NICK
Steve me dejó en la puerta del bloque de apartamentos que tiempo atrás
había cerrado con la clara idea de no regresar. Volver allí, después de más de un
año, había sido duro: los recuerdos, los malditos recuerdos estaban presentes en
cada esquina, en cada rincón, en cada habitación.
Ese día, verla con Simon había sido como si me rajaran el corazón con un
cuchillo. ¡Maldito Simon Roger, joder, cómo me hubiese gustado partirle la cara!
Le habría hecho saltar todos los dientes de una patada cuando lo vi besando
su cuello, su piel… sus labios.
Después vino el instante en que la acorralé contra la pared, el instante en que
olvidé todo lo sucedido, en que pareció que estábamos dispuestos a borrarlo todo
y continuar hacia delante. Tenerla entre mis brazos siempre era algo magnético,
atracción pura, contra la que nada puede hacerse. Sin embargo, de sopetón algo
pareció golpearme como una bola de demolición: fui consciente de que un velo
invisible, un velo que no había notado antes, se había interpuesto entre los dos.
¿Qué era? ¿El tiempo? ¿Nuestras vidas ya casi completamente rehechas y
separadas? ¿Un amor que empezaba a congelarse en el recuerdo?
En ese momento sentí miedo, miedo al darme cuenta de que la separación
entre los dos ya era algo consumado, tangible y mucho más real de lo que nunca
hubiese podido imaginar.
Entré en el ascensor pensando en su rostro recostado contra la almohada, en
sus cabellos desparramados sobre las sábanas blancas, en la carta que había visto
en su mesilla de noche, siempre a mano, cerca…
¿Esas palabras habían dejado de tener sentido?
Sí, claro que sí… por mucho que perdiera el control al tenerla delante, por
mucho que la deseara, por mucho que quisiera regresar a donde lo habíamos
dejado, la verdad era que me había engañado con otro.
Al abrir la puerta me fijé en que las luces estaban encendidas. Sophia estaba
en el sofá, sentada, mirando la pantalla del televisor apagado y con una copa de
vino entre sus dedos. Me quité la chaqueta y la dejé sobre el sofá que estaba
frente al suyo. Sus ojos se desviaron hacia mí y vi algo que no me gustó.
—¿Estabas con ella?
De qué me valía mentir, claro que había estado con ella, no había que ser muy inteligente para llegar a esa conclusión.
—Sí, la he llevado a casa, no se encontraba bien —contesté dándole la
espalda y sirviéndome una copa.
—Está con alguien, Nicholas, él podría haberla llevado a casa…
Pensar en Simon como ese alguien me sacó de quicio.
—¿De verdad estás cuestionándome, Sophia? Ya sabes que no me gusta
responder ante nadie —dije dejando la botella con un golpe seco.
Sophia se levantó del sofá y con paso seguro se colocó frente a mí.
—Lo nuestro ya no es un juego y si esto sigue adelante tendrás que tenerme
en cuenta, Nicholas. Así que sí, te cuestiono. Antes no me importaba lo que
hacías o dejabas de hacer, estaba claro cuál era nuestro tipo de relación, pero
hace un tiempo que lo nuestro ya no va en ese sentido, así que me gustaría que
cumplieras con tu palabra.
Observé sus ojos negros con atención y vi mucho más de lo que ella
pretendía mostrarme.
Di un paso hacia delante, le cogí la barbilla y la observé más fijamente.
—Cumpliré con mi palabra —afirmé acariciando su piel con una leve caricia
de mis dedos—. Pero tú cumple con la tuya.
Sophia cerró los ojos un instante para después volver a mirarme fijamente,
esta vez ocultando muchas cosas.
—No voy a enamorarme de ti, así que deja de preocuparte.
Dicho esto, se separó de mí, me dio la espalda y se marchó a mi habitación.
Me bebí lo que me quedaba de copa y fui tras ella.
Ahora era mi turno de cumplir promesas.