Culpa nuestra

Capítulo 43

NICK 
La ayudé a recoger y juntos hicimos las maletas. Mientras Noah iba y venía 
por la habitación yo la observaba disimuladamente embelesado. Era consciente 
de que demostrar que mis palabras e intenciones eran ciertas no iba a ser cosa de 
coser y cantar, y menos después de cómo prácticamente le juré que no íbamos a 
volver a estar juntos. Pero todo eso me daba igual, siempre en el fondo de mi 
corazón había deseado que algo ocurriera, que algo pasara y que el motivo que 
me obligase a regresar con ella fuese lo suficientemente justificable como para 
no sentir que me engañaba a mí mismo. 
Mi mayor miedo siempre había sido perderla, perderla del todo. Al 
engañarme y separarnos durante más de un año creí que había hecho lo correcto. 
Yo no perdonaba con facilidad, Noah tenía razón en eso: mi propia madre 
enferma de cáncer aún luchaba por conseguir mi perdón y yo aún peleaba 
conmigo mismo para poder dárselo. 
«Perdón», una sola palabra… y vaya si era importante. Noah era la persona a 
la que había abierto mi corazón casi al completo, y ahora, después de saber lo 
que era perder eso, saber que había una excusa que me iba a unir a esa mujer de 
por vida me había supuesto toda esa seguridad que desde el comienzo de nuestra 
relación me había faltado. 
Habían sido ciertas mis palabras antes de despedirnos la última vez, o por lo 
menos las creí ciertas cuando se las dije en su momento. De verdad creí que no 
había nada que Noah pudiese hacer para hacerme cambiar de opinión y ahora me 
daba cuenta de que sí había algo que podía invalidar completamente aquella 
afirmación. Siempre me había sentido la segunda opción de muchas personas. 
Mi padre siempre prefirió su negocio antes que a mí, incluso ahora, después 
de conocer toda la historia sabía que amaba más a su actual mujer de lo que 
nunca amaría a su primer hijo; mi madre, bueno, mi madre me había dejado para 
largarse con un hombre, antepuso su propia venganza contra mi padre al amor 
que supuestamente había sentido por mí… y Noah… Noah lidiaba con 
problemas mucho más graves que los míos y, por mucho que hubiese intentado 
hacerme creer que me amaba con locura, siempre se me hizo más fácil esperar lo 
peor, no creérmelo del todo y simplemente rezar para que todo saliera bien. Era 
muy consciente de que nuestros problemas e inseguridades nos habían terminado llevando al punto en el que estábamos ahora y después de casi veinticinco años 
por fin encontraba ese algo que me había hecho falta para poder relajarme y 
creer que el amor sí era posible y que sí había alguien que iba a anteponerme a 
cualquier cosa. 
Ese niño que estaba en camino era mi esperanza de un amor incondicional y 
la persona que me lo daba era nada más y nada menos que la que quería que me 
amara con todo su corazón. ¿Cómo no iba a perdonarla? ¿Cómo no iba a dejar el 
pasado atrás cuando acababa de darme lo que siempre, aunque no lo supiera, 
había necesitado desde que la vi? 
Sentí paz por fin, paz en mi alma y paz en mi mente. Fue como si de repente 
la tormenta que se había adueñado de mi mundo se disipara dejando en su lugar 
un sol radiante que incluso me cegaba. Supongo que eso era lo que se sentía al 
perdonar de verdad. Una calma infinita… un amor incondicional. 
En su apartamento cargué con su maleta y observé nervioso cómo se movía 
de un lado para otro, sacando cosas de cajas e insistiendo en empezar a 
colocarlas en las estanterías. Cuando la vi subiéndose a una silla para llegar a un 
estante casi me da un infarto. Fui hacia allí y la cogí en brazos para bajarla antes 
de que se me saliera el corazón por la boca. 
—¡Joder, Noah! —exclamé depositándola en el suelo y arrancándole lo que 
había estado intentando colocar allí arriba—. Hoy es el primer día después de 
semanas en cama, ¿puedes tomártelo con calma? 
—Es que estoy nerviosa y no puedo estarme quieta, lo siento —se excusó y 
se separó de mí como si mi cercanía la quemara. La observé de reojo mientras 
cruzaba la habitación hasta quedar lo más lejos de mí. 
—¿Estás segura de que no quieres que pase aquí la noche? —le planteé 
odiando tener que dejarla. 
Ahora me iba a ser muy difícil separarme de ella, maldita sea, quería llevarla 
a vivir conmigo, cuidarla y darle lo que necesitaba. 
