Culpa nuestra

Capítulo 20

NOAH 
Al día siguiente me desperté más temprano de lo que estoy acostumbrada a 
hacerlo en vacaciones, pero tenía una buena razón y estaba emocionada. 
Sin hacer mucho ruido me volví hacia la niña que estaba durmiendo a mi 
lado, dormía tan profundamente que la observé un rato divertida. Era pequeña, 
pero se movía más que un animalito revoltoso, lo que me recordaba a cierta 
persona que ahora mismo estaría durmiendo muy cerca de allí. Su pequeño 
cuerpecito estaba atravesado, casi ocupaba toda la cama, y yo apenas tenía 
espacio para poder moverme. 
No quería despertar a Maddie mientras me vestía; además, aún no había 
amanecido y necesitaba encender la luz para poder arreglarme, así que me 
levanté de la cama con cuidado y la cogí en brazos sabiendo que no iba más que 
a murmurar algo en sueños antes de volver a caer rendida. 
Sus manitas se abrazaron a mi cuello y yo salí de la habitación con ella 
colgada como un monito. Dudé si era buena idea llevarla a la que de ahora en 
adelante iba a ser su habitación, no quería que se asustara cuando abriera los ojos 
y no supiese dónde estaba, por lo que me detuve frente a la habitación de Nick. 
Podía dejarla allí, ambos dormirían hasta más tarde y cuando Maddie abriera 
los ojos tendría a su hermano mayor para sentirse segura. 
Abrí la puerta despacio, sintiéndome muy incómoda al invadir la intimidad 
de Nicholas. Antes me había colado en cientos de ocasiones para poder dormir 
con él y despertarnos abrazados. Apreté los labios y borré esos pensamientos de 
mi cabeza. Nick estaba profundamente dormido, su cuerpo ocupaba casi toda la 
cama y como siempre su cuarto estaba oscuro como boca de lobo. Dejé la puerta 
abierta para poder ver algo y me acerqué para colocar a la pequeña junto a él. 
Cuando la dejé sobre la cama, Maddie automáticamente se hizo una bolita y 
empezó a chuparse el dedo, tan dormida como lo había estado en mi cama 
minutos antes. 
Me mordí el labio, de repente estaba nerviosa. Tiré de la manta para tapar a 
la niña. Nicholas nunca tenía frío, no había puesto la calefacción y la habitación 
era un cubito de hielo. 
Al tirar de la manta no me percaté de que esta estaba medio enredada entre 
sus piernas y, aunque lo hice todo muy despacio y sin movimientos bruscos, Nick abrió los ojos, medio dormido. Una sonrisa surgió en sus labios y yo me 
detuve quieta donde estaba, como si me hubiese congelado. 
Su mano se estiró, me cogió el brazo y tiró de mí hasta hacerme sentar junto 
a él en el colchón. 
—¿Qué hacías, pecas, espiarme? —preguntó y al escuchar cómo me había 
llamado mi corazón empezó a latir alocadamente. Un año, un año había pasado 
desde la última vez que se había referido a mí con ese apelativo cariñoso. 
Se incorporó y, sin previo aviso, su boca buscó mis labios; fue un beso 
inocente y raro, puesto que me aparté como si me hubiese quemado con fuego. 
Entonces Nick pareció caer en la cuenta, abrió los ojos, miró alrededor, a su 
hermana, luego a mí y suspiró para maldecir un segundo después. 
—Por un instante pensé… —dijo. 
—Lo sé —lo corté yo. 
Entendía perfectamente lo que había pasado. 
Me levanté del colchón, deseando desaparecer. 
—Solo te he traído a Mad, no quería que se despertara sin nadie conocido a 
su lado. 
Nick asintió mirando a la pequeña y luego volvió a fijarse en mí. 
—Espera, ¿por qué? ¿Adónde vas? —inquirió quitándose la manta de 
encima y pasándose la mano por la cara. 
—Tengo que hacer cosas… recados. —No iba a decirle adónde iba, no, ya 
había pasado por eso una vez. 
Nicholas asintió con el ceño fruncido para después abrir los ojos al ser 
consciente de lo que le ocultaba. 
—¡Oh, venga ya! —exclamó demasiado alto. 
—Chis —chisté—. ¡Vas a despertarla! 
Nick se levantó de la cama, me cogió por el brazo y me condujo hasta su 
baño. Cerró la puerta y me miró con condescendencia. 
—¡Estás loca! —me soltó ocultando su propia diversión. 
—¡Déjame! No te rías de mí, es una tradición, me gusta ir… ¡Acéptalo! 
Nick sacudió la cabeza con incredulidad. 
—Odias ir de compras, te metes con tu madre porque está todo el día 
comprando cosas y llega el viernes después de Acción de Gracias y te conviertes 
en compradora compulsiva. ¿Puedes explicarme por qué? 
—Ya te lo expliqué una vez —repliqué volviéndome para marcharme, pero 
me detuvo impidiéndome el paso con su maldito cuerpo. Sonreía… Nicholas 
sonreía mientras me miraba. Me afectó tanto esa realidad que dejé que me 
retuviera. 
—«Es el Black Friday… la gente compra hasta entrada la noche, hay chocolate caliente, las tiendas no cierran…» —dijo en un vago intento por imitar 
mi forma de hablar. 
Me sorprendió que recordase las mismas palabras que había utilizado para 
