NICK
Me arrepentí en el mismo instante en el que salí de esa habitación. Había
sucumbido, había caído en la tentación, había vuelto a morder la manzana
prohibida y las consecuencias, estaba seguro, iban a ser terribles.
Me dolía el corazón, si es que eso era posible. El dolor era tan fuerte y tan
profundo que tuve que obligarme a mantenerme alejado de ella. Me encerré en
mi despacho, intenté por todos los medios hacer como si Noah no estuviese en
mi cama, procuré olvidarme de su cuerpo desnudo, de sus manos acariciándose,
de su boca dándome placer… lo había hecho tan bien, tan bien que por un
instante me dio hasta rabia.
¿Se lo habría hecho a otros?
Ese pensamiento me sacó de quicio. Daba igual que en la cama hubiese
parecido la misma de siempre… La misma Noah pura que yo había conocido se
había acostado con otro estando conmigo. ¿Quién decía que no lo había hecho
con más estando separados?
Noah en manos de otro… joder, necesitaba salir de allí, necesitaba olvidarme
de la sensación de tenerla debajo de mí, de lo suave que era su piel, de lo dulces
que eran sus besos.
Su fragancia aún me perseguía, incluso después de la ducha. De repente el
apartamento me parecía pequeño, y mi cuerpo solo parecía querer entrar en esa
habitación y terminar con lo que había dejado a medias.
Me puse unos pantalones de deporte, una camiseta Nike blanca y las
zapatillas y salí a correr por Central Park. Apenas eran las cinco de la
madrugada, pero ya había gente haciendo deporte en sus calles. No me entretuve
demasiado, ni siquiera calenté, simplemente, corrí, corrí y deseé con todas mis
fuerzas que al llegar a casa Noah ya se hubiese marchado, que cumpliera con lo
que le había pedido, que desapareciera de mi vida.
¿Quería que lo hiciese? Sí. Eso era lo único que tenía claro. Estar con ella
dolía demasiado y no me veía con fuerzas de perdonar lo que hizo, simplemente
no era capaz.
Llegué a casa dos horas después y todo parecía seguir igual que cuando me
fui. Me metí en la habitación y volví a encontrarla entre mis sábanas.
Estaba dormida boca abajo, la sábana la cubría solo hasta la mitad, por lo que su espalda desnuda me llamaba a gritos para que la acariciara hasta que se
despertara. La besaría, le haría el amor lentamente y luego iríamos a desayunar a
una de las mejores cafeterías de la ciudad. Le compraría chocolate, le enseñaría
todos los rincones que esa ciudad parecía esconder y luego, cuando ya estuviese
cansada de hacer turismo, regresaríamos aquí y otra vez me hundiría entre sus
piernas y haría que gritase mi nombre hasta quedarse sin aliento.
Tuve que darme de bofetadas para volver a la realidad: nada de eso iba a
pasar, todo eso había acabado esa noche en la que descubrí que había estado
entre los brazos de otro hombre.
Fui al baño y me di una ducha fría. Al salir, vistiendo solo unos pantalones
de pijama grises, me la encontré sentada, con la espalda apoyada contra el
cabecero y la sábana bien sujeta entre sus manos, cubriendo cualquier indicio de
desnudez. Sus ojos me observaron con duda, como si no tuviese ni idea de lo que
hacer. Me agaché y cogí la camiseta blanca que había tirada en el suelo. Se la
lancé para que la cogiera.
—Vístete —le ordené intentando sonar tranquilo, intentando controlarme.
Noah pareció dudar y al fijarme en su rostro, en su pelo despeinado y en esa
boca que ansiaba morder con fuerza tuve que obligarme a salir de aquella
habitación. Fui directo a la cocina, cogí el teléfono móvil y llamé a Steve. Él se
había mudado a la ciudad y vivía en unos apartamentos no muy lejos de allí. Mi
padre había insistido en que de ahora en adelante trabajara para mí y yo me
había alegrado de tener a alguien de confianza para que me guardara las
espaldas.
—Necesito que te la lleves de aquí —le dije notando la desesperación en mi
voz.
Steve suspiró al otro lado de la línea y supe que haría lo que le pedía. Me lo
debía. No debería haberla llevado a mi apartamento, para empezar.
Colgué el teléfono, hice café y un minuto después ella apareció en la cocina.
No se había vestido, al menos no con su ropa. Llevaba mi camiseta blanca,
que le llegaba por encima de las rodillas, pero parecía haber pasado por el baño,
puesto que su pelo no estaba tan despeinado y su cara lucía fresca y limpia, sin
rastros de los besos de ayer.
—He llamado a Steve para que venga a recogerte —le comuniqué mientras
me servía una taza de café. Intentaba hablar con calma, como si eso hubiese sido
lo que se esperaba de mí, como si echar a la persona de la que estuve enamorado
fuese lo más normal del mundo.
—No quiero irme —repuso en un susurro. Me fijé en ella, en la manera en la
que había cambiado después de nuestra ruptura. Estaba tan delgada… había
perdido tanto peso que anoche al ver su cuerpo había tenido miedo de romperla.
Ya no era la Noah que yo recordaba, la chica valiente, la que me hacía frente
a todas horas, la que hacía de mi vida algo mucho más interesante.
Las peleas con ella siempre habían sido brutales y ahora… parecía tener a un
cervatillo asustado delante de mí y eso solo me cabreaba todavía más.
