NOAH
A pesar de la intensa charla que había tenido con Nick la noche anterior y
después de tantas emociones juntas, como descubrir que iba a tener un niño y
que estaba bien, pude dormir como no lo había hecho en meses. Dormí como un
tronco, o como un bebé, nunca mejor dicho, pero mi despertar no fue tan
agradable como esas horas que había permanecido casi inconsciente.
Un calambre me recorrió todo el cuerpo y un sudor frío me humedeció la
nuca y la espalda. Abrí los ojos un segundo y, de sopetón, sentí unas arcadas
horribles que me hicieron salir corriendo hacia el baño para vomitar lo poco que
me había llevado al estómago la noche anterior.
Dios.
Estuve un buen rato arrodillada delante del váter, la frente pegajosa y las
piernas temblorosas. Cuando ya no tuve nada más que echar por la boca me sentí
con fuerzas para meterme en la ducha y procurar recuperarme de lo que
acababan de ser mis primeras náuseas matutinas.
¿Eso no se suponía que ocurría al principio del embarazo?
Todo lo concerniente a mi bebé estaba resultando ser diferente a las cosas
que había leído o había supuesto desde siempre. Cada mujer es un mundo, sí
vale, pero, joder… creía que me había librado de eso.
Ese día iba a tener que ir a clase, ya no podía seguir faltando, y también iba a
tener que volver a trabajar. Los exámenes ya habían pasado y ahora más que
nunca necesitaba el dinero. Cuando me fui de LRB, Simon me había ofrecido un
empleo en su antigua empresa y le dije que lo pensaría. Ahora que ya volvía a
estar en condiciones para hacerlo, lo había llamado y me había dicho que podía
empezar el lunes, o sea ese mismo día. Tenía terror de admitir que estaba
embarazada, pero no iba a poder seguir ocultándolo.
Me vestí con una falda de vuelo y un jersey de color negro, ya que no quise
pasar por el mal trago de ver cómo los vaqueros no me cabían. Salí a la calle con
un hambre feroz, las náuseas habían desaparecido y lo único que quería hacer era
llevarme al estómago todo lo que contuviese la palabra te: tortitas, tofu, té, tarta,
tiramisú, tacos, tallarines… Estaba tan concentrada en esos pensamientos que
por poco no vi a quien me esperaba apoyado contra un Mercedes negro.
—Buenos días, pecas —me saludó separándose del coche y viniendo a mi encuentro. Antes de que pudiera asimilar su presencia ya me había dado un casto
beso en los labios—. ¿Desayunas conmigo? —preguntó un segundo después.
Asentí casi por inercia y diez minutos después estábamos sentados en una
elegante cafetería del centro.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó mientras me comía gustosa un plato
de tortitas con sirope de arce y un zumo de naranja recién exprimido.
—¿Después de casi echar hasta el último higadillo? Bastante bien.
Nick se me quedó mirando perplejo.
—¿Has vomitado? ¿Por qué no me llamaste, Noah? —me recriminó entre
enfadado y preocupado.
Puse los ojos en blanco.
—Créeme… no habrías querido estar allí; además, estoy casi segura de que
se va a repetir mucho de ahora en adelante y no te puedo llamar cada vez que
pase algo normal como tener náuseas matutinas, Nick. Relájate.
No pareció muy convencido por mi explicación, pero me miró divertido
mientras comía como una foca hambrienta.
—¿Vas a ir a trabajar después de clase?
Asentí mientras terminaba mi plato y pasaba a prestarle un poquito de
atención. ¡Joder, qué guapo iba! ¿Cómo no me había dado cuenta hasta
entonces? Supongo que otro tipo de hambre distinta había escalado en mi lista de
prioridades hasta alcanzar el primer lugar. Cambiar a Nick por tortitas… ¡Dios,
debería horrorizarme!
—No hay nada que pueda hacer para convencerte de que vuelvas a trabajar
para mí, ¿verdad?
Dejé el tenedor sobre la mesa y lo miré muy seria.
—Me juré a mí misma que no volvería a mezclarte con el trabajo, Nicholas.
Asintió sumido en sus pensamientos y me sorprendió comprobar que no se
enfadaba, sino que más bien aceptaba lo que le decía.
—¿Te parece si te recojo a la salida?
Dudé por unos instantes.
—No tienes que ser mi niñero, Nick, puedo coger el coche y esas cosas.
Ignoró mis quejas.
—Quiero hacerlo —afirmó serio.
No iba a discutir por eso, así que le pedí que me recogiera a las siete. Cuando
me dejó en el campus fue a darme un beso en los labios, pero como por un acto
reflejo volví la cara y sus labios se posaron suavemente sobre mi mejilla. Me
bajé antes de que pudiese decirme nada. Aún me costaba hacer como si no
hubiera ocurrido nada en el pasado, y quería ir despacio. Si algo sabía de los
besos de Nicholas Leister era que podían ser adictivos… y yo no estaba para adicciones de ese tipo.
Fue extraño volver a la rutina. Nadie pareció darse cuenta de nada, y pronto
pude hacer como si de verdad todo siguiese igual. Fue como vivir en una
mentirijilla piadosa. Charlé con mis compañeros de clase, les expliqué a los
profesores que había estado enferma y cuando llegué a trabajar casi ni recordaba
que estuviese embarazada. La empresa era pequeña y comprobé que mi función
allí iba a ser casi idéntica a la que desempeñaba en LRB; además, la gente
resultó ser encantadora.
Me encantó volver a sentirme yo, simplemente Noah y no un huevo Kinder
en proceso de fabricar la sorpresa.
A la salida me encontraba bastante cansada, una sensación que había notado
ahora que ya no estaba todo el día en cama; mis energías parecían haberse
reducido a la mitad, de modo que cuando vi a Nick esperándome agradecí no
tener que coger el coche yo misma y conducir hasta casa.
—¿Qué tal tu regreso? —me preguntó ya en el coche.
—Muy estimulante. Nadie se ha percatado de nada. —Vale, había sonado
demasiado feliz por ese hecho, pero ignoré el fruncimiento de cejas de Nick.
Se hizo el silencio y unos minutos después Nick lo rompió para decirme algo
que me puso al instante en tensión.
—Voy a dejar Nueva York, voy a vender el piso y mudarme aquí contigo.
—¿Qué? —dije mirándolo con incredulidad. Nicholas tenía su vida allí, su
trabajo, su futuro, todo…
—¿No te parece bien? —me preguntó completamente perdido mientras
extendía la mano para cogerme la barbilla y poder mirarme.
Volví la cara para que me soltara.
—No deberías tomar esa decisión tan rápido. Crees que todo está resuelto,
que podemos volver a estar juntos como si nada, pero la realidad es que la última
vez nos destrozamos el uno al otro. ¿Qué te hace pensar que ahora estamos listos
para empezar de cero?
—Vamos a tener un hijo, Noah —respondió imitando mi tono.
—Eso no es una razón suficiente para que abandones tu vida. Estás forzando
las cosas, y no es así como quiero solucionar lo nuestro.
Nicholas negó con la cabeza y maldijo entre dientes.
—Yo estoy dispuesto a intentarlo de nuevo, sé que va a funcionar… No sé
qué demonios quieres de mí, pensé que te alegrarías, estoy haciendo todo lo que
se supone que debo hacer.
—Exacto, tú lo has dicho: estás haciendo todo lo que se supone que debes
hacer, no lo que quieres hacer.