NICK
Me quedé mirando la pantalla de mi ordenador, sin saber muy bien cómo
sentirme, puesto que todo aquello seguía pareciéndome una completa locura.
Era un correo de Anne, la asistente social de Maddie; en él me explicaba que
en vista de que ya no quedaba duda alguna con lo referente a quién era el padre
de mi hermana y tras las acciones legales que había iniciado mi padre contra mi
madre por haberlo ocultado durante años, a este por fin le habían dado la
custodia, y las visitas que yo antes tenía concertadas para visitar a mi hermana se
cancelaban y eran mis padres los que debían darme permiso o no para verla; esos
mismos padres que me habían mentido, tanto a mí como a mi hermana,
haciéndole creer que su padre no era su padre para después soltarle que todo lo
que había creído conocer hasta el momento era una mentira tan gorda como su
casa en Las Vegas.
Cuando me enteré de todo esto me alegré, maldición, claro que me alegré, mi
hermana era mía por fin, por entero, nada de medio hermana o hermanastra.
Siempre había odiado pensar que al tener un padre distinto no me pertenecía
por completo, detestaba los horarios de visita y las malas caras de Grason cada
vez que me llevaba a Maddie conmigo. Estaba claro que las cosas ahora iban a
ser mucho más fáciles o eso creí.
Mi hermana no entendía nada; es más, las pocas veces que mi padre había
ido a visitarla había llorado hasta quedarse sin aliento. No quería ir con un
desconocido, no quería irse de su casa, no quería saber nada de su nuevo papá.
Suspiré llevándome la mano a la cabeza. Ahora mismo yo era el
intermediario de Maddie con mi padre, que parecía haber perdido cualquier tipo
de práctica en cuanto a niños pequeños se refiere. En realidad no es que nunca
hubiese tenido mucha paciencia, solo había que ver la relación que tenía
conmigo. Lo que sí que me sorprendió fue su esfuerzo y determinación por
intentar ganarse su afecto.
Mi padre no dudó ni un instante en poner todos los papeles en marcha para
que le dieran la custodia compartida y que quedara bien claro que Madison
Grason, ahora era Madison Leister. Aún no estaba todo resuelto… ni de lejos,
pero la que más estaba sufriendo era Mad, y eso me ponía de los nervios.
Su padre, bueno el que supuestamente había sido su padre durante más de cinco años, se había lavado las manos, no quería saber nada ni de mi madre ni de
la niña que había visto crecer. El muy hijo de puta no había querido ni siquiera
formar parte del proceso de adaptación que mi hermana tenía que sufrir.
Habíamos tenido que explicarle de forma muy delicada pero clara que su
padre ya no lo era y que ahora tenía uno nuevo que la quería mucho. Lo que
normalmente pasa en estos casos es que el padre que no es padre biológico lucha
por la custodia de quien ha creído su hija hasta el momento, al menos lucha por
seguir formando parte de su vida y, ni que decir tiene, por seguir a su lado el
tiempo que ella necesitase. Pero eso no era lo que había pasado, y mi hermana
solo repetía que quería a su padre, a su padre de verdad, y que no entendía por
qué la había dejado de querer y la había regalado a otro papá distinto.
Mi hermana estaba irritable y había pasado de ser aquella niña adorable y
perpetuamente sonriente a convertirse en una niña dolida y resentida con todos.
Mi madre se había mudado a la ciudad, había dejado Las Vegas y residía en
un bonito apartamento en el centro, y Maddie no acababa de terminar de
adaptarse a tantos cambios. Al único al que parecía querer ver era a mí y al único
a quien llamaba a altas horas de la noche para poder dormirse. Estaba asustada,
su casa nueva no le gustaba, decía, sus juguetes ya no eran los mismos, sus
amigos estaban lejos y ella no quería ir a ese colegio tan feo al que iba ahora:
ella quería vivir conmigo; sí, eso era lo que me decía cada vez que hablaba con
ella por teléfono.
