NICK
Tuve que ir a ver a Sophia. No había dejado de llamarme desde la noche
después de la fiesta en casa de Lion; estaba furiosa porque, para una vez que
estaba en Los Ángeles, no habíamos pasado ni tres horas juntos.
El tema de Sophia era algo que tenía que solucionar, en realidad al
comprobar lo poco que me importaba cortar esa relación me di cuenta de que
nunca hubiese funcionado, nunca hubiese podido ser lo que ella necesitaba. Solo
Noah era capaz de seguir poniendo mi mundo patas arriba, pero ¡joder!…
¿Cómo no iba a hacerlo si me volvía completamente loco solo con respirar?
Se me hacía tan raro tenerla otra vez conmigo, se me hacía tan extraño no
estar matándome a gritos con ella, no teniendo que odiarla. El último año y
medio había gastado todas mis energías en odiarla con todas mis fuerzas para
ocultar la parte que la amaba, para aplacar las terribles ganas de regresar
corriendo a su lado y rogarle que volviese a estar conmigo. Había necesitado
mucho autocontrol para dejarla, para marcharme y convencerme a mí mismo de
rehacer mi vida con otra persona, pero todo había sido una mentira tan grande
como una casa. Todos esos sentimientos de repente estaban en pausa. El odio
parecía ya no tener sentido y el amor pugnaba por salir a escena. Una parte cada
vez más grande de mí moría por ir con ella, estrecharla entre mis brazos y no
moverme jamás. Sentí alivio… un alivio infinito. Odiar a la mujer que amaba
había sido lo más difícil que había tenido que hacer en mi vida. Y ahora algo me
decía que dejase de luchar, que dejase de nadar a contracorriente, mi camino
siempre estuvo claro, mi destino era esa chica.
Sophia estaba también en un hotel, después de decirle que mi apartamento se
había inundado. Tuve que inventarme algo para hacer tiempo y poner las cosas
en orden. Aparqué y me preparé para enfrentarme a alguien a quien no quería
hacer daño. Me abrió la puerta de su habitación ataviada con un bonito vestido
color ciruela. Su semblante mostraba claramente que sabía que algo no iba bien.
Un «tenemos que hablar» nunca presagiaba nada bueno.
Entré y no me quité la chaqueta ni le di un beso en los labios como ya casi
me había acostumbrado a hacer. Sophia frunció el ceño y me invitó a ir al salón
de su suite. Una vez allí, me acerqué al minibar y me serví una copa. Sophia se
sentó en el sofá de piel de color blanco y me observó mientras evitaba su mirada y le daba un gran trago al whisky.
—Vas a dejarme, ¿verdad? —dijo ella rompiendo el repentino silencio.
Levanté la mirada y la posé en su rostro.
—Creo que nunca llegué a tenerte, Soph.
Negó con la cabeza y desvió la mirada a la mesa que tenía delante.
—Creía… creía que lo nuestro avanzaba, Nicholas. ¿Qué te ha dicho? ¿Qué
te ha hecho para que ahora cambies de opinión? Porque hace una semana me
estabas diciendo que querías vivir conmigo.
Joder, sí, se lo había pedido, estaba harto de sentirme mal por Noah, estaba
cansado de despertarme solo por las noches, pensando, preguntándome si había
hecho lo correcto al dejarla marchar…
—Lo sé… y lo siento, maldita sea, de verdad. Sophia, no estoy haciendo esto
para hacerte daño, pero no puedo seguir negando lo que siento por Noah. Si no
estoy con ella prefiero no estar con nadie. Te dije que lo nuestro era un rollo y lo
aceptaste, luego las cosas fueron cambiando y no digo que sea culpa tuya, yo
también me dejé llevar porque era…
—¿Fácil? —me interrumpió.
Me quedé callado mirándola. Sí, había dado en el clavo, estar con Sophia
había sido fácil, agradable, correcto, pero no había habido pasión ni magia ni ese
deseo irracional de estar con ella, de querer poseerla, de querer hacerla mía…
Eso solo lo había sentido por una persona.
—Prefiero dejar esto ahora y no romperte el corazón más adelante.
Sophia sonrió sin una pizca de alegría en los ojos.
—¿Qué te hace pensar que no lo has hecho ya?
No esperó a que le contestara, se levantó del sofá, me dio la espalda y se
metió en su habitación. Pensé en ir tras ella, en disculparme, en darle más
razones por las que lo nuestro no iba a funcionar, pero así era Sophia. No iba a
insistirme, no iba a rogarme… si me quería, su forma de hacerlo no era la
adecuada y algún día lo descubriría.
Yo no era el hombre de su vida.
Cuando entré en la suite la fragancia del champú de Noah me invadió los
sentidos. Todo estaba prácticamente a oscuras, solo iluminado por una lámpara
de pie encendida en un rincón. Noah estaba acostada, con la cabeza sobre la
almohada y sus cabellos desperdigados sobre esta. Sentí cómo el bulto en mis
pantalones se ponía duro solo con mirarla… ¡joder, qué hermosa era!
Sabía perfectamente que lo mejor sería marcharme o al menos esperar a que
el alcohol que corría por mis venas a causa de las copas que me había tomado en
un bar al que fui después de haber dejado a Sophia desapareciera de mi cuerpo, pero de repente solo podía pensar en una cosa. Me quité la camiseta mientras
caminaba hasta llegar a los pies de la cama. Mis ojos se detuvieron en la curva
de su trasero, en sus largas piernas que se aferraban a una de las almohadas, en
sus mejillas sonrosadas. Me senté en la cama y la observé detenidamente. Hacía
tanto tiempo que no hacía eso que sentí una paz interior en el centro de mi alma.
Ver dormir a Noah siempre había sido un espectáculo, pero justo en ese
momento lo que quería era que abriera los ojos… Maldita sea, quería que se
diera cuenta de que era el centro de su mundo, quería que volviese a mirarme
como antaño.
Me fijé en el libro que estaba apoyado boca abajo sobre su mesilla. Lo abrí y
empecé a leer la página donde se había quedado.
Un párrafo llamó mi atención y seguí leyendo:
… ni la miseria, ni el envilecimiento, ni la muerte, ni nada de lo que Dios o
Satanás nos hubieran reservado habría podido separarnos; y tú, por tu gusto lo
hiciste. Yo no te he destrozado el corazón; tú eres quien te lo has destrozado, y al
destrozarlo has hecho lo mismo con el mío. Peor para mí si soy fuerte. ¿Qué
necesidad tengo de vivir? ¿Qué vida será la mía cuando…? ¡Ay! ¡Dios!
¿Querrías vivir tú teniendo el alma en la tumba?
Apreté la mandíbula con fuerza. La siguiente frase estaba subrayada con
lápiz.
También me abandonaste tú, pero no te lo reprocho. Te perdono. ¡Perdóname
a mí!
Cerré el libro y conté hasta diez.