba para ver qué
demonios hacía al respecto.
Solo sabía una cosa: más le valía andarse con cuidado.