Culpa nuestra

Capítulo 37

NOAH 
Tardamos más de una hora en llegar al antiguo apartamento de Nicholas. El 
camino de vuelta de la playa y la parada en casa de Jenna para recoger algunas 
de mis cosas lo habíamos pasado en silencio. Y no porque yo hubiese querido 
quedarme callada, no, al revés, fue él quien puso la música del coche y se sumió 
en un estado de silencio casi total. 
Como estaba tan enfadada, iba con la vista clavada en la carretera, aunque he 
de confesar que a veces miraba de reojo a Nick sin que él se percatara, no fuera a 
pillarme mirándolo como una desesperada que ansía que el padre de su hijo diga 
algo alentador como «Me alegro muchísimo» o «Todo va a salir bien». 
No hubo nada de eso, el momento mágico del coche se había desvanecido, 
quedándose en la playa; el atardecer había llegado a su fin y la oscuridad de la 
noche parecía haberse filtrado en el ambiente. ¿Qué demonios le pasaba? Vale, 
sí, era una noticia que no dejaba indiferente a nadie, pero joder, una charla 
insustancial habría bastado. 
Cuando estacionó en el aparcamiento me bajé sin siquiera detenerme a 
esperarlo. Fui derechita al ascensor. En teoría no debería estar caminando, pero 
no pensaba decírselo; es más, ahora caía en la cuenta de que Nick no tenía ni 
idea de los problemas que presentaba mi embarazo y una parte de mí temía tener 
que contárselo. Jenna podría llamarlo en cualquier momento y ponerlo al día, 
pero ahora que nos habíamos ido juntos, mi amiga parecía mucho más relajada y 
contenta, parecía estar en una nube, en realidad. Pobre ingenua, se creía que por 
el simple hecho de habérselo contado los dos íbamos a convertirnos de repente 
en la parejita feliz de antaño… 
Ridículo sí, pero no voy a decir que no lo hubiese esperado, al menos un 
poco. 
Nicholas me alcanzó y juntos subimos a la cuarta planta. Él llevaba mi 
pequeña maleta. 
Solo al entrar comprendí que ese sitio ya no era mi lugar… y mucho menos 
el de Mini Yo. El apartamento estaba diferente, nuestras fotos, los cuadros que 
habíamos elegido juntos, los cojines de colores… todo había desaparecido; más 
aún, los muebles incluso habían sido sustituidos por unos carísimos y elegantes 
sin personalidad ninguna y con pinta de ser muy incómodos.

Lo peor de todo es que sabía que nada de lo que había allí había sido elegido 
por Nick… Otra persona había realizado esos cambios, y no tardé más de un 
segundo en que su nombre me viniera a la cabeza. 
Joder, la realidad me golpeó como un mazazo en el estómago. Sophia había 
estado allí, Nicholas había convivido con ella en ese apartamento igual que lo 
había hecho conmigo… Fui en silencio hasta la habitación, la habitación donde 
habíamos pasado los mejores momentos íntimos de nuestra relación, todo lo que 
sabía, todo lo que él me había enseñado había sido en esa cama, en sábanas 
como esas, en ese espacio. Me enjugué la lágrima que rodó por mi mejilla casi 
de un manotazo. La habitación también estaba cambiada, todo era diferente. 
Imágenes de Nick con ella, de él besándola, acariciándola, tocándola, 
haciéndole lo mismo que a mí se sucedieron en mi mente como si de una 
proyección de diapositivas imaginarias se tratase. 
Nicholas colocó mi maleta encima de un banco y entonces se volvió hacia 
mí. 
—Deberías meterte en la cama. 
Sus palabras parecieron hacerme despertar y salir de aquel infierno en el que 
me había metido. 
—¿Ya me hablas? —dije intentando ocultar mi tristeza con rabia. 
Se mostró sorprendido y me observó con cautela. 
—Perdona si he estado callado antes… necesitaba pensar en todo esto… 
comprende que no haya sido algo que hubiese estado esperando. 
—¿Y yo sí lo estaba esperando? —le repliqué con incredulidad. 
—Tú has tenido más de tres semanas para asimilarlo —repuso 
recriminándome el no habérselo dicho en cuanto lo supe. 
