Culpa nuestra

Capítulo 23

NICK 
Por mucho que quisiera a mi hermana, aquella mañana no era lo que 
esperaba ver nada más abrir los ojos. Me incorporé intentando centrarme, 
intentando determinar por qué el lado izquierdo de mi cama estaba vacío, cómo 
no me había dado cuenta de que Noah se había despertado y había salido de mi 
habitación. La respuesta a esa pregunta era que había conseguido dormir 
profundamente por primera vez en un año. 
—¿Dónde está Noah? —preguntaba mi hermana sin cesar, mientras daba 
pequeños saltitos en el colchón. Esa pregunta me cogió desprevenido. 
¿Cómo que dónde estaba? 
—¿No está en su habitación? —dije, levantándome por fin y pasándome la 
mano por la cara en un intento de despejarme. Fui hacia el baño para echarme 
agua y así centrarme en el nuevo día, un día en el que iba a tener que dar muchas 
explicaciones y en el que iba a tener que plantearme muchas cosas. 
Lo de ayer no había sido simple sexo, no, en absoluto, había sido mucho 
más, me había dejado llevar por sentimientos pasados… y por primera vez en 
mucho tiempo me había sentido bien. 
—No está, Nick —repitió Maddie. 
Con el ceño fruncido fui hasta su habitación, abrí la puerta y, efectivamente, 
allí no había nadie. Miré alrededor en busca de sus cosas… sus libros y su 
pequeña maleta habían desaparecido. 
—¡Joder! —maldije entre dientes. 
—¡Has dicho una palabrota! 
Bajé la vista y comprendí que no era el mejor momento para tener que 
encargarme de Madison. 
—Enana, baja a la cocina, Prett te preparará el desayuno, ¡vamos! —la alenté 
cuando fue a discutir. 
—¿Noah se ha ido? —me preguntó visiblemente disgustada. 
Sí, bueno, ya éramos dos. 
—No lo sé, ahora baja, no voy a repetírtelo —le dije y por cómo me fulminó 
con sus bonitos ojos azules, supe que eso iba a tener consecuencias al cabo de un 
rato. 
Sin decir nada más, se volvió y salió corriendo hacia las escaleras.

Yo me metí en mi habitación y busqué el teléfono móvil hasta dar con él. Sin 
siquiera detenerme a pensar marqué su número y no una sino dos veces más. 
«Maldita sea, Noah, ¿tenías que irte así?» 
Estaba cabreado, mucho, además. Me planteé coger el coche e ir tras ella. 
¿Por qué se había ido? ¿La había tratado mal? No, claro que no, joder, la 
había tratado como siempre, lo habíamos hecho como cuando estábamos juntos. 
Sí, vale, ella había querido más, me había pedido más… 
«Dime que me quieres…» 
No podía decírselo. Dolía demasiado. 
Bajé a la cocina con un humor de perros, allí estaba mi padre con mi 
hermana, hablaban animadamente de algo, bueno la que hablaba sin parar era 
Maddie, y Rafaella los observaba con una sonrisa en los labios. Al verme entrar 
ambos se fijaron en mí y yo mascullé un buenos días antes de encaminarme 
hacia la puerta de entrada con una taza de café en las manos. 
Cuando vi el coche chatarra de Noah, el alivio de saber que en realidad no se 
había marchado me inundó por entero. Pero si el coche estaba ahí, ¿dónde estaba 
Noah, dónde estaban sus cosas…? 
No tardé mucho en comprobar que el Audi de Noah ya no estaba aparcado en 
el garaje. 
Se había ido. Me di cuenta en aquel momento de que no decirle lo que había 
necesitado oír había sido más efectivo para alejarla de mí que todas mis 
mentiras. Había conseguido lo que había querido: que pasase página. Pero 
entonces… ¿por qué sentía un vacío en mi interior, un vacío que había 
desaparecido nada más verla? 
No ayudó a mi mal humor que mi padre me llamara a su despacho para 
hablar conmigo. Después de la discusión que habíamos tenido el día de Acción 
de Gracias no habíamos vuelto a hablar, pero algo me decía que esta vez no 
quería hablar de trabajo. 
—Tu madre me llamó ayer para decirme que se encontró contigo y que te 
contó que está enferma —dijo cuando entré en su despacho. 
Solté una carcajada irónica mientras me dirigía al bar y me servía una copa. 
Eran las diez de la mañana, pero me daba igual. 
—Veo que ahora sois muy amigos, os lo contáis todo. ¿Cómo se toma eso 
Rafaella, papá? ¿O es que también se lo has ocultado? 
Mi padre no entró en mi provocación, simplemente esperó, con las manos 
cruzadas sobre su estómago, sentado en su gran sillón de cuero, a que me tomara 
la copa y me sirviera otra más. Cuando por fin me vi con el ánimo suficiente de 
volverme hacia él lo hice lleno de ira, de ira y de una tristeza profunda y nueva 
que nunca había sentido hasta entonces.