explicarle mi obsesión por aquel día y más teniendo en cuenta que había sido 
hacía dos años. 
—Si lo sabes, ¿para qué preguntas? —repuse molesta. 
Nick negó con la cabeza, aún sonriendo. 
—Tenía la esperanza de que hubieses madurado y se te hubiese pasado la 
tontería esa a la que llamas Navidad. 
Aunque se dirigió a mí de forma divertida, no me pasó por alto la palabra 
«madurar». Recordé lo que me había dicho en su piso de Nueva York y sentí 
cómo me ponía furiosa. 
—Déjame en paz, ¿quieres? 
Salí del baño antes de que pudiera volver a abrir la boca. A veces olvidaba lo 
imbécil que podía llegar a ser. 
Media hora después bajé a la cocina, embutida en unos vaqueros y un jersey 
ancho color blanco roto. Quería ir cómoda, el Black Friday era una locura y yo 
era una experta en encontrar las mejores rebajas. 
A pesar de lo temprano que era, cinco minutos después de haberme servido 
una taza de café, Nick y Maddie aparecieron en la cocina, ambos en pijama y 
con los pelos revueltos. Nick llevaba a Mad colgada de un hombro y la niña se 
reía mientras él amenazaba con hacerla caer. Al verme allí sentada, Madison 
forcejeó para que su hermano la bajara y vino corriendo a sentarse a mi lado. La 
ayudé a subirse a la silla mientras Nick iba directamente a servirse una taza de 
café. 
—¡Yo quiero lo mismo que Noah! —pidió dando saltitos y señalando mi 
dónut de chocolate. 
Nick la observó con el ceño fruncido. 
—Primero mídete los niveles de azúcar, enana —le indicó dejándole un 
aparatito frente a ella en la mesa junto a un vaso de leche caliente. 
Maddie suspiró, pero prosiguió a hacer lo que su hermano le pedía. La 
observé sin poderme creer que con siete años estuviese haciendo eso ella sola. 
Miré a Nick, que estaba entretenido batiendo unos huevos, y me vi en la 
necesidad de hacer algo. 
—¿Te ayudo, cielo? —dije, aunque no tenía mucha idea sobre los niveles de 
azúcar correctos ni nada de eso. 
—Yo puedo —contestó la niña sacando una tira de una cajita, luego sacó un 
dispositivo con una lanceta para pincharse, la colocó sobre uno de sus deditos, 
apretó la parte superior y un clic consiguió que una gotita de sangre saliera de su piel. Con una habilidad increíble, la habilidad que se consigue al hacer eso unas 
tres veces al día desde el momento en el que le diagnosticaron la enfermedad, 
pasó la gotita de sangre a la tira y después la metió en la máquina. Unos 
segundos después, leyó sus niveles de azúcar en voz alta. 
—No hay más dónuts, Mad, pero tengo galletas y una manzana que está 
riquísima —dijo Nick cogiendo su taza de café, las galletas y la fruta y 
sentándose junto a su hermana, que lo miraba con cara de pocos amigos. 
Sabía que había más dónuts y maldije el momento en el que se me ocurrió 
comer uno aquella mañana, no quería darle envidia a la pobre criatura, así que lo 
cogí, me lo llevé de la mesa y lo tiré a la basura. 
—Esas galletas no me gustan —protestó cruzándose de brazos. 
Nick la observó soltando un suspiro. 
—Son las que comes siempre, Madison, y te gustan. 
—¡No! —gritó saltando de la silla con intención de salir corriendo. 
Nick extendió el brazo y la cogió al vuelo. Justo entonces apareció Will por 
la puerta, también en pijama y mirando a su hijo con cara de pocos amigos. 
—¿Qué son estos gritos? —preguntó mirando alrededor y fijándose en mí 
unos segundos de más—. ¿Qué haces vestida? 
Puse los ojos en blanco y lo rodeé para poder sacar los huevos que Nick se 
había dejado en el fuego. Los puse en un plato y se los llevé a la mesa mientras 
Maddie observaba a su padre con asombro. 
—Cómete el desayuno —le ordenó su hermano sentándola otra vez a la 
mesa. 
Will cogió su taza y el periódico que había justo encima de la mesa y fue a 
sentarse. Entonces cayó en la cuenta de que los tres, Nick, Maddie y yo, lo 
observábamos expectantes. 
William miró a Nick, después a mí —que le hice una seña en dirección a 
Mad — y después sus ojos se fijaron en la niña que había sentada justo enfrente. 
—Hum… —dijo aclarándose la garganta un segundo más tarde—. ¿Cómo 
has dormido, Maddie? 
La niña metió la galleta en el vaso de leche, luego se la llevó a la boca y así 
contestó a la pregunta. 
—He dormido con Nick y Noah. 
William se medio atragantó con el café. Pasó su mirada de Nick a mí. 
—¡¿Qué demonios?! —exclamó dejando la taza en la mesa. 
Nicholas cruzó una mirada fugaz conmigo y se dispuso a explicarse. William 
asintió unos segundos después, mirándonos con cara de pocos amigos. De 
repente, sentí que necesitaba salir de allí. 
—Me largo —anuncié cogiendo mi bolso y dejando mi taza en el fregadero.




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