—Lo siento si no corrí en tu busca en cuanto me enteré de que tenía un bebé 
en mi interior, ¡un bebé que yo no he buscado ni quiero! 
En cuanto solté esas palabras me sentí culpable y supe que mentía. Claro que 
lo quería, ahora más que nunca, ya no había vuelta atrás, Mini Yo y yo 
estábamos conectados: aquello de que el vínculo maternal comenzaba incluso 
antes de nacer era algo totalmente cierto. 
—¿¡Y te crees que yo sí?! —me gritó entonces, llevándose la mano al rostro 
en un ataque de nerviosismo. Respiró hondo para calmarse, aunque en apariencia 
sin mucho éxito, y volvió a hablarme en un tono más calmado—: No deberíamos 
estar discutiendo por esto, por favor, métete en la cama, Noah. 
Sus palabras aún seguían resonando en mi cabeza, como amplificadas por 
algún tipo de sistema cerebral que era incapaz de dejar de escuchar. 
Nick no quería al bebé…

—¿En esa cama? ¿Quieres que me meta en esa cama donde te has tirado a 
sabe Dios cuántas mujeres? —dije en un arrebato de rabia y celos. No, ni de 
coña iba a meternos a Mini Yo y a mí entre esas sábanas, antes muerta. 
Nick no se esperaba esa respuesta, estaba claro y se quedó descolocado sin 
saber muy bien qué decirme. Ese silencio solo confirmaba mis sospechas. 
Cogí una almohada y salí pisando fuerte hasta sentarme en el sofá que había 
en el salón, un sofá horroroso, y tan incómodo como había sospechado en cuanto 
lo vi. Me senté con las piernas cruzadas estilo indio y miré hacia delante, hacia 
la enorme tele, lo único que parecía haber elegido Nick. 
Observé con el rabillo del ojo cómo entraba en el salón, iba hacia el minibar 
y se servía una copa. Se quedó mirando el líquido ambarino durante unos 
segundos, hasta que finalmente dejó la copa en la mesa y vino hacia mí. Me 
tendió la mano. 
—Vamos —dijo con calma—. Reservaré habitación en un hotel. 
Eso me pilló completamente desprevenida. Abrí los ojos con sorpresa y al 
ver que lo decía en serio una parte de mi enfado remitió. 
—¿De verdad? 
—No quiero que te sientas incómoda. 
Asentí levantándome del sofá y quedándome frente a él. Moría por un abrazo 
suyo, por muy dolida que estuviese, toda esta situación estaba siendo de lo más 
extraña… ¿Desde cuándo Nick cedía ante mis arrebatos? Lo normal hubiese sido 
que nos matáramos a gritos, pero ahí estábamos, rondándonos con precaución, 
intentando ocultar todas las cosas que aún estaban por decir. 
Cuando íbamos en el coche Nick llamó al hotel Mondrian de West 
Hollywood y, para mi sorpresa, alquiló una suite, para los dos. 
—No tienes por qué gastarte un dineral en esto, Nicholas, podríamos ir a mi 
apartamento, o podrías dejarme allí, esto no ha sido buena idea en absoluto. 
Él ni siquiera apartó la vista de la carretera. 
—Necesito un lugar donde pueda trabajar y quiero tenerte cerca. La 
habitación no es un problema, no te preocupes por eso. 
Suspiré notando el cansancio en el cuerpo, deseaba meterme en la cama, todo 
lo que había pasado ese día me había dejado exhausta. 
Me quedé dormida en el camino y Nick me despertó con suavidad. Al abrir 
los ojos vi que ya habíamos llegado y que un botones esperaba pacientemente a 
que bajáramos del coche. 
Lo hicimos y no pude evitar fijarme en mi atuendo —leggins, jersey y 
zapatillas—, y compararlo con el aspecto elegante de Nicholas, que iba con una 
camisa, vaqueros y unos náuticos relucientes. 