—¡¿Cuándo pensabas decírmelo?! —le grité. 
—Tu madre me pidió que no lo hiciera —me contestó él con calma fingida. 
Me reí con sarcasmo. 
—¿Sabes, papá? Es gracioso ver cómo dependiendo de si te perjudica o no, 
decides contar las cosas u ocultarlas. No tuviste problema en ocultarme que 
engañaste a mi madre durante prácticamente todo tu matrimonio, tampoco 
tuviste problema en ocultarme que ella se fue por ese mismo motivo… ¡Me 
dejaste creer que se había ido sin más, sin explicación ninguna! 
Mi padre se levantó del sillón y se volvió hacia la ventana. 
—Tu madre no pensaba regresar, Nicholas, la conozco, y cuando decidió 
dejarte aquí lo hizo siendo muy consciente de lo que hacía. No te conté nada 
porque no quería que tuvieses esperanza de volver a verla, no quería que 
persiguieses una mentira. 
—¡Mi vida entera ha sido una puta mentira! —Necesitaba calmarme, 
necesitaba controlar los temblores que parecían querer adueñarse de mi cuerpo y 
mis manos. Apreté los puños con fuerza—. ¿Qué va a pasar con Madison? 
Mi padre, al ver que controlaba mi tono de voz, se volvió de nuevo hacia mí. 
—Tiene que quedarse aquí, es lo mejor para ella —contestó, y yo empecé a 
negar con la cabeza… ¿Lo mejor? ¿Lo mejor para quién?—. Nicholas, tu 
hermana tiene que estar en un ambiente seguro y cálido, no quiero que esté 
rodeada de médicos y hospitales, y que tenga que ver cómo tu madre se somete a 
quimio, es muy pequeña. 
—Necesita a su madre. 
Mi padre se me quedó mirando fijamente, sus ojos, tan parecidos a los míos, 
se quedaron fijos en mis pupilas. Hacía tiempo que no me miraba así, años tal 
vez, y empecé a sentir un nudo en la garganta que se hacía más y más grande. 
Mi padre se acercó y con cuidado colocó su mano en mi hombro. 
—Esto no es lo mismo que te pasó a ti, Nick —dijo. Al escucharlo solo pude 
apretar la mandíbula con fuerza—. No voy a dejar que pase esta vez, te lo 
prometo; Maddie verá a su madre, seguirá en contacto con ella, no volveré a 
cometer el mismo error. 
Negué con la cabeza, las palabras estaban atascadas en mi garganta; de 
repente me sentí como cuando tenía doce años y mi padre me explicó que mi 
madre ya no iba a regresar. 
—Nunca te he pedido perdón por eso… Te lo pido ahora… Me equivoqué, 
Nicholas, creí que hacía lo mejor para ti, creí que yo iba a ser suficiente, creí que 
tu madre solo iba a hacerte más daño, pero debí luchar contra eso, debí luchar 
porque permaneciera en tu vida, de cualquier forma, aunque estuvieses viviendo 
una mentira. Eso es lo que hacen los padres, hijo, dicen y hacen lo que sea para que os sintáis protegidos y queridos, y yo no supe hacerlo. 
Mis ojos se humedecieron y pestañeé varias veces para poder ver con 
claridad. 
Maldición, aquello era lo último que me esperaba. La vida seguía dándome 
sorpresas, dándome golpes, esperando a que me levantara después, dolido, sí, y 
dañado, pero alentándome a seguir con mi camino. 
—No dejes que Maddie se quede sin madre —le pedí con la voz quebrada y 
no solo me refería a que mi madre tuviese que marcharse. Mi padre entendió 
exactamente lo que quería decir. 
—Voy a hacer todo lo que esté en mi mano para que ninguno de los dos se 
quede sin madre, Nicholas. 
Lo último que sé es que mi padre tiraba de mí para darme un abrazo que me 
pilló completamente por sorpresa. No recordaba la última vez que él había hecho 
algo parecido, no recordaba la última vez que alguien que no fuese Noah hubiese 
necesitado ese tipo de demostración afectiva por mi parte y al sentir la paz que 
acudía a mi corazón comprendí, que, al contrario de lo que pensaba, yo también 
necesitaba bajar la guardia y dejar que otros se ocuparan, al menos por una vez, 
de protegerme de la oscuridad.




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