NICK
Sabía que Noah odiaba ir de compras con gente y por ese motivo me había
pasado la mañana a solas con Maddie. Habíamos ido a la librería, a la juguetería
y al parque infantil. Me había rogado que le comprara un disfraz; mientras que
todas las niñas de su edad se ponían coronas y vestidos de princesas, la rara de
mi hermana había elegido el de tortuga ninja. Sí, así que ahora iba por medio de
Beverly Grove con una tortuga ninja en miniatura y varias bolsas de cosas que
no había tenido intención de comprar.
Tal como había dicho mi padre, mi hermana era digna hija de mi madre.
—¿Dónde está Noah? —me preguntaba sin cesar desde que le había dicho
que nos reuniríamos con ella.
—Eso quisiera saber yo —contesté sentándome fuera del centro comercial y
esperando a que saliese de una vez. Steve llegaría en nada a recogernos, aunque
el tráfico era una locura… no se podía parar ni en segunda fila.
Justo cuando saqué el móvil para llamarla la vi aparecer. Iba cargada de
bolsas, el jersey que se había puesto estaba ahora atado en su cintura y debajo
llevaba una sencilla camiseta de tirantes que le marcaba hasta el ombligo.
Mad salió corriendo a recibirla mientras yo me subía las gafas de sol a la
cabeza y la observaba embobado como un idiota.
—¡Me encanta tu disfraz, Mad! —dijo sonriéndole y dejando al descubierto
sus bonitos dientes blancos. Hacía tanto tiempo que no veía esa sonrisa que sentí
un pinchazo en el pecho.
—Había de tu talla, seguro que podemos buscarte uno si quieres —comentó
mi hermanita, lo que provocó una carcajada de Noah.
Noah disfrazada de tortuga ninja… ¡lo que me faltaba!, aunque Noah
disfrazada con muchas otras cosas se me pasaron por la mente, obligándome a
ponerme las gafas otra vez y ocultar mis pensamientos lujuriosos.
—Hola —saludé cuando por fin nos encontramos a medio camino.
—Hey —respondió de una forma bastante seca.
Fruncí el ceño con curiosidad.
—Deja que te ayude —me ofrecí cogiéndole las bolsas de las manos. Se
resistió al principio, pero al final me dejó. Sus ojos se apartaron de los míos y
volvieron a fijarse en mi hermana.
—¿Desde cuándo estáis aquí?
—Desde hace un par de horas —contesté sacando el móvil y fijándome en
los mensajes. Steve estaba en la esquina esperándonos con el coche mal
estacionado —. Vamos.
Cinco minutos después habíamos dejado la locura atrás.
Las llevé a comer a un restaurante alejado de todas las zonas comerciales.
Comimos chuletón con patatas mientras mi hermana acaparaba casi toda la
conversación. Para ser sincero, no tenía ni idea de qué estaba haciendo o a qué
estaba jugando, pero de repente tenía la necesidad casi vital de estar a solas con
Noah. Esta apenas me había dirigido la palabra y, aunque las cosas estaban
tensas entre ambos, más que tensas en realidad, creía que nuestra tregua iba a
funcionar mejor, la verdad.
Al salir del restaurante me fijé en que en el edificio de enfrente había un
parque infantil, de esos con bolas de colores y colchonetas para saltar, con
toboganes y un montón de niños correteando sin parar.
—Mad, ¿quieres ir ahí? —le pregunté señalando lo que era el paraíso para
cualquier niño de menos de diez años.
Mi hermana se puso a saltar como loca de alegría mientras Noah me miraba
con el ceño fruncido. Sí, bueno, no había sido tan sutil como creía. Pagué para
que retuvieran al monstruito durante una hora y le propuse a Noah dar un paseo.
—Te noto muy callada —comenté mientras entrábamos en una calle
peatonal, plagada de bares, tiendas y heladerías—. ¿Estás cansada?
Noah siguió mirando hacia delante.
—Sí, supongo… Me he levantado muy temprano.
Seguimos andando sin volver a decir nada. Aquello era ridículo, nunca
habíamos estado tanto tiempo juntos sin pronunciar palabras. Noah, la que no
callaba ni debajo del agua, a la que muchas veces había tenido que callar con un
beso o distraer con caricias para que me diera un respiro, ahora parecía
interesada en cualquiera menos en mí.
—Bueno, ¡basta ya! ¿Qué demonios te pasa? —inquirí molesto.
Ella me miró sorprendida.
—No me pasa nada… —dijo, aunque dudó al final de la frase. Esperé
procurando no exasperarme—. Es solo que esto no es lo que esperaba. Se
suponía que íbamos a estar con tu hermana, ¿por qué la has metido en ese
puñetero parque infantil? ¿Sabes la de enfermedades que se transmiten ahí?