—¿Qué pretendes, Noah? —pregunté enfriando el tono de voz. No quería
llegar al punto donde perdía el control sobre mí mismo y liberaba toda la rabia
acumulada que sabía aún enterrada en mi interior, pero necesitaba hacerle
entender que nada iba a cambiar—. No hay nada que puedas decir o hacer para
cambiar lo que pasó. Lo de anoche estuvo bien, pero lo que hicimos puede
dármelo cualquier otra, no me interesa jugar a esto contigo.
—Sigues enamorado de mí —afirmó dando un paso adelante. Tenía la
intención de tocarme y retrocedí sintiendo asco de mí mismo, asco por haber
dejado que las cosas se desmadraran anoche. Yo no quería darle falsas
esperanzas, esa no era mi intención.
—Estuve enamorado de ti —puntualicé con calma—, estuve, Noah, en
pasado. Me engañaste y puede que haya parejas que pueden perdonar lo que
hiciste, pero me conoces lo suficiente para saber que yo no soy como los demás.
—¿Y yo sí? —replicó abrazándose a sí misma casi de forma inconsciente—.
No puedes pretender que lo que ha pasado hace unas horas no te ha afectado
igual que a mí… Lo vi en tus ojos, Nicholas, lo vi anoche y lo vi el día de la
boda de Jenna: sigues sintiendo algo por mí, sigues…
—¿Qué quieres que te diga, Noah? —exclamé furioso. En realidad no era
con ella con quien estaba furioso, sino conmigo, furioso por no haber sabido
contenerme, furioso por haber caído no una sino dos veces, furioso por no saber
ocultar, pese a todos mis esfuerzos, que aún sentía algo por esa chica—. Está
muy claro que sabes jugar a este juego mucho mejor que yo.
Noah pestañeó sin comprender.
—Yo no estoy jugando a nada, yo solo quiero…
No terminó la frase, pero tampoco hizo falta que lo hiciera, pues sabía
perfectamente lo que quería de mí.
—Deberías marcharte —dije unos segundos después. Cogí la taza que había
frente a mí y me volví para dejarla en el fregadero, una excusa para no tener que
seguir mirándola a la cara.
—¿Cómo lo haces? —me preguntó entonces y su tono me hizo volverme
para encararla de nuevo. Un destello de ira cruzó sus ojos color miel—.
¡Explícame cómo puedes seguir con tu vida, porque yo no puedo!
Aquello era ridículo. Yo ya no tenía vida, la mía consistía en un bucle de
trabajo sin fin en donde el amor ya no tenía cabida. Era feliz así, sin toda la carga
sentimental. El amor era una mierda, lo di todo por amor y mirad adónde me había llevado.
Sabía que si quería alejarla de mí de una vez por todas, si quería hacerle
entender que nada iba a cambiar, si quería verla salir por la puerta y no volver a
hacerme daño iba a tener que ser duro, iba a tener que hurgar en la herida.
La miré fijamente y algo que me había pasado desapercibido hasta entonces
captó mi atención: llevaba puesto el colgante de plata que le había regalado por
su decimoctavo cumpleaños.
Me acerqué hacia ella sin quitarle los ojos de encima. Mi mano fue hasta su
nuca y encontró el cierre del colgante casi sin esfuerzo. Noah, perdida en mi
mirada, no comprendió lo que había hecho hasta que no di un paso hacia atrás
llevándome el colgante conmigo y metiéndomelo en el bolsillo de atrás.
—Devuélvemelo —me pidió con incredulidad, sin entender muy bien lo que
acababa de hacer.
Apreté la mandíbula con fuerza.
—Tienes que dejar de aferrarte a algo que ya no existe, maldita sea.
—Dame ese colgante, Nicholas —insistió entre dientes.
—¿Para qué? —pregunté entonces, elevando el tono y consiguiendo que se
sobresaltase—. ¿Por qué demonios sigues llevándolo puesto? ¿Pretendes
remover recuerdos? ¿Pretendes minar mi sensibilidad? No lo estás consiguiendo.
Noah pestañeó varias veces, sorprendida por mis palabras, para después
empujarme el pecho con fuerza.
—¡¿Quieres saber por qué lo llevo?! —gritó furiosa—. Me recuerda a ti,
simplemente —dijo—. ¿Te molesta oírlo? Pues es la maldita verdad, ¡me has
oído! ¡Te echo de menos!
No quería oír la verdad, no esa verdad al menos, no quería sentirme culpable,
no quería admitir en voz alta que yo también la echaba de menos… Maldición,
no quería admitirme a mí mismo que me dolía igual que a ella quitarle algo que
le di para que me llevara consigo siempre, un gesto con el que quise demostrar lo
mucho que la amaba.
Necesitaba acabar con eso de una vez por todas.
—Estoy con alguien —anuncié clavando mis ojos en los suyos.
Noah se quedó congelada donde estaba, la ira de antes iba abandonando sus
profundos ojos mientras asimilaba mis palabras con lentitud. Pareció perdida
unos segundos, pero después pareció encontrar la voz para volver a hablar.
—¿Qué quieres… qué quieres decir?
Cerré los ojos y me pasé la mano por la cara con hastío. ¿Tenía que hacer
esto? ¿Era necesario? ¿Era necesario hacernos todavía más daño?
Sí, lo era.
—Tengo una relación, Noah, una relación con Sophia.