NOAH
No sé cómo explicar los minutos que precedieron a los disparos, pero puedo
afirmar fehacientemente que fueron los peores de mi vida. Los guardo en mi
mente emborronados, pero a la vez tan claros como si los viera en la pantalla de
una tele de última generación.
La ambulancia, según me dijeron más tarde, no tardó en llegar al aeropuerto.
A mí me parecieron horas, horas eternas en que mis manos presionaron la
herida que Nick tenía justo a la altura de las costillas. Steve, por su parte,
también estaba presionando el orificio de la bala que le había dado en el brazo
izquierdo, destrozándoselo. Había un charco de sangre a su alrededor y yo solo
podía preguntarme a qué velocidad nuestro cuerpo crea sangre, y si esa
velocidad sería suficiente para suplir las pérdidas que estaba sufriendo Nick.
No me desmayé. Yo creo que Dios me ayudó a mantenerme entera, al menos
hasta que el personal sanitario pudiese hacerse cargo de la situación. Cuando la
ambulancia llegó yo me quedé de pie, observando, las manos separadas del
cuerpo y mi mente totalmente en blanco. No fui capaz ni de pedir que me
dejaran acompañarlo. Nick se fue solo, al borde de la muerte, y yo me quedé
parada viéndolo marchar.
Recuerdo que cuando dejé de escuchar el ruido de la ambulancia miré hacia
abajo, hacia mis manos manchadas de sangre, y entonces flaqueé. Los sollozos
casi me dejaron sin respiración y empecé a hipar sin control. Unas manos me
sujetaron antes de que mis rodillas flaquearan y me desplomara.
—Respira hondo, Noah, por favor —dijo Steve cargando conmigo,
sacándome de allí, alejándome de las personas que, horrorizadas, miraban la
escena, como si formara parte de un horrible episodio de CSI.
Me metió en un taxi y salimos en dirección al hospital. A medida que
pasaban los minutos, peor me encontraba.
—¿Por qué se ha ido solo? ¿Por qué no has ido con él? ¿Por qué no hemos
ido los dos?
—No nos dejaron, Noah —me contestó Steve a la vez que sacaba su teléfono
y empezaba a marcar números a la velocidad de la luz.
El trayecto del aeropuerto al hospital de urgencias más cercano estaba a trece
minutos en coche, veinticinco si había tráfico. Nosotros tardamos veinte contados. Cuando llegamos fui a bajarme del coche, quería salir corriendo y que
me dijeran que Nicholas estaba bien, solo quería verlo, necesitaba verlo, la
imagen que tenía de él en la cabeza me estaba matando, pero supongo que todo
fue demasiado. Fue poner un pie en el suelo y todo comenzó a darme vueltas,
empecé a ver manchas negras por todas partes. Steve me llevó hasta una zona
donde me sentaron y me trajeron agua.
Una médica se acercó a mí y empezó a tomarme el pulso.
—Señorita Morgan, necesito que se tranquilice —dijo mirando fijamente su
reloj—. Ross, llama a urgencias y pregunta por ese chico.
Miré a ese tal Ross como si me fuera la vida en ello.
Mientras este hablaba con alguien preguntando por Nick, un dolor horrible
me obligó a agarrarme la tripa con fuerza.
—¿Qué está pasando?
La médica se volvió hacia mí, preocupada.
—Está teniendo contracciones —respondió—. Tiene que calmarse, son
debido al estrés.
Antes de que pudiese decir nada, el tal Ross se acercó a nosotras.
—Nicholas Leister está en el quirófano por dos heridas de bala. Está estable
dentro de la gravedad, van a operarle del pulmón y el brazo izquierdo.
—¡Santo Dios! —exclamé tapándome la boca con la mano—. ¿Qué van a
hacerle? ¿Qué significa que está estable dentro de la gravedad? ¡Llame otra vez
y que le expliquen lo que ocurre!
La médica volvió a fijarse en mi historial.
—¿Está casada con el señor Leister?
—¿Qué? No. ¿Eso qué tiene que ver?
Ross contestó por ella:
—No podemos darle más información, señorita Morgan. Solo un familiar
directo puede…
—¡Es el padre de mi hijo! —grité desesperada.
No sirvió de nada, no me dijeron nada más. Steve llamó a William y a mi
madre, y los dos se fueron directamente al aeropuerto a esperar el primer avión
que pudiesen coger.
Yo tuve que quedarme allí, sin noticias. Solo pude hacer una cosa: rezar.
Una hora después, la hora más larga de mi vida, las contracciones cesaron y
todo pareció volver a la normalidad en cuanto al bebé.
Mi madre me llamó por teléfono, estaban histéricos. William había
conseguido hablar con uno de sus médicos. Me enteré gracias a él de que Nick
tenía un neumotórax traumático y un desgarro en el brazo izquierdo. Estaba grave y temían que entrara en shock por toda la sangre que había perdido hasta
que llegó la ambulancia.
Recibí la información, colgué y me quedé allí sentada, sin moverme.
Nick no podía morir… no podía hacerlo. Teníamos que comenzar una vida
juntos, teníamos que terminar lo que habíamos empezado. Después de todo lo
que habíamos superado no podían arrebatármelo.
Lo ocurrido no tardó en salir en las noticias. Steve fue a apagar el televisor
pero le dije que no lo hiciera. El que intentó matarlo se llamaba Dawson J.
Lincoln, tenía cuarenta y cinco años y era un extrabajador de Leister
Enterprises.
Lo habían echado, no pudo conseguir otro empleo y eso lo llevó a intentar
asesinar a Nick.
«Nicholas Leister está siendo intervenido de urgencia por dos heridas de
bala, mientras que su agresor es interrogado en la comisaría de policía de Nueva
York.
Todo indica que fue un acto premeditado, ya que el agresor parecía saber
dónde y a qué hora exacta estaría Leister en el momento de atentar contra su
vida.
»Los últimos meses, el joven abogado, heredero de una de las corporaciones
más reconocidas del país, había sido duramente apaleado por la prensa y sus
extrabajadores debido a los cientos de despidos que tuvo que realizar en el
último año. Si bien las dos empresas que cerró estaban al borde de la
bancarrota…»
Dejé de escuchar en cuanto el tema se desvió del agresor. Otra vez esa basura
sobre Nicholas. No quería escuchar nada de eso. ¡Habían intentado matarlo! ¡A
Nick! Me pasé las manos por la cara, necesitaba saber que estaba bien,
necesitaba hablar con el médico.
No me moví de la sala de espera durante las siguientes tres horas, solo me
levanté para ir al baño y beber agua. Ese lugar era horrible, había gente llorando,
esperando saber noticias de sus seres queridos al igual que nosotros. El olor a
hospital siempre me había puesto enferma y ahora más que nunca.
Lo único que sucedió diferente a lo largo de esas tres horas fue la aparición
de dos hombres trajeados, altos y fuertes como Steve, que hablaron unos minutos
con él para luego cruzar la habitación, serios, y colocarse junto a las puertas de
la sala de espera. No les presté mucha atención, pero sí me incorporé casi de un
salto cuando dos cirujanos cruzaron esas mismas puertas y se me acercaron.
—¿Es usted familiar de Nicholas Leister?
—Soy su novia —contesté controlando el temblor de mi voz.
El cirujano que tenía el pelo rizado y corto fue quien decidió hablar.