Culpa nuestra

Capítulo 16

SEGUNDA PARTE 
Superándolo… o algo parecido

NOAH 
Se podría decir que fui tonta, estúpida… o más bien dicho, que la poca 
autoestima que me quedaba ya no era suficiente para ayudarme a seguir 
adelante. Las palabras de Nick, sin embargo, me llegaron muy adentro. Me las 
creí, así, sin más. 
Después de mi estancia en Nueva York, en donde no salí de la habitación 
hasta el día que tuve que ir al aeropuerto, regresé a mi apartamento sintiéndome 
la persona más estúpida e infeliz de la Tierra. 
Nick y Sophia… Sophia y Nick… joder, cómo me dolía de solo pensarlo y 
cómo me dolía que me hubiese mentido durante tanto tiempo. No era estúpida, 
Nicholas me había querido, de eso no había duda, ni el mejor actor del país 
podría fingir lo que él había sentido por mí, pero era fácil imaginárselo 
enamorándose de ella. 
Llegué a Los Ángeles destrozada, sí, pero también curada de espanto. 
Durante ese último año no haber vuelto a ver a Nick hasta la boda me había dado 
esperanzas, me había hecho creer que si volvíamos a vernos él no iba a poder 
seguir ignorando lo que sentía por mí. Me había aferrado a un clavo ardiendo y 
comprendí por fin que no había nada ya a lo que aferrarse. 
Cuando entré en mi apartamento me fijé en que tenía una llamada perdida de 
mi madre. Seguramente quería saber si había llegado bien y aunque sabía que no 
se animaría a preguntármelo, querría asegurarse de que mi encuentro con Nick 
después de tanto tiempo no había vuelto a destrozarme. 
Recuperar la relación con mi madre no había sido fácil, los meses después de 
la ruptura no solo tuve que enfrentarme a que Nick se había ido y me había 
dejado, sino también a una situación familiar desfavorable. Aquella noche, la 
noche de la fiesta del aniversario de los Leister, descubrí aspectos que cambiaron 
mi forma de ver las cosas, de ver a mi madre en concreto, cosas que me llevaron 
incluso a odiarla con todas mis fuerzas. 
Volver a hablar con ella fue difícil, al principio no quería ni verla, me negué 
en redondo a dejarla entrar en mi piso. Si no hubiese sido por el apoyo de Jenna 
no sé cómo habría salido de aquel pozo sin fondo en el que caí. Un par de meses 
después de que Nick se marchara a Nueva York, me decidí a cogerle el teléfono, 
y hablando y hablando… terminó explicándome su versión de la historia. Me explicó que su relación con William empezó casi sin querer; ella trabajaba en un 
hotel por aquel entonces, yo solo tenía seis años, y las cosas con mi padre ya 
habían empezado a desmadrarse. Un día le pidieron que fuera a llevarle la 
comida a uno de los huéspedes, algo que no era su cometido, pero una de las 
camareras estaba enferma y tuvo que sustituirla. El huésped resultó ser William, 
un William Leister con trece años menos, con el mundo en sus manos, rico, 
guapo y atractivo; solo con ver a Nick, podía entender lo que mi madre pudo 
llegar a ver en él. Mi madre por aquel entonces apenas tenía veinticuatro años, 
nunca en su vida había estado con otra persona aparte de mi padre, de quien se 
había quedado embarazada de mí siendo muy joven; no había podido disfrutar de 
su juventud, tuvo que ser responsable desde el minuto uno en el que se enteró de 
que iba a tener un bebé. Cuando William empezó a cortejarla, su mundo se puso 
patas arriba, nunca la habían tratado así, nunca le habían dicho cosas tan bonitas, 
nunca le habían regalado flores… Mi padre era un capullo, siempre lo fue, 
incluso antes de llegar a perder los papeles del todo. 