Me senté en uno de los sofás de la recepción mientras él se encargaba de hacer el registro. Estaba un poco preocupada, porque había estado haciendo de 
todo menos reposo; en casa de Jenna había sido Lion quien me había estado 
llevando de aquí para allá y ahora… si se lo pedía a Nick iba a tener que 
explicarle con pelos y señales todo lo que estaba ocurriendo con el embarazo, y 
una parte de mí no quería tener que contarle lo increíblemente deficiente que era 
mi útero, ni tampoco todas las cosas que había estado haciendo mal durante los 
primeros meses… Había actuado como una irresponsable… Solo de recordar 
todo el alcohol que le había metido a mi cuerpo me entraban náuseas y no por el 
embarazo, sino por mí, porque era incompetente hasta para eso, maldita sea, aún 
seguía sin creerme que no lo hubiese intuido… 
Por suerte para mí y para Mini Yo los ascensores no estaban lejos, y cuando 
Nick me cogió de la mano para llevarme hasta allí lo agradecí en el alma. El 
botones nos acompañó hasta la habitación que estaba en la última planta y dejó 
en ella nuestras maletas. Cuando entramos abrí los ojos como platos por la 
sorpresa. Nick le dio una propina al botones y este se fue, por lo que nos 
quedamos solos. ¡Madre mía! Aquello no era una habitación, era un auténtico 
apartamento. Di unos pasos hacia delante admirando el parquet reluciente, la 
cama enorme de color blanco con el cabecero en negro, la gran mesa cuadrada 
con sillas transparentes, el inmenso sofá, el escritorio y las increíbles vistas a la 
ciudad. 
Intenté no sentirme abrumada ni tampoco detenerme a pensar en el dineral 
que debía de costar esa suite y simplemente me acerqué hasta la cama, sobre la 
cual Nick había abierto mi maleta, de donde cogí mi pijama. A continuación me 
metí en el baño. La ducha me ayudó, sobre todo a relajarme… no sabía qué iba a 
pasar entre los dos, había una tensión extraña en el ambiente. 
Cuando salí del baño —ya con mi pijama de pantalón corto y camiseta ancha 
puesto— Nick me esperaba apoyado contra la mesa. Parecía perdido en sus 
pensamientos. Ignoré lo nerviosa que me ponía estar con él a solas en una 
habitación después de tanto tiempo y me senté en la cama, con la espalda 
apoyada contra el respaldo, aguardando a que alguno de los dos rompiera el 
silencio o dijese algo sobre el elefante enorme que parecía haber aparecido en la 
habitación. 
Recordé la última vez que habíamos estado a solas, en una cama… Me 
acaricié la tripa con cuidado y contuve el aliento. Sí, Mini Yo… tú estabas a 
punto de entrar en escena. 
—¿En qué piensas? —dijo mirándome tan fijamente que mi corazón se 
aceleró. 
—Nada… solo pensaba en la última vez… ya sabes, cuando tú y yo… 
Nick apretó la mandíbula con fuerza, supongo que lo que para mí fue un buen recuerdo a él lo enfurecía. 
—Fui un idiota… y un irresponsable. 
Miré su semblante lleno de amargura y deseé no haber abierto la boca. 
—Lo que ocurrió aquella noche nunca debió pasar —sentencié para 
disimular lo mucho que me entristecía su actitud—. Y no fue solo culpa tuya. 
Nicholas frunció el ceño con la vista fija en mi rostro. 
—¿Qué pasó, Noah? —preguntó y al captar su tono de voz levanté la mirada 
y la posé en sus ojos fríos—. ¿Me mentiste? 
—¿Qué? 
—Te pregunté si seguías tomándote las pastillas anticonceptivas y me dijiste 
que sí, así que explícame cómo coño ha podido pasar esto. 
¿Me había preguntado sobre las pastillas? Aquella noche había estado tan 
absorta en lo que estábamos haciendo que no recordaba la mitad de lo que nos 
habíamos dicho. 
Fue como si me volviese a partir el corazón. 
—¿Crees que lo hice a propósito? 
Nicholas se pasó la mano por la cara, se puso de pie y se alejó de mí. 
—Ya no sé ni qué pensar… Cuando me dijiste que estabas embarazada ni se 
me pasó por la cabeza que pudiese ser mío hasta que no decidiste aclarármelo 
con tu dichoso mensajito —expuso abriendo el minibar y sacando una botella. 