¡Piojos, por ejemplo! Ahora seguro que todos cogemos piojos porque has
decidido cambiar de planes… se suponía que íbamos a dar los tres un paseo por
el parque antes de regresar a casa; además, me quedaban compras por hacer…
No te planteaste si había terminado cuando me llamaste, pero estás tan acostumbrado a dar órdenes: «Te veo en cinco minutos» —imitó mi voz—. Pues
a lo mejor no estaba lista, ¿habías pensado en eso? ¡Y no, no me mires así! Esto
es… raro, sí, no estoy cómoda.
Abrí los ojos con sorpresa procurando contener las ganas de reírme, sí que
había estado callándose cosas, sí.
—¿No estás cómoda con qué? —pregunté con incredulidad fingida.
Noah se detuvo y se volvió hacia mí.
—¡Con esto! —respondió señalándonos a ambos—. Tú y yo. ¡Actúas como
si siguiésemos juntos! —soltó como si le hubiese costado la vida decir algo así
—.
Acepté la tregua por el bien de Maddie, pero no voy a engañarme a mí
misma y agradecería que tú tampoco lo hicieras. ¿O te recuerdo las cosas que me
dijiste la última vez que te vi?
Respiré hondo. En el fondo, sabía que Noah tenía razón. Le había dicho que
estaba enamorado de Sophia para que pasase página, pero sabía que no iba a ser
tan fácil.
—Te he tratado como si fueses una amiga, nada más —dije poniéndome
serio.
Noah miró alrededor, parecía afectada. Después de unos segundos volvió a
fijarse en mí.
—Prefiero tu hostilidad —soltó entonces y sentí un pinchazo en el pecho—.
De veras, lo prefiero, puedo lidiar con eso, estoy acostumbrada; en cambio,
lo que haces ahora… —Negó con la cabeza mirando al suelo. Me hubiese
gustado levantarle la barbilla para poder fijarme en sus ojos—. Sé que lo haces
por tu hermana, pero a mí me duele y me confunde. No quiero pasar tiempo
contigo, no quiero ir a dar un paseo, ni a almorzar, ni que me preguntes cosas
como por qué tengo una cicatriz o por qué voy en moto… Esos asuntos de mi
vida ya no te incumben y sé que fui yo quien lo fastidió todo, pero tomaste una
decisión y me gustaría que la cumplieras.
Desvié mi mirada hacia los árboles que había detrás, sintiéndome como una
mierda. Sí es verdad que había hecho eso por Maddie, pero una parte de mí
había querido pasar tiempo con ella, porque, maldita sea, la echaba tanto de
menos…
—Muy bien —dije un tanto cortante—. Vamos a buscar a mi hermana.
Giré sobre mis talones y empecé a andar calle abajo. Noah no tardó en
colocarse a mi lado y esa sensación… esa sensación de tenerla cerca, pero a la
vez a kilómetros de distancia, consiguió volver a convertirme en la estatua de
hielo que sin haberme dado cuenta había empezado a dejar de ser el día anterior.
Pasamos por delante de algunas tiendas y justo cuando íbamos a doblar hacia donde estaba el parque infantil, mi madre, sí, mi madre apareció frente a
nosotros. Me detuve en cuanto la vi. A pesar de lo que ahora estipulara la ley, yo
había seguido negándome a verla y había sido la niñera quien me había traído a
mi hermana el día anterior. Verla allí otra vez, teniendo en cuenta que no nos
habíamos vuelto a cruzar desde la noche que decidió ponerse a soltar verdades
en el aniversario de Leister Enterprises, fue una sorpresa de lo más desagradable.
Como siempre, iba muy elegante, con un vestido de cachemir, tacones altos y
el pelo recogido en un moño; aunque creí ver ojeras bajo sus ojos claros, ojeras
que el maquillaje caro de mi madre debería haber cubierto mejor.
—¡Nicholas! —exclamó sorprendida al verme justo delante de sus narices.
Apreté la mandíbula con fuerza antes de hablar.
—Sí, madre, vaya desagradable coincidencia encontrarnos así.
Ella cuadró los hombros, encajando el golpe supongo. La verdad es que me
importaba un comino, pues la relación con ella seguía siendo igual de mala…
¡qué digo!, era inexistente.
—Hola, Noah —saludó volviéndose hacia ella, que se tensó a mi lado de
forma evidente.
Teniendo en cuenta las circunstancias y el pasado de nuestros padres, no me
equivocaría al pensar que mi madre estaba en la lista de enemigos más acérrimos
de Noah; es más, seguramente tenía un lugar privilegiado en lo más alto. No le
devolvió el saludo.