Desde entonces tuvieron una aventura, una aventura en donde William no 
supo de mi existencia ni de la de mi padre hasta seis años más tarde. La relación 
que tenían era extramatrimonial, pero William creía que solo era por su parte. Se 
veían muy de vez en cuando, solo cuando él viajaba a Canadá, y sus encuentros 
eran prácticamente… bueno ya os podéis imaginar. 
La noche del día D, cuando la llamaron para decirle que yo estaba en el 
hospital, casi desangrándome, fue la misma en la que William descubrió todo lo 
que mi madre le había ocultado. Los golpes los había disimulado con maquillaje, 
mi padre nunca le pegaba en la cara o al menos eso intentaba, todo para que 
nadie descubriese lo que ocurría dentro de nuestra casa, y mi madre siempre le 
decía a William que apagara todas las luces. 
Para William fue un shock, algo que no se había imaginado ni en sueños, que 
la mujer que lo volvía loco, que había trastocado su mundo, la mujer por la que 
lo dejaría todo, estuviese casada y con una hija, y encima que el malnacido de su 
marido le pusiese las manos encima… 
A partir de ahí todo se complicó. A mi madre le quitaron la custodia, la 
culpabilidad la sumió en un estado terrible; los maltratos que venía sufriendo a 
manos de mi padre más la suma de que no la dejasen seguir cuidándome… 
Terminó con todo, con William y con el mundo, se dio a la bebida, hasta tal 
punto que tuvo que someterse a una cura de desintoxicación que costeó William. 
Después de meses en tratamiento, meses en los que tuve que estar en una 
casa de acogida, le permitieron volver a tenerme. 
Mi madre no quiso volver a ver a Will, nunca más, se dijo, nunca más iba a 
volver a cometer el mismo error. Desde ese momento se juró vivir por y para mí.

—Nunca he llegado a perdonarme por lo que pasó esa noche, Noah —me 
confesó mi madre con la voz estrangulada—. Tu padre nunca te había puesto las 
manos encima, y yo… fui estúpida, me cegué por el amor que sentía por Will, 
que en esa época era lo único, aparte de ti, que me hacía seguir adelante. Nos 
veíamos tan poco, y cuando lo hacíamos yo era tan feliz, me sentía tan 
especial… 
tan viva. William solo iba a estar esa noche en la ciudad, y yo necesitaba 
verle… 
lo necesitaba casi tanto como el aire para respirar. 
Aquel día sostuve el teléfono contra mi oreja y no dejé de pensar en que lo 
que mi madre me contaba era lo mismo que yo había sentido con Nick. La 
comprendí, comprendí al menos esa necesidad de escapar y fui consciente de 
que tampoco debía condenarla eternamente: ella siempre había estado ahí para 
mí, se sacrificó para que pudiera estudiar, para que pudiera tener una vida mejor. 
Al final la perdoné, tuve que hacerlo, era mi madre. No es que la relación 
hubiese mejorado hasta el punto de volver a estar como antes, pero al menos 
volví a casa, comimos juntas, lloré… lloré bastante, ella me abrazó y me dijo 
que lo sentía y que también sentía lo que había pasado con Nick. Me dije a mí 
misma que lo mío con Nicholas había sido real, la vida podía habernos separado 
por los problemas y la falta de confianza, pero lo había sido. 
Tras dejar las maletas encima de mi cama fui a tocar el colgante que me 
había servido de ancla todo ese tiempo y al recordar que ya no estaba dejé caer 
mi mano junto a mi costado con pesar. 
Tenía que seguir adelante; al fin y al cabo, él ya lo había hecho. 
Los siguientes meses fueron mejores de lo que había esperado. La facultad, 
las clases y el trabajo me permitieron centrarme en otras cosas. No volví a saber 
nada de Nicholas, al menos no de primera mano, porque la noticia de que 
Nicholas Leister salía con la hija del senador Aiken no tardó en ocupar páginas 
en algunos periódicos. 
