NOAH
«Díselo, Noah, díselo, díselo, díselo, díselo.»
Me había repetido eso en la cabeza desde el instante en que lo vi en el salón
de Jenna. Había creído que con todo lo ocurrido y lo enfadada que estaba con
toda esa situación, la atracción que sentía por él habría desaparecido, no sé,
ahora iba a ser madre, ¿no se suponía que mis prioridades cambiaban? Pues al
parecer no, porque cuando lo vi cruzando la sala para acercarse hacia donde
estaba yo, todo mi cuerpo empezó a temblar y no solo de nervios.
Se había mostrado amable, demasiado amable para lo que me tenía
acostumbrada, y yo prácticamente me había quedado sin palabras. Al levantarme
como lo había hecho, temí que notase algo, no sé, tal vez que había ganado unos
kilos… Lion lo había notado, y Nick nunca había podido aguantarse las ganas de
picarme, así que o no se había dado cuenta o es que sabía que el ambiente estaba
tenso y prefirió callarse la boca.
A pesar de los nervios, había logrado reunir el coraje suficiente para decirle
que teníamos que hablar, pero todo me había explotado en la cara cuando la
puerta de mi habitación se abrió y apareció Sophia, justo a tiempo para
interrumpir uno de los momentos más importantes de nuestra vida.
No sé si fue por la rabia que sentí en mi interior, el odio hacia Nicholas por
haberla traído o incluso por la desesperación que me entró al confirmar que
seguían juntos, de que eran una pareja, de que él le pertenecía… pero sentí que
los celos me desgarraban por dentro. Nunca en toda mi vida había sentido mi
corazón latir tan deprisa ante la presencia de alguien, todos mis instintos me
hacían querer salir de ese cuarto y no volver a verlos jamás. Mi estado debió de
afectar a Mini Yo, porque sentí como un burbujeo en el vientre, un leve
movimiento, casi imperceptible, pero que hizo salir a relucir todo mi instinto
maternal a borbotones y sin filtros.
—¡Fuera de mi habitación! —grité desquiciada.
Ambos abrieron los ojos como platos mientras yo cogía lo primero que tenía
a mi alcance, que resultó ser una almohada y se la tiraba a Sophia con fuerza. El
almohadón apenas llegó a rozarla, por lo que me dispuse a coger otra cosa con la
que dar en el blanco, pero entonces Jenna apareció en la puerta, miró
sorprendida a Sophia y luego miró rápidamente en mi dirección.
Mis manos aferraron algo más duro esta vez, creo que una lámpara.
—¡Sácala de aquí! —ordené a voces enarbolando ese pesado objeto.
En ese preciso instante una mano me cogió la muñeca: era Nick. Me miraba
furioso.
—¡¿Qué cojones te pasa?! —bramó. Sentí la repentina necesidad de hacerle
daño. Maldito idiota… ¿No se daba cuenta? ¿No lo veía en mis ojos? Con la
mano que tenía libre empecé a darle puñetazos, hasta que me fue imposible
proseguir porque también me la inmovilizó.
—¡Nicholas, déjala! —chilló Jenna tan histérica como yo.
Intenté zafarme de su agarre, me retorcí e hice presión con mi cuerpo para
que me dejara en paz; fue en ese momento, al hacer fuerza, cuando noté una leve
humedad entre las piernas.
Me quedé paralizada.
«No.»
«No, no, no, no, no, no, no.»
Sentí que el pánico me embargaba, que un miedo intensísimo se apoderaba
de cada célula de mi cuerpo. Me eché a llorar, y Nicholas me soltó y se apartó
mirándome perplejo.
—Nicholas, sal de aquí —ordenó Jenna en un tono que nunca le había visto
usar con nadie.
No vi cuándo se fue, ni escuché lo que le dijo, solo me abracé a mí misma
debajo de la ropa de cama.
—Siento que la haya traído, Noah, no lo sabía —se disculpó Jenna junto a mi
oído.
Negué con la cabeza intentando calmarme, necesitaba que la adrenalina
desapareciera de mi cuerpo, necesitaba estar relajada, por Mini Yo, por el bebé,
por mi bebé, que estaba inquieto por mi culpa, podía notarlo.
Jenna se quedó a mi lado, sonriéndome sin mucho entusiasmo al tiempo que
me enjugaba las lágrimas que recorrían mis mejillas.
—Todo se arreglará —afirmó con calma—. Te lo prometo, todo va a salir
bien.
Asentí queriendo creerla.
—Antes… —dije en un susurro entrecortado— he notado algo raro… creo
que he estresado al bebé y eso ha provocado…
Jenna abrió los ojos asustada y yo me incorporé con cuidado. Me bajé de la
cama y fui hasta el baño. Jenna esperó y salí unos minutos después.
