NICK
Miré la agenda que mi secretaria me acababa de pasar y suspiré al ver que
apenas iba a tener tiempo de respirar. Entre la apertura de LRB y el cierre de las
otras dos empresas, me di cuenta de que casi no iba a poder hacer otra cosa que
dedicarme por completo al trabajo. No me quejaba, pues me gustaba trabajar,
sobre todo en el nuevo proyecto que tanto me había costado poner en marcha.
Miré el periódico de aquella mañana y maldije entre dientes. Simon Roger
me había llamado aquella misma mañana para insistirme en que no podíamos
permitirnos la mala prensa tan pronto: la imagen que diésemos en esos
momentos era lo más importante, según él, y aunque sabía que tenía razón yo no
tenía tiempo para posar sonriente ante las cámaras y explicar el porqué de mis
decisiones. Ya me había costado convencer a la junta, no podía hacerlo con todo
el mundo.
Todo iría mejorando, aunque a su debido tiempo.
El teléfono sonó y lo cogí sin pensar. Era Sophia.
—Estoy ocupado —le dije un poco más cortante de lo que debería.
—Siempre lo estás —repuso simplemente—. Me ha dicho tu secretaria que
viajas a Los Ángeles la semana que viene.
—Voy a visitar las oficinas de LRB para asegurarme de que todo va sobre
ruedas.
—También me ha dicho que vas a dar una fiesta para celebrar la apertura.
—Veo que Lisa te tiene muy bien informada —comenté molesto—. Sí,
Roger ha insistido en que una fiesta sería lo más acertado para dar una buena
imagen.
—¿Pensabas avisarme de que ibas a venir a California? ¿Te recuerdo que
hace más de un mes que no nos vemos?
Me levanté de la silla y fui a servirme una taza de café caliente. Lo cierto es
que había estado tan ocupado con el trabajo y con rememorar mi último
encuentro con Noah que no, no había pensado mucho en Sophia.
—Claro que pensaba avisarte, solo que aún no tenía nada cerrado —repliqué
con calma.
Escuché a Sophia pensar incluso a tantos kilómetros de distancia.
—¿Nos vemos en tu apartamento entonces? —La ilusión con la que habló no
me pasó desapercibida y, a pesar de las circunstancias, me hizo sonreír.
—Nos vemos allí —dije sentándome otra vez—. Tienes la llave, ¿no?
No pude evitar comparar cómo hablaba con ella y cómo lo había hecho con
Noah. La llave se la había dado meses atrás, porque a veces necesitaba quedarse
en Los Ángeles por motivos de trabajo y mi apartamento estaba libre. No me
había decidido a venderlo por falta de tiempo en realidad, los recuerdos que
guardaban esas paredes quemaban tanto como el fuego de la chimenea que tenía
encendida en el despacho…
Mi vuelo a Los Ángeles salía muy temprano y tendría el tiempo justo para
llegar a la reunión de personal que había convocado para aquel mediodía. Quería
supervisar que no se estaban cometiendo los mismos errores que la última vez.
Además, quería ver a mi hermana, ya que no había vuelto a Los Ángeles
desde Año Nuevo. Noah no había aparecido y una parte de mí había ansiado
verla con todas mis fuerzas. Su madre me había dicho que había decidido
quedarse en el campus porque tenía que estudiar, pero bien sabía yo que la causa
de su ausencia llevaba mi nombre. La última noche que habíamos pasado juntos,
hacía casi dos meses, todavía estaba grabada en mi memoria, cada beso, cada
palabra, cada sonido, cada sensación… No sé qué habría pasado de no haberse
marchado.
¿Podría haberla dejado después? ¿Habría tenido la fuerza suficiente de
levantarme a su lado con ella entre mis brazos y decirle que habíamos
terminado?
Eran preguntas cuya respuesta no tenía ni tendría jamás. El destino había
querido que ella tomase esa decisión, librándome a mí de tener que hacerlo y así
habíamos continuado con nuestras vidas.
Ahora tenía a Sophia, aunque era más bien una obligación para mí, un
cumplir las expectativas de mi existencia. Quería tener hijos algún día, quería
tener una mujer. Nunca iba a amar a nadie como había amado a Noah, pero no
podía dejar mi vida en pausa, siempre sería algo doloroso de recordar y siempre
la llevaría en mi alma, en las células de mi sangre como si me perteneciese. Sin
embargo, eso no significaba que no pudiese hacer un esfuerzo por todo aquello
que sabía iba a querer tener algún día.
En el aeropuerto me esperaba Steve, que había venido a pasar unos días con
su hijo mayor, que se graduaba al día siguiente en la universidad. Le sonreí
cuando lo vi y juntos nos encaminamos hasta el coche.
—¿Cómo está Aaron? —le pregunté mientras me ponía el cinturón y
encendía el teléfono móvil para ver las llamadas perdidas y los mensajes.
—Aliviado de haber terminado por fin.
Sonreí distraído y miré la hora en mi reloj de pulsera.
—Será mejor que aceleres, no me gustaría llegar tarde a una reunión que he
convocado yo mismo.
Steve hizo lo que le pedí y tardamos poco más de media hora en entrar en la
ciudad y detenernos junto al edificio que tantos millones me había costado.
No me resultó extraño el revuelo que parecía haber en la oficina cuando me
vieron llegar, eso había sido algo a lo que había terminado por acostumbrarme.
—Buenos días, señor Leister, lo esperan en la sala de reuniones —anunció
una secretaria cuyo nombre no conocía.
—Gracias. ¿Me trae un café dentro de un minuto? —le pedí cruzando la sala,
consciente de que ya iba bastante tarde—. Solo y sin azúcar, gracias.
La secretaria se apresuró hacia la cafetera que había en una sala contigua y
yo crucé el pasillo hasta llegar a la sala de juntas. Cuando abrí la puerta me
sorprendió escuchar que todos estaban riéndose, no había nadie sentado en su
asiento; es más, estaban rodeando algo que les hacía mucha gracia. Me acerqué
con disimulo, sabiendo que nadie me había oído entrar y me encontré con una
chica de pelo largo y rubio que, sentada sobre una silla, intentaba ganarle un
pulso al mismísimo Simon Roger.
Tardé creo que dos segundos de más en comprender que la chica que estaba
allí sentada era Noah.
No entendí nada, me quedé quieto observándola reírse y hacer fuerza contra
la mano de aquel idiota, que obviamente la estaba dejando ganar, al menos por
un rato. Mis ojos se posaron unos segundos de más en sus manos entrelazadas y
lo vi todo rojo.
—Si en diez minutos que he tardado en llegar os da tiempo a montar este
circo no quiero ni imaginar lo que haréis cuando yo no estoy —comenté tan alto
que todos, incluidos los dos que se miraban divertidos y sentados en el medio, se
detuvieron y se volvieron hacia mí.
Noah se puso de pie de un salto al oír mi voz, y me impactó tanto volver a
verla, y sobre todo allí, que la rabia se apoderó de todos y cada uno de mis
sentidos; nada me importó en aquel instante, ni los empleados a los que había
querido causar una buena impresión, ni el hecho de que si no hubiese estado
Noah me habría reído con ellos e incluso habría pedido que me dejaran
participar.
Me fijé en ella y sentí cómo todo mi mundo volvía a tambalearse.
—La reunión se cancela —casi grité—. Mañana os quiero a todos aquí a las
siete de la mañana y ya veremos si mantenéis vuestro trabajo: ¡esto no es un puto
patio de recreo!