Verlos juntos, cogidos de la mano, me dolió. ¿Cómo no iba a dolerme? Pero 
también me ayudó a transformar mi tristeza en rencor y también en frío 
distanciamiento. Me dije a mí misma que eso era lo mejor, que no me importaba 
en absoluto… obviamente me autoengañaba, pero me ayudó a afrontar los días y 
las semanas. De ese modo era más fácil. 
Cuando quise darme cuenta las vacaciones de Acción de Gracias estaban a la 
vuelta de la esquina, y después de mucho meditarlo y haber dejado colgada a mi 
madre el año anterior, le había dicho que iría. Tenía que salir al día siguiente 
para casa de William y era poco más de una hora de viaje, hora que pasaría escuchando música y haciendo números sobre qué debía pagar a fin de mes y 
cómo iba a poder comprarme el libro nuevo que nos pedían para clase de 
derecho. Por suerte el apartamento estaba pagado. Me había negado a que 
William siguiera pagándome la mensualidad y tuve que empezar a buscar un 
nuevo piso, pero la casera me informó de que el año estaba pagado: Briar, o 
mejor dicho, sus padres, habían pagado dos años por adelantado y no lo habían 
reclamado cuando ella se fue, así que pude quedarme en su lugar y otra nueva 
compañera no tardó en llegar. Aunque el tema del piso estaba cubierto, al menos 
por ahora, apenas llegaba a fin de mes. Había conseguido un trabajo en una 
cafetería del campus, pero hacía dos días mi jefe me había dicho que no iba a 
renovarme el contrato. Habían abierto otro bar a dos calles y habíamos perdido 
muchos clientes, así que tenía que recortar la plantilla y yo había sido la última 
en llegar. 
Así que iba a tener que empezar a movilizarme y rápido. 
Como iba a pasar el fin de semana en casa de mi madre y Will, saqué la 
pequeña maletita del armario y distraídamente fui metiendo algo de ropa. 
Tampoco es que fuera a arreglarme demasiado y, si no, tiraría de lo que tenía 
en mi otro armario. Sí que metí los libros de derecho, el examen sería justo 
después de las vacaciones e iba a tener que estudiar, muy a mi pesar. Odiaba esa 
asignatura, no sé si era porque me recordaba a Nicholas o simplemente porque 
memorizar leyes no era lo mío, pero ¡Dios, me ponía de un humor de perros! 
Había tenido que cogerla como obligatoria, se centraba sobre todo en los 
derechos de autor y de imagen y todas esas cosas, y esperaba con ansia el día en 
el que pudiese olvidarme de todas esas chorradas que fácilmente podía buscar en 
Google si el día de mañana me hacían falta. 
Como no había vuelto a usar la maleta desde que me había ido a los 
Hamptons para la boda de Jenna, no me extrañó encontrar que aún quedaban 
cosas allí metidas, como un cepillo de dientes que creía haber perdido, unas 
braguitas de encaje negro, mi rímel resistente al agua y, para mi sorpresa, una 
tarjeta con el nombre de Lincoln Baxwell. En la tarjeta ponía que era abogado, 
publicista y responsable de comunidades. 
Lo recordaba, era uno de los amigos de Jenna, estuvo en su boda y fue 
bastante simpático. Si no recordaba mal me había dado la tarjeta por si alguna 
vez me interesaba trabajar en el sector. Cielos, ¡no me lo podía creer! Me había 
olvidado completamente de su propuesta, sobre todo porque Nicholas se había 
acercado y había soltado un comentario fuera de lugar, obligándome a alejarme 
de ellos dos. 
No tenía ni idea de qué tipo de trabajo podría ofrecerle a una universitaria de 
diecinueve años como yo, pero no perdía nada por intentarlo. Miré mi reloj de pulsera y vi que era demasiado tarde para llamar, así que decidí que lo haría por 
la mañana de camino a casa de Will y si el mundo no me odiaba tanto como 
parecía, a lo mejor tenía trabajo antes de lo que hubiese imaginado. 