—Tenemos prisa. Si nos disculpas… —dije con la firme intención de seguir
con mi camino. No obstante, mi madre dio un paso hacia delante y colocó su
mano en mi brazo, reteniéndome.
—Me gustaría poder hablar contigo, Nicholas.
—Sí, quedaba claro en todos los mensajes que le has dejado a mi secretaria,
pero creo que ella ha sido lo suficientemente concisa en su respuesta al decirte
que no me interesa.
Cogí a Noah de la mano en un acto reflejo; de repente sentía que me ahogaba
y quería salir de allí cuanto antes. Tiré de ella y pasamos a su lado con la clara
intención de largarnos sin mirar atrás.
—Se trata de Maddie, Nicholas —anunció mi madre a mis espaldas.
Eso consiguió detenerme. Me volví hacia ella con desgana.
—Cualquier cosa que pase con mi hermana puedes contárselo a mi padre, él
se encargará de ponerme al día.
Mi madre pareció venirse abajo, me miró con ojos suplicantes y todas mis
defensas se vinieron abajo. ¿Mi madre suplicando?
—Concédeme unos minutos, Nick, por favor.
Mis ojos se desviaron a Noah, que de pronto parecía igual de intrigada que yo.
—Está bien —acepté—. ¿Qué pasa?
Mi madre hizo un gesto entre sorprendida y aliviada y nos guio hasta una
cafetería que había justo delante. Noah se sentó a mi lado y ella enfrente. Todo
me resultaba tan extraño que necesitaba acabar con ello lo antes posible.
—Bueno, dispara, no tenemos todo el día.
A pesar de que mi madre parecía haber demostrado cierta debilidad
pidiéndome por favor que le concediera unos minutos, ante mi último
comentario cuadró los hombros y me miró con cara de pocos amigos.
Ahí estaba la Anabel Grason de mis recuerdos.
—Muy bien, puesto que apenas puedes intentar tener un poquito de tacto
conmigo, yo también voy a dejarme de formalismos y florituras. Quieres que sea
breve, pues seré breve —dijo dejando su taza en el plato y mirándome fijamente
—. Estoy enferma, Nicholas.
Se hizo un silencio en la mesa, un silencio interrumpido por el ruido que hizo
el vaso de cristal que estaba sosteniendo cuando cayó sobre ella.
—¿Qué quieres decir con que estás enferma? —dije cabreándome al instante.
Esto seguro que era algún tipo de treta, no sé qué fin perseguía con ello, pero
me parecía patético.
—¿Qué voy a querer decir? —me contestó y ahora sí, al fijarme con
atención, vi que la expresión de dureza flaqueaba para dejar al descubierto un
miedo y una inseguridad que nunca había visto en ella hasta el momento.
Respiró hondo y me miró fijamente antes de soltar las siguientes palabras—.
Tengo leucemia.
—¿Qué demonios dices? —repuse casi al instante notando cómo mi voz
bajaba dos octavas.
Mi madre juntó las manos sobre su regazo y se echó hacia atrás en el asiento.
—Me lo diagnosticaron hace más de un año y medio… Quise contártelo, no
quería decírtelo por teléfono, eso si te dignabas a cogerlo. Tu padre lo sabe desde
hace meses, me prometió que no te diría nada, quería contártelo yo… Sé que me
odias, pero eres mi hijo y…
Su voz empezó a temblar y de súbito me noté caer, caía y caía a un pozo sin
fondo e iba a estrellarme… era cuestión de segundos: me estrellaría y no sé qué
iba a pasar a continuación, pero nada bueno, eso seguro. Entonces noté que
alguien me apretaba la mano con fuerza, una mano cálida y pequeña que se
había acercado por debajo de la mesa y que prometía no soltarme.
Miré a Noah, que estaba a mi lado y observaba a mi madre con… ¿pena?
Sentí cómo mis dedos se aferraban a ella como si de repente fuera mi único
punto de referencia, porque lo que me estaba diciendo mi madre no podía ser cierto.
—No quería contarte esto para que me tengas lástima, solo quería explicarte
el porqué de las cosas que he hecho en los últimos meses, todo lo que hice, con
Maddie, con Grason, con tu padre…
—¿A qué te refieres? —dije aclarándome la garganta al notar que el nudo
que se me había hecho en ella me impedía hablar.
—Voy a ceder la custodia total de Maddie a tu padre.
—¿Cómo? —pregunté despertando de mi letargo.
—En los próximos años voy a tener que enfrentarme a situaciones muy
difíciles, Nicholas, situaciones que no quiero que una niña de siete años tenga
que presenciar. Cuando me enteré de esto, lo tuve claro: si a mí me pasaba algo,
lo último que quería era que mi hija tuviese que quedarse al cuidado de Grason.