Antes de que pudiera contestar a mi pregunta, la puerta del apartamento se 
abrió y entraron Lion y Jenna, ambos con una sonrisa radiante en el rostro y 
sosteniendo un montón de globos azules. 
—¡Es un niño! 
Miré sorprendido en dirección a Noah y esta se encogió de hombros 
sonriendo un segundo después. Jenna se abalanzó sobre ella para darle un abrazo 
y los globos salieron volando hasta chocar contra el techo. Lion vino hacia mí 
con un pequeño oso de color azul claro y me lo tendió con una sonrisa de 
auténtico capullo. 
—Papá, ¿eh? —dijo y sentí un nudo en la garganta al escuchar esa palabra.

Dios… iba a ser padre, más me valía empezar a hacerme a la idea. 
—¡Esto hay que celebrarlo! —propuso Jenna, dando palmas y tirándoseme a 
los brazos un segundo después—. Como no me elijáis como madrina le contaré a 
tu hijo todas tus miserias. —Me susurró al oído, circunstancia que yo aproveché 
para tirarle del pelo—. ¿Dónde queréis ir? Podemos ir a cenar, o a algún pub, o 
incluso podemos largarnos el fin de semana. ¡Esto se merece una celebración por 
todo lo alto! 
Solo me bastó una mirada para saber que eso no era lo que Noah quería en 
aquel momento. Lo del bebé no había sido algo que hubiésemos esperado y, por 
mucho que yo estuviese feliz por tenerlo, sabía que Noah quería sentir que todo 
seguía como siempre. Por fin podía hacer vida normal y lo primero que había 
dicho había sido que quería regresar a clase, trabajar y salir por ahí. Ni una 
mención al niño. 
No quería agobiarla mucho con el tema, la conocía lo suficiente como para 
saber que tarde o temprano iba a terminar haciéndose a la idea, pero temía que 
antes de eso se derrumbara. Solo esperaba estar a su lado cuando ocurriese. 
—Podemos ir a bailar —sugerí tragándome todos mis deseos de meter a 
Noah en la cama y obligarla a quedarse bajo las sábanas. Noah me miró con 
sorpresa —. Siempre que te lo tomes con calma. ¿Te apetece? 
Una sonrisa franca apareció en sus labios y sentí que mi corazón dejaba de 
latir unos instantes. 
—Sería divertido, sí —dijo, contenta por primera vez desde que habíamos 
salido de la consulta del médico. 
Jenna estuvo de acuerdo con la proposición y mientras Lion y yo salíamos a 
la calle a esperar que Noah se cambiara de ropa, saqué un cigarrillo y fumé por 
primera vez desde que me había enterado de que iba a tener un hijo. 
—¿Cómo lo llevas? —inquirió Lion observándome con disimulo. Él también 
se encendió un cigarrillo. 
—Intento hacerme a la idea de que dentro de unos cuatro meses mi vida va a 
cambiar para no volver a ser la misma. 
—¿Y qué pasa con Noah? ¿Volvéis a estar juntos? —me preguntó con tacto. 
Miré fijamente la puerta del apartamento. 
—Estoy en ello —contesté y justo entonces aparecieron las chicas. Noah 
había cambiado los vaqueros por un vestido que parecía una camiseta, medias 
trasparentes y botas altas. También se había dejado el pelo suelto y maquillado 
los labios y los ojos. Juro por Dios que nunca la había visto más hermosa en mi 
vida. 
Mis ansias por meterla en casa y llevármela a la cama crecieron casi tanto 
como mis ansias por hacer que esa noche se lo pasase en grande. Vino hacia mí con la duda reflejada en su rostro. 
—¿Todo bien? —le pregunté conteniendo las ganas terribles de atraerla hacia 
mí y besarla hasta dejarla sin aliento. 
Asintió sin mirarme directamente a los ojos. Era consciente de que estar bien 
juntos iba a llevarnos nuestro tiempo, pero ahora más que nunca necesitaba 
reclamarla como mía. 
Cuando puse el coche en marcha noté que Noah se movía inquieta sobre el 
asiento. 
—¿Qué ocurre? —le pregunté observándola de reojo sin apartar mi atención 
de la carretera. 
Noah negó con la cabeza en silencio, pero pude ver claramente que algo la 
inquietaba. 
—Noah, puedes contármelo. 
—Solo… ¿Qué vamos a decirle a nuestros padres? 
«¿Eso es lo que la tiene tan preocupada?» 