—Falsa alarma —anuncié con voz temblorosa.
Jenna suspiró cerrando los ojos y yo volví a sentir algo de paz.
Estar metida en una habitación, sin mucho que hacer te deja demasiado
tiempo para darle vueltas a la cabeza. En breve tenía que volver al médico y,
pasara lo que pasase, iba a tener que comenzar a tomar decisiones y a hacerme
cargo de la situación yo sola. Para empezar iba a tener que irme a mi
apartamento, no podía seguir volviendo locos a mis amigos.
Estaba claro que lo que había pasado el día anterior no podía volver a ocurrir,
y la presión de decírselo a Nicholas estaba acabando con mi fuerza vital, tenía
que decírselo, y ya, no había vuelta, era el padre de Mini Yo y Mini Yo iba a salir
de mí en unos cuatro meses, lo que significaba que muy pronto iba a tener que
anteponer las necesidades del bebé a las mías. Por muy poco que quisiera
compartir esto con él y por muy cabreada que estuviese, no me quedaba otra.
Había pensado decírselo de una forma sutil, ya sabéis, tanteando el terreno, y
quedarme con su reacción grabada en la memoria hasta que me muriera, pero el
haber visto a Sophia había acabado con cualquier vestigio de amabilidad y tacto.
Así que al día siguiente, durante esos momentos de soledad e inactividad,
tomé una decisión.
Teléfono.
Contactos.
Nicholas Leister.
Estoy embarazada.
Enviar.
Fin del problema.
¿Si os digo que me arrepentí casi al instante de pulsar el botón os parecería
muy cobarde por mi parte?
Me quedé en silencio mirando la pantalla casi sin poder respirar.
A los cinco minutos empezó a sonar.
Una, y otra, y otra vez.
Cogí el teléfono con dos dedos, casi sin querer tocarlo, y lo tiré a los pies de
la cama.
Ay, mierda… ¿Por qué de repente estaba aterrorizada?
—¡Jenna! —grité casi sin aliento.
Al minuto subió mi amiga a ver cómo estaba.
—¿Podemos ir a alguna parte? —dije levantándome de la cama y abriendo el
armario.
—Pero ¿qué haces? —preguntó ella alarmada—. ¡Vuelve a la cama!
Cogí unos leggins y me los puse en menos de lo que canta un gallo. Luego hice lo mismo con un jersey.
—Tengo unas ganas terribles de ir a la heladería esa del otro día.
Me puse los zapatos sin que Jenna pudiera evitarlo y me detuve frente a ella
mirándola a los ojos.
—Estoy teniendo un superantojo, el más grande que he tenido hasta ahora.
Llévame por favor, me quedaré sentada en el coche, lo prometo, pero
necesito salir de aquí.
Jenna pareció dudar, pero después de seguir insistiendo durante varios
minutos terminó por aceptar. Nos montamos en el coche y solo cuando perdimos
de vista la casa pude respirar profundamente.
Me acaricié el vientre nerviosa, una y otra vez…
«Ay, Mini Yo… tu padre me va a matar.»
El teléfono de Jenna empezó a sonar justo cuando ella bajó a comprarme el
helado. Lo cogí con manos temblorosas y lo puse en silencio, a pesar de saber
que estaba obrando mal.
Dios, había soltado la bomba y ahora me daba a la fuga.
Cuando Jenna me trajo el helado, apenas pude tomarme un par de cucharadas
antes de decirle que el antojo había pasado y que ahora tenía ganas de vomitar.
Yo sabía que no era por el bebé, sino más bien por pánico.
—Entonces voy a llevarte a casa —dijo poniendo las llaves otra vez en el
contacto.
—¡No! —grité sobresaltándola—. ¿Por qué no vamos al cine? Eso es algo
que sí puedo hacer, ¿no? Estaré sentada todo el rato y descansando…
—Si quieres ver una peli, alquilaremos una, Noah, pero no puedes estar por
ahí, necesitas estar en la cama, así que no.
—¡Jenna! —grité exasperada—. Como siga metida una hora más en esa
habitación voy a terminar por volverme loca. ¡Hazme este favor, joder!
Los labios de mi amiga se fruncieron en un gesto de disgusto.
—Desde que estás embarazada te has vuelto insoportable. ¿Te lo había
dicho?
—Un par de veces, pero, vamos, muévete, muévete —la alenté.
Cuando llegamos al cine aún quedaba media hora para que empezara la
sesión, así que esperamos sentadas en el coche.
—Voy a avisar a Lion de que no llegaremos hasta más tarde, seguro que está
preguntándose dónde nos hemos metido.
Le arrebaté el teléfono de las manos antes de que pudiera ver las llamadas
perdidas.
—Pero ¿qué demonios te pasa? —me espetó ya sin poder contenerse—.