Culpa nuestra

Capítulo 9

NICK 
La observé marchar con un nudo en el estómago. No había podido apartar los 
ojos de ella en toda la ceremonia, ni siquiera me había dado cuenta de que se 
habían dado el «Sí, quiero» hasta que los aplausos me sacaron de mi 
ensimismamiento. 
Joder… por qué tenía que ser tan increíblemente hermosa, por qué tenía que 
volverme loco de aquella manera tan insoportable. Las manos me habían picado 
de las ganas de tocarla y el saber que no podía hacerlo, que no lo haría, me había 
puesto de terrible humor. Al verla detenerse frente al salón donde todo el mundo 
se preparaba para salir, con aquel vestido que se ceñía a su figura de forma 
espectacular con el maldito encaje marcando cada una de sus curvas, mi mano 
casi había actuado por su cuenta y al tocarla, al posarla sobre la parte baja de su 
espalda había vuelto a sentirme vivo después de diez malditos meses. 
No veía la hora de que se acabara todo ese paripé que estábamos llevando a 
cabo los dos, necesitaba marcharme, regresar a mi vida, donde todo estaba bajo 
control. Noah siempre había trastocado mi mundo, lo había puesto patas arriba y 
me había convertido en un hombre totalmente a su merced. Y eso no volvería a 
pasar. Cuando se apartó de mí al llegar al salón, lo agradecí internamente. No 
soportaba tenerla cerca. 
La fiesta no tardó en empezar. Al otro lado del viñedo habían montado una 
impresionante carpa blanca, con mesas vestidas de blanco y miles de rosas rojas 
por todos lados. Estaba claro cuál era la flor preferida de Jenna y al verla a ella y 
Lion hablando con los invitados no pude evitar sentir un pinchazo de envidia. 
Muchas parejas se les unieron en el salón principal mientras los camareros se 
movían entre los invitados para ofrecernos canapés y copas frías de champán 
rosado. 
Pronto pasaríamos al salón de la cena y yo como un idiota solo podía buscar 
a Noah. No estaba por ninguna parte. 
«Joder, ella ya no es asunto tuyo, olvídala.» 
Haciendo caso a mi voz interna me topé con una chica morena de grandes 
ojos verdes que no tardó en empezar a sacar todas sus armas para intentar 
seducirme. 
Apenas le presté atención y cuando afirmó que ya nos conocíamos tuve que centrar mi mirada en ella para no ser maleducado. 
—Lo siento… no recuerdo —dije sin tampoco hacer mucho esfuerzo por 
reconocerla. 
La chica se acercó más a mí, invadiendo mi espacio personal e 
impregnándome con su perfume caro y demasiado fuerte para mi gusto. 
—Venga ya, no te hagas el tonto… fue una de las mejores noches de mi vida 
—dijo y maldije en mi fuero interno, al recordar que me la había tirado hacía 
cosa de un mes. 
No tenía ni idea de cuál era su nombre y estaba a punto de despedirme de 
ella sin importarme ser grosero cuando por fin la vi, al otro lado de la estancia, 
colgada del brazo de Luca y sonriendo como solo ella sabía hacerlo. 
Los celos, tan dormidos desde hacía tiempo, se despertaron con la fuerza de 
un león hambriento y tuve que soltar el aire despacio para no perder el control de 
mí mismo. 
Esa no era la primera vez que me pasaba desde que había llegado a los 
Hamptons; es más, cuando caí en la cuenta de que había sido Noah la chica que 
había estado haciendo ejercicio junto a aquel tío en la carretera, me entró tal 
ataque de locura que pasé dos horas pegándole puñetazos a un saco de boxeo del 
spa del Hilton antes de sentirme preparado para ir a la casa de los Tavish. 
Steve me había echado la reprimenda del siglo, dejándome claro que no 
podía montar ningún numerito, no podía pelearme con nadie, que debía ser, en 
definitiva, un santo. Desde que era el dueño de una empresa no podía permitirme 
provocar ningún escándalo y menos aún a causa de los celos. Por ese motivo me 
había mantenido alejado de todo el mundo, solo trabajaba y trataba con 
economistas, banqueros e inversores, y únicamente de vez en cuando llevaba a 
alguna mujer a casa, todo con el fin de mantener mis problemas a raya. Unos 
problemas que podían resumirse con una simple palabra: Noah. 
—¿De verdad no te acuerdas de mí? —insistió la chica morena captando mi 
atención de nuevo. 
Noah seguía con Luca y la mano de este se había posado en su espalda. 
Necesitaba una distracción, ya. 
—Claro que me acuerdo —afirmé cogiéndola del brazo y moviéndola 
estratégicamente para poder hablar con ella y controlar a Noah a la vez. 
Justo entonces, como si supiera que la estaba observando, levantó la cabeza y 
me miró. 
Sonreí como el capullo que era y desvié los ojos hacia la morena. 
—¿Quieres bailar? —le pregunté desviando otra vez la mirada hacia Noah, 
que ahora parecía solo centrarse en Luca. 
Este la había apartado hacia una esquina y ella se reía de aquella forma que yo sabía que era por simple compromiso. 
Coloqué las manos en la cintura de la chica y procuré centrarme en ella, cosa 
difícil teniendo a Noah pululando por allí. Ahora que la tenía más cerca, podía 
recordar dónde nos habíamos visto: en una de las discotecas del centro, 
exactamente me la había tirado en uno de los reservados privados, había sido 
algo rápido y frío. 
Molesto, subí la mano por la espalda de la chica hasta colocarla en su nuca. 
—¿Quieres ir arriba? —me susurró la chica. 
«Arriba.» La oferta era tentadora, pero el problema era que no sentía 
absolutamente nada por ella, en comparación con lo que me despertaba Noah: un 
simple roce de su mano hacía unas horas me había causado una erección que 
apenas había podido disimular y esa chica… esa chica era lo opuesto a ella, lo 
opuesto en todos los sentidos. 
—Ahora no, tal vez más tarde —respondí deteniéndome al acabar la canción. 
Justo entonces nos indicaron que podíamos pasar para la cena. 
Por suerte no estaba sentado a la misma mesa que la morena, aunque sí que 
me habían colocado en la mesa de los novios, con los padres de Jenna, la madre 
de Lion, Noah y Luca. Esta apenas miró en mi dirección cuando nos sentamos 
todos y nos trajeron el primer plato. De hecho, estuvo toda la cena hablando y 
riéndose con Luca y con los demás, hacía como si no me conociera, como si no 
existiese. 
Desde que la había visto a mi llegada dos días antes, siempre que me volvía 
me la encontraba mirándome; siempre que estábamos juntos parecía querer 
abordarme; es más, lo había hecho, lo había hecho y casi pierdo los papeles 
cuando dijo que seguía enamorada de mí. 
«¿Enamorada? ¡Y una mierda!» 
Mi copa chocó estruendosamente contra la mesa y casi todos los presentes 
dejaron su conversación para observarme. Me disculpé y me levanté para ir al 
servicio. 
¿Por qué de repente me molestaba que Noah no estuviese pendiente de mí? 
Había odiado sentir que me perseguía con la mirada, había odiado ver el 
arrepentimiento en sus ojos, el dolor que sentía… había odiado sentirme 
culpable cuando yo no había tenido la culpa de nada y ahora encima estaba 
cabreado, cabreado porque parecía estar poniéndome a prueba para ver qué 
demonios hacía al respecto. 
Solo sabía una cosa: más le valía andarse con cuidado.




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