—Noah, no te agobies pensando en qué dirá la gente, ¿vale? Nuestros padres 
conocen nuestra historia, les diremos que volvemos a estar juntos y cuando estés 
preparada le contaremos lo del bebé. 
—A mi madre le va a dar un infarto —afirmó en voz baja mirando por la 
ventana—; además, lo de que estamos juntos aún no lo sabemos… tenemos que 
ver si va a salir bien. Lo mejor será no contarles nada, al menos por ahora, 
apenas se nota, ¿no? 
Ambos desviamos la mirada a su barriga y en verdad era casi imperceptible, 
pero eso no iba a tardar en cambiar, ya era bastante inusual que no se le notara a 
no ser que te fijaras: Noah estaba de cinco meses. Nuestros padres iban a tener 
que enterarse y la gente tampoco tardaría en saberlo. De repente me sentí ansioso 
por querer proteger a Noah de cualquier tipo de habladuría que surgiese a raíz de 
ese embarazo. De cara a la galería yo aún salía con Sophia Aiken, por lo que 
cuando se supiese lo de Noah se iba a montar un escándalo. Iba a tener que 
prepararla para hacerle frente. 
—No creo que podamos alargarlo mucho más, pero solo lo diremos cuando 
estés lista, ¿de acuerdo? 
Noah asintió y poco después llegamos a la discoteca. El ambiente era 
ensordecedor y pedí que nos abrieran un reservado. Jenna no dejaba de hablar 
del bebé, de cómo lo llamaríamos, de donde íbamos a vivir, de qué color íbamos 
a pintar su habitación… incluso yo empecé a agobiarme. Noah intentaba seguirle 
el rollo a su amiga, pero hasta Lion pareció captar que ya se estaba pasando de la 
raya. 
Lion y Jenna se fueron a bailar y Noah se quedó observando a la multitud desde la distancia. En un momento dado, Jenna tiró de ella, se la llevó a la pista 
y bailaron un rato. Yo observé cada uno de los movimientos de Noah, 
aguantando la respiración, pero supe que algo le pasaba cuando a los diez 
minutos regresó para sentarse a mi lado. 
No se lo estaba pasando bien. 
—¿Quieres irte? ¿Estás cansada?—le pregunté con todas las alarmas 
resonando en mi cabeza. 
Noah forzó una sonrisa y negó con la cabeza. 
Aguantamos una hora más y finalmente fui yo el que insistió en marcharnos. 
Sabía que algo le pasaba y por mucho que intentara disimular con nuestros 
amigos, creía seguir conociéndola lo bastante bien como para darme cuenta de 
su estado de ánimo. Nos despedimos de Jenna y Lion, y fuimos a buscar el 
coche. El trayecto de vuelta al apartamento lo hicimos en silencio. Ya dentro no 
pude aguantarme más. La atraje hacia mí y la estreché entre mis brazos. 
—Dime qué te preocupa. 
Ella apretó sus brazos alrededor de mi espalda y apoyó su mejilla en mi 
pecho. 
—Creo que no ha sido buena idea salir esta noche —comentó sin mirarme—. 
Ese ya no es mi lugar, ¿verdad? Las fiestas, trasnochar, la universidad… Voy 
a dejar de ser yo misma para convertirme… 
Tiré de ella para poder mirarla a los ojos. 
—No vas a convertirte en nada, Noah; que vayas a ser madre no significa 
que tú vayas a cambiar. 
Negó con la cabeza con el ceño fruncido. Parecía estar teniendo una trifulca 
mental sin solución. 
—No, eso no es verdad. Ya has oído a Jenna, no paraba de hablar del bebé… 
La gente ahora solo va a verme como eso, como una madre. Ya no voy a ser 
la misma chica de antes y me da miedo porque ni siquiera he descubierto quién 
soy. 
No quería que fuese por ahí, no quería que pensara que iba a tener que 
renunciar a nada. 
—Juro que vas a seguir siendo la misma persona que conocí hace tres años, 
Noah… la misma persona que me volvió loco solo con entrar a mi cocina y me 
lanzó una mirada envenenada, la misma persona que me hizo perder un Ferrari, 
la misma que jugó conmigo al juego de las veinte preguntas, la misma que 
quería ser escritora, viajar, abrir una protectora de animales, aprender a hacer 
surf, la misma persona que juró besarme todos los días hasta que ya no 
pudiésemos hacerlo, la misma persona que me dijo una vez que no podía tener 
hijos… Vas a ser todo eso y más, Noah.




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