NICK
Estaba hecho una mierda. Sentía tanta rabia en mi interior por lo que había
pasado que me costaba muchísimo disimularlo y callármelo delante de Noah. No
quería que se preocupara, no quería ni que tuviese que pensar en lo que había
ocurrido, pero mi mente no dejaba de maquinar las veinticuatro horas del día.
Habían intentado matarme.
Estaba obsesionado con que algo así pudiese volver a ocurrir, pero no contra
mí esta vez sino contra la preciosa mujer que salía y entraba de casa como si
nada hubiese ocurrido. Noah había retomado su rutina como siempre: iba a clase,
a trabajar y luego venía a verme a mí. Aún no vivíamos juntos y perderla de
vista me estaba volviendo completamente loco.
Steve se encargaba de llevarla y recogerla y de esperarla fuera de la facultad
para que nada le ocurriese, pero si por mí fuese la hubiese metido en la
habitación conmigo y no la habría dejado irse. Yo apenas podía moverme de la
cama, la recuperación estaba siendo muy lenta, y solo salía del apartamento para
ir al hospital. La enfermera que Noah había contratado se encargaba de
ayudarme en casa, pero odiaba sentirme así, como un inválido, necesitaba estar
con Noah, asegurarme de que estaba bien en todo momento.
Cuando venía a verme era una completa tortura. Llegaba sonriente y me
contaba cómo le había ido el día. Su sonrisa llenaba toda la habitación de alegría
y yo me moría por cogerla, quitarle la ropa y hacerla mía de una maldita vez.
La última vez que habíamos hecho el amor había sido cuando habíamos
concebido a Andrew. Seis meses sin sentirla de la mejor manera imaginable, seis
meses sin hundirme en su interior y hacerla gritar. Lo peor es que mi cuerpo
estaba hecho una mierda, sí, pero mi mente estaba capacitada hasta para escalar
el Everest.
Un día, dos semanas después de haberme trasladado a Los Ángeles, apareció
ataviada con un vestido pegado al cuerpo, de color gris, un vestido que marcaba
absolutamente todo, incluso su barriga, cada vez más redondeada y bonita. Se
había dejado el pelo suelto y sus ojos brillaban como nunca.
Ya estaba haciendo calor y su piel ya había empezado a adquirir ese color
tostado que tanto la favorecía. Noté cómo se me ponía dura y tuve que
controlarme para no mandar a la mierda las indicaciones del médico y hacerle el amor sin demora, sin pausa, clavarme en ella hasta el fondo y recordar lo que
nos habíamos estado perdiendo.
—Nick, ¿estás escuchándome?
Apagué mis pensamientos lujuriosos y le presté atención.
—Lo siento… ¿qué me has preguntado?
Noah puso los ojos en blanco.
—No te he preguntado nada, te estaba diciendo que ya que dentro de nada
termino las clases y que a ti te queda poco para recuperarte del todo, me gustaría
que fuésemos juntos a comprar las cosas del bebé. Ni siquiera tenemos idea de
qué hay que comprar, ni cuánto espacio necesita un bebé. He estado pensando
que si movemos mi cama y la pegamos contra la pared del baño habrá mucho
espacio para poner la cuna y la cosa esa donde se cambian los pañales…
«Pañales… Joder, y yo pensando en desnudarla y regalarle orgasmos.»
—¿Me has metido a mí en esa ecuación? —le pregunté observándola con
incredulidad. ¿De verdad creía que iba a vivir en ese loft con nuestro bebé recién
nacido?
—Claro que sí… —respondió ruborizándose por algún motivo que no
alcancé a comprender—. No hemos vuelto a hablar sobre eso, pero… ¿vas a
vivir conmigo?
¿Me lo estaba preguntando?
No pude evitar reírme.
—Creo que ya es muy difícil que algo me impida meterme en la cama
contigo todas las noches, pecas. Claro que voy a vivir contigo, pero lo siento
mucho, pero no vamos a hacerlo en eso que tú llamas apartamento —contesté sin
ninguna intención de ceder.
—Pero…
—Pero nada, Noah —la corté tirando de ella y dándole un pico en los labios
—. No voy a criar a mi hijo en una caja de cerillas.
Noah se calló y se me quedó mirando unos instantes.
—Yo no quiero vivir aquí —declaró refiriéndose a mi apartamento, ese
apartamento adonde había traído a Sophia y Noah toleraba porque estaba
recuperándome.
—Pensaremos en algo —dije aunque ya había pensado en ello.
Los días pasaron y yo cada vez empecé a sentirme mejor. Un mes después ya
pude volver a trabajar. Noah entró en su tercer trimestre de embarazo y ya fue
imposible seguir ocultándolo. De pie en mi cocina, con una taza de café en los
labios, pude escuchar de primera mano cómo éramos por primera vez noticia.
Maldije entre dientes al ver una foto de Noah caminando por la calle, su
barriga ya más que evidente, dejando claro que la noticia era certera.
Las dos primeras semanas después de que me dispararan, las noticias habían
dedicado al menos diez minutos a hablar sobre mí, sobre mi empresa y sobre los
despidos de Leister Enterprises. Sin embargo, con el transcurrir de los días había
dejado de ser importante y yo me había relajado al ver que ya apenas hablaban
de mí. Pero ahora que había salido a la luz que Noah estaba esperando un hijo
mío con seguridad nuestra presencia en las noticias cobraría de nuevo fuerza.
Casi me atraganté al ver la puerta del loft de Noah y ella intentando entrar,
sorteando a los periodistas sin contestar a ningún tipo de pregunta. Vi a Steve
con cara de cabreo ayudando a mi novia embarazada a entrar en su propia casa y
la rabia me recorrió por entero.
«Maldita sea.»