NICK
Noah estaba enorme. A veces me preocupaba que la barriga la
descompensase y terminase cayendo hacia delante. La pobre era de complexión
pequeña, siempre fue una chica delgada y parecía que lo único que se le
engordaba era esa barriga.
Aún quedaba un mes para que saliese de cuentas y temía que el bebé siguiese
creciendo. También su estado de ánimo se había convertido en una montaña
rusa. En un momento, estaba feliz y contenta y, al siguiente, se ponía a llorar
como una magdalena por cosas insignificantes.
Ese día era su cumpleaños y nos habíamos reunido en casa de nuestros
padres.
Jenna había invitado a todo el mundo. Noah estaba en el jardín sentada en un
sillón que habían sacado para ella y abría regalos con una sonrisa de felicidad en
la cara.
Mi hermana no dejaba de gritar emocionada al ver tantos regalos juntos, y se
había convertido en la ayudante especial de Noah; de hecho, no se había
separado de ella desde que habíamos llegado.
Jenna había organizado una fiesta preciosa, con globos azules por todas
partes, una gran tarta con un bebé en el centro y muchos juegos y regalos.
Muchos de mis amigos también habían venido y agradecí poder escaquearme
un rato para jugar a la Xbox con ellos. Tantas mujeres juntas hablando de bebés
había terminado por agobiarme.
Un par de horas después fui hasta la cocina para preguntarle a Prett si la tarta
de chocolate de Noah ya estaba lista. Agradecía que Jenna hubiese centrado toda
la celebración en el bebé, pero Noah se merecía una tarta que tuviese un 20 bien
grande en el centro. Cuando salí al jardín sosteniéndola, todos se sorprendieron y
empezaron a cantar «Cumpleaños feliz». Noah me miró emocionada y sopló las
velas como tenía que ser.
Un rato más tarde y aprovechando que la gente estaba distraída la cogí de la
mano y me la llevé hasta la casa de la piscina.
Me sonrió divertida recordando viejos tiempos.
—¿Me has traído aquí para hacerme algo sucio, Nick?
Me reí.
—No sería tu cumpleaños si yo no intentase hacerte algo sucio, pecas —
expliqué besándola en la boca y disfrutando de sus carnosos labios, de la calidez
de sentirla contra mis brazos. Me aparté después de un rato largo y saqué una
cajita de mi bolsillo.
—Tu regalo —le anuncié tendiéndosela.
Noah me miró emocionada y, al abrirla, sus ojos se agrandaron,
sorprendidos, para después humedecerse casi al borde de las lágrimas.
—Aún lo tienes… pensé… pensé que lo habías tirado, pensé…
La callé con un beso y enjugué sus lágrimas con mis dedos.
—Nunca podría haber tirado ese colgante, Noah. Te di mi corazón hace dos
años y ahora vuelvo a entregártelo…
Noah acarició el corazón de plata que le regalé cuando cumplió los
dieciocho.
—Lo mandé a una joyería para que le incrustaran un pequeño diamante
azul…
ya sabes, Andrew también va a formar parte de esto, ¿no te parece?
Noah sonrió de oreja a oreja, feliz y todavía emocionada.
—Es el mejor regalo que podrías haberme hecho. He echado de menos este
colgante, he echado de menos todo lo que significaba para mí y para ti.
—Lo sé… Nunca debió dejar tu cuello, Noah, estuvo mal quitártelo.
Ella negó con la cabeza.
—Hiciste lo que sentiste en ese momento, Nick… Te hice daño, no merecía
llevarlo.
Cogí el colgante y lo saqué de la cajita.
—Ahora no habrá nada ni nadie que lo vuelva a mover de su lugar —
sentencié mientras se lo abrochaba con todo mi cariño.
Le besé el hombro desnudo.
—Si estás cansada y quieres volver a casa, solo tienes que decírmelo y nos
iremos enseguida.
Noah negó con la cabeza, se la veía feliz.
—Quiero disfrutar de este día. Está siendo perfecto en todos los sentidos.