—¿Cuándo vendrás a buscarme, Nick? —me preguntaba haciendo pucheros
—. ¿Cuándo vamos a ir a la noria? ¿Cuándo volverá mi papá? ¿Cuándo mamá
volverá a ser la misma que era antes?
Sus preguntas me dolían y a la vez me sacaban de quicio, porque a través de
ellas podía comprobar claramente cómo mi madre la desatendía. Vale, no le
faltaba de nada, comía y estaba sana, pero ¿y todo lo demás?
Seguí leyendo el correo en el que Anne me decía que mi padre había pedido
que Maddie pasara el día de Acción de Gracias con él y su familia. El juez había
acordado dejarles a ellos elegir las fiestas y mi madre había aceptado. Anne se
despedía de mí, diciendo que de ahora en adelante las visitas se habían acabado
y que, ante cualquier duda que tuviese con respecto a mi hermana pequeña,
hablase con mi padre; él también me había mandado un correo y en él me pedía
que por favor pasara las fiestas en su casa. Decía que Maddie se iba a adaptar
mucho mejor teniéndome a mí allí y que necesitábamos hacer las cosas lo mejor
posible por ella.
Siendo sincero, no había tenido ni la menor intención de pasarme por esa
casa para ningún tipo de fiesta. Por lo que a mí respectaba, las comidas
familiares, las reuniones y todo lo que se le pareciera habían dejado de tener sentido. ¿Iba a sentarme a una mesa frente a alguien que me había mentido
durante años, con la mujer que causó el divorcio de mis padres y el abandono de
mi madre?
De eso nada. Además solo ir allí me causaba dolor y no únicamente por los
recuerdos de mi niñez, sino por unos mucho más dolorosos que terminaron
empañando los recuerdos antiguos.
Para mí esa casa significaba ver a Noah por todos lados: bajando las
escaleras en pijama o bajándolas muy arreglada con vestidos bonitos y sandalias
de tacón para, al llegar a sus pies, tirarse a mis brazos para besarnos
apasionadamente después… Noah en la cocina desayunando, Noah en su
habitación, dormida, en aquella ocasión en que entré por primera vez y me di
cuenta de que solo con verla se me aceleraba el corazón… Noah en mi cama,
desnuda, la primera vez que le hice el amor, la primera vez que hicimos el amor,
ambos, porque también fue la primera vez para mí, la primera vez que amé de
verdad.
No sabía mucho de ella, solo lo que Lion me contaba de vez en cuando, pero
lo que sí que estaba claro era que ella sabía de mí, cómo no, si me había
convertido en blanco de los fotógrafos de prensa, que nos perseguían sin cesar.
No solo había salido en las puñeteras revistas por mi relación con Sophia,
sino también por los despidos de la empresa. En muchos periódicos me habían
tachado de ruin y de no tener corazón y eso, sumado a todo lo demás, me tenía
muy estresado.
Siempre supe que sacar ese negocio adelante no sería fácil, nada tan grande
como la empresa de mi abuelo iba a ser fácil de llevar, pero ahora que toda la
información estaba al alcance de cualquiera, ahora que la gente parecía estar al
tanto de absolutamente todo… Eso era lo que peor llevaba, la intimidad, el no
poder hacer mis negocios sin que gente que no tenía ni puta idea se pusiese a
comentar y a sacar artículos estúpidos. Sí, había tenido que despedir a mucha
gente, sí, había tenido que cerrar dos empresas, pero también había abierto una,
una en la que muchos de esos despedidos irían a trabajar en menos de un mes,
una empresa que daría mucho más empleo en el futuro, con sueldos mucho más
decentes que los que habían estado cobrando hasta entonces debido a pocos
recursos y una mala gestión.
Explicad eso a gente que solo busca un buen titular.
Me aparté del ordenador. Ya llamaría a mi padre al día siguiente para decirle
que pasaría allí las fiestas. ¿Qué otra opción me quedaba? Mi hermana era lo
más importante en mi vida ahora mismo, era la única persona a la que debía
mostrar mi mejor cara, debía cuidar de ella y hacerle ver que aún podía confiar
en los mayores.