Yo contuve el aliento, sin decir nada, quería escuchar lo que tuviese que 
decir—. 
¡Nos hemos acostado una vez, joder! ¡Una vez en ¿cuánto?! ¡¿Un puto año y 
medio y pasa esto?! 
—¿Hubieses preferido que fuese de otro? —Ni siquiera reconocí mi propia 
voz, de repente quería largarme de allí. 
—Sabes perfectamente que no. 
Solté el aire que había estado conteniendo. 
—Eres un completo cabrón por siquiera insinuar que yo pude haberte 
engañado. ¡Como si yo pudiese tener algún tipo de interés en quedarme 
embarazada a los diecinueve años! ¿Sabes qué? No tienes por qué formar parte 
de esto. Soy perfectamente capaz de seguir adelante yo sola. —Eso último no era 
cierto, pero no pensaba decírselo. 
Nick me devolvió la mirada como si lo hubiese insultado. 
—¿Eso es lo que quieres? —dijo entonces y noté cómo la vena de su cuello 
empezaba a latir con más fuerza de lo acostumbrado. Su mandíbula se puso 
rígida y la mirada que me lanzó me dejó quieta en el lugar. 
—No tiene por qué ser tu responsabilidad. Muchas madres son capaces de 
criar a sus hijos solas, tú tienes demasiadas cosas en tu vida ahora mismo y dejaste muy claro que no querías volver a verme. 
Nick sacudió la cabeza y soltó una risa amarga que no me gustó en absoluto. 
Claro que no sentía lo que decía, pero ya había dejado claro que no quería al 
bebé y que se arrepentía de lo ocurrido, y yo no iba a ser la que lo cazara como 
miles de mujeres hacen solo porque van a tener un hijo; no, ni hablar, sería duro, 
me ahogaba solo de pensarlo, pero nunca lo pondría entre la espada y la pared, 
nunca. 
—Siempre has ido por la vida queriendo solucionar tú sola todas las cosas, 
nunca dejas que nadie te ayude ni te diga que estás equivocada. ¿Y sabes una 
cosa, amor? Se te da de pena —«amor» sonó como el peor insulto dicho en voz 
alta—. Pero te diré algo, el niño que llevas dentro es tan mío como tuyo, así que 
ten mucho cuidado con lo que dices. 
Tardé unos segundos de más en contestar. 
—¿Estás amenazándome? 
—Voy a formar parte de la vida de ese niño y va a llevar mi apellido. 
¿Por qué lo que llevaba queriendo escuchar desde el minuto uno ahora solo 
conseguía hacerme sentir acorralada? 
—El niño tendrá lo que mejor le convenga, y seré yo quien tome esa 
decisión. 
—Bueno, creo que ningún juez negaría que el que está más preparado para 
ocuparse de nuestro hijo soy yo, ¿no te parece? Tú no tienes nada a no ser que se 
lo pidas a mi padre. 
La emoción de escucharlo decir «nuestro hijo» se esfumó en un santiamén. 
Abrí los ojos sin poderme creer que la palabra «juez» hubiese salido en la 
conversación. 
—¿Qué estas queriéndome decir? —inquirí con un nudo en la garganta. 
Nicholas parecía fuera de sí, a cada segundo que pasaba, más se 
transformaba en el Nick al que no quería enfrentarme. 
—Estoy diciendo que no voy a dejar ningún cabo suelto. Tú y yo no vamos a 
volver juntos, así que vamos a tener que dejar todo bien atado antes de que des a 
luz. La custodia compartida sería lo mejor… Ahora, si me disculpas, tengo cosas 
importantes que hacer. 
Sin siquiera mirarme cogió su abrigo y las llaves y salió de la suite dando un 
portazo. 
El miedo y las lágrimas vinieron después, acompañados de una gran 
impotencia. Él tenía razón, no tenía nada, a no ser que lo pidiera, pero que Dios 
no quisiera que Nicholas Leister volviese a soltar algo parecido por su boca. Si 
su intención era enfrentarse a mí iba a estar esperándolo más preparada que 
nunca.




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