Es un hombre egoísta y que apenas es capaz de fijarse en algo que no sea su
propio ombligo. He cometido errores, Dios, he cometido muchísimos errores en
mi vida y sé que estoy muy lejos de ser alguien que se merece siquiera que la
escuches ahora, pero Maddie me importa, me importa, Nick, y quiero que si a mí
me pasa algo, si esto no termina saliendo como yo espero que salga, mi hija esté
con una familia que la quiera y la proteja.
—Espera, espera —la interrumpí—. ¿Dices que mi padre está al tanto de
esto?
¿Está de acuerdo en tener su custodia completa? Pero ¿cómo…?
—Todo lo que ha pasado con Grason, el divorcio, saber quién era el padre de
Madison… removí todo ese asunto porque existía una posibilidad de que Maddie
fuera hija de tu padre. Y no me equivoqué, como tampoco me equivoqué al dar
por hecho que en el instante en que William supiera que Maddie era su hija iba a
querer formar parte de su vida, y eso es justo lo que yo quiero también.
La miré con incredulidad… todo lo que había pasado, todo lo que se había
descubierto… ¿Era porque mi madre quería que fuese mi padre el que se
encargara de Mad en el caso de que…? ¿En el caso de que muriera?
—¿Y qué piensas hacer? —pregunté súbitamente, sintiendo la rabia crecer
dentro de mí—. ¿Pretendes abandonar a Maddie en casa de mi padre? ¿Pretendes
renunciar a tus derechos y pretender que tu hija no te eche de menos? ¡Eso es
una locura!
—Nicholas… —empezó a decir Noah.
—¡No! —solté poniéndome de pie—. ¡Las cosas no se hacen así, maldita
sea!
¿Pretendes hacer con ella lo mismo que hiciste conmigo?
Mi madre respiró hondo sin mirarme.
—Siéntate, por favor —me pidió manteniendo la calma, aunque pude ver que a duras penas.
Me senté porque de repente me temblaban las piernas, todo mi cuerpo estaba
en tensión, todo mi maldito cerebro era un remolino de pensamientos sin sentido
que pretendían comprender en qué mundo las acciones de mi madre podían estar
justificadas.
—No pienso abandonarla, Nicholas, simplemente voy a cederle la custodia a
su padre mientras yo procuro salir de esta. Estoy en contacto con los mejores
médicos del país y voy a empezar la quimioterapia en el hospital MD Anderson
en Houston. Los médicos son optimistas, pero esto puede llevar años; no querrás
que me la lleve a Houston conmigo, ¿no? ¿Quién cuidaría de ella mientras yo me
someto al tratamiento? Solo estoy pensando en lo que es mejor para todos.
Me quedé callado lo que pudieron ser segundos o minutos, no tengo ni idea.
Todo era una mierda, una auténtica mierda.
Entonces sentí el tacto de una mano diferente coger la mía. Abrí los ojos y
comprobé que era la de mi madre. ¿Sus manos siempre habían estado así de
huesudas? Me fijé en ella, en sus ojeras y en que parecía mucho más delgada que
la última vez que la vi. Mis dedos actuaron por su cuenta y se aferraron a ella
casi sin siquiera pedirme permiso.
—Siento todo esto, Nick —se lamentó y un momento después me soltó para
limpiarse una lágrima que había decidido escaparse de su autocontrol—. Tu
padre puede explicártelo todo mejor que yo. Gracias por escucharme.
Mi madre fue a levantarse y de repente sentí un vacío en mi pecho y mi
mente.
—Espera —le pedí sintiéndome más perdido que en toda mi vida—. Voy a
darte… voy a darte mi número personal para que puedas llamarme y decirme
cuándo vas a irte o cuándo piensas…
Me callé porque ni yo sabía lo que quería. Saqué del bolsillo de mi cartera
una de mis tarjetas de visita y con un boli escribí mi número personal detrás. Mi
madre la cogió y me sonrió agradecida.
—Gracias, hijo —dijo antes de desviar su mirada a Noah—, y a ti también.
Diez minutos después estábamos en el parque infantil recogiendo a mi
hermana.
Me sentía como si de pronto mi vida no fuera la mía, como si estuviese
representando un papel que no me pertenecía… de golpe estaba tan enfadado,
tan cabreado con la vida por habérmela jugado de esa forma, por ponerme otra
piedra en el camino, que noté cómo empezaba a arder bajo la piel, noté cómo
mis músculos se tensaban originando una energía que no tenía ni la menor idea
de cómo eliminar.