A la mañana siguiente hacía bastante frío, y la calefacción de mi coche no es 
que fuera nada del otro mundo. Mi madre me había insistido mucho en que 
volviera a usar mi Audi, pero no me sentía cómoda con la idea. Había insistido 
en que había sido un regalo, que era mío y que si no lo utilizaba era porque era 
demasiado orgullosa. Puede que tuviera razón, mi cochecito estaba ya casi en sus 
últimas y ni de broma iba a poder permitirme pagar un coche nuevo, así que 
aprovecharía ese viaje para dar el cambiazo. Al fin y al cabo era verdad que 
había sido un regalo, y el coche estaba aparcado allí, sin más, y, maldita sea, era 
un Audi. 
Cuando ya estaba en la autopista y consideré que la hora era razonable, me 
decidí, nerviosa, a llamar a Lincoln Baxwell. Al principio sonó varias veces y 
cuando ya me disponía a colgar una mujer me dio los buenos días. 
—Buenos días, me gustaría hablar con Lincoln Baxwell. Soy Noah Morgan, 
la hijastra de William Leister —dije un poco con la boca pequeña. No 
acostumbraba a usar el nombre de Will para abrirme puertas, pero no estaba la 
cosa para ponerme quisquillosa. 
—Un segundo, por favor. 
El señor Baxwell me atendió unos minutos después. 
—Siento la tardanza, Noah, ¿verdad? —se disculpó Baxwell de forma 
amigable y educada, un comportamiento que cuadraba con su actitud en la fiesta. 
Me daba vergüenza decirle el motivo de mi llamada, pero, a ver, él me había 
dado la tarjeta por algo, ¿no? 
—Buenos días, señor Baxwell. Sí, soy Noah Morgan, nos conocimos… 
—En la boda de Jenna Tavish, sí, sí, la recuerdo, eres la hermanastra de 
Nicholas Leister, ¿verdad? 
Cerré los ojos un segundo. 
—Sí, esa soy yo —afirmé con un poco de retintín. 
«Vale, Noah, tranquila.» 
—¿En qué puedo ayudarte? 
Había llegado el momento de mendigar, por así decirlo. 
—Lo llamaba justamente porque el día que hablamos en la boda me pareció 
bastante interesante el proyecto que tenía en mente… LN… —Aquí el momento 
de dudar. 
—LRB —aclaró amablemente. 
Maldita sea, podría al menos haberme aprendido el nombre, seguro que pensaría que era una estúpida. 
—Sí, perdone, LRB, pues la verdad es que me encantaría poder aceptar su 
oferta de trabajar en una empresa importante y que está a punto de abrir. Apenas 
he conseguido ningún tipo de práctica fuera del campus y me gustaría probar 
varios sectores antes de decantarme por una especialización… 
Estaba claro lo que quería, ¿no? 
El señor Baxwell asintió, encantado. 
—No hay problema, Noah, moveré algunos hilos y le diré a mi secretaria que 
te llame. Lo cierto es que me sorprende que me hayas llamado a mí, pero estaré 
encantado de tenerte en mi equipo, seguro que eres una chica trabajadora. Me 
gustaría que le mandaras a mi secretaria tu certificado académico, tu horario de 
clases, así como cualquier tipo de referencia que hayas podido conseguir. Mi 
sector es puramente comercial, necesito un buen equipo que esté dispuesto a 
hacerme la vida más fácil, así que si eres buena con el papeleo podemos arreglar 
algo para que trabajes unas cuantas horas al día sin interrumpir tu horario 
universitario, ¿te parece bien? 
Yo estaba que casi gritaba de júbilo, Dios, qué fácil había sido, ¡no me lo 
podía creer! Vale, sí podía haberle pedido el favor a Will, pero mejor así; 
además, había sido Baxwell quien me había dado la tarjeta, ¿no? 
Me despedí después de darle las gracias, y casi choco con el coche de delante 
en un semáforo en rojo de lo distraída y feliz que me encontraba. 
¡Ya no estaba en el paro!




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