NICK
Miré fijamente a la preciosa mujer que tenía frente a mí. Estaba tan hermosa
que me quedé sin aliento, me dejó sin palabras… Joder, me había quedado
totalmente noqueado al verla entrar en la iglesia.
Todos nuestros familiares y amigos estaban allí, todas las personas que nos
importaban habían venido para ver cómo nos uníamos en sagrado matrimonio.
Noah estaba emocionada. Sus ojos brillaban intentando contener las
lágrimas.
—Sí, quiero —dije pronunciando cada palabra con claridad.
—Noah, ¿aceptas a Nicholas Leister como esposo, para amarlo y respetarlo,
en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte os separe?
Mi preciosa novia sonrió y clavó sus ojos en los míos.
—Sí, quiero —respondió con voz temblorosa.
—En nombre de Dios y por el poder que me ha otorgado la Santa Iglesia, yo
os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.
Joder, no tuvo que decírmelo dos veces. Le acuné las mejillas con mis manos
y nos fundimos en un beso que nos dejó sin aliento a los dos. Nuestras familias
aplaudieron y tuve que obligarme a separarme de ella.
—Ya eres toda mía, señora Leister —dije más contento que en toda mi vida.
Noah sonrió derramando una lágrima que sequé con mis labios.
La celebración tuvo lugar frente al mar. El día era cálido, perfecto, y Noah
estaba despampanante. Se había puesto un vestido que me iba a costar quitarle
de lo hermosa que estaba. El encaje blanco se ajustaba a su precioso cuerpo y
descendía convertido ya en tul en forma de falda abombada a partir de la cintura.
Tenía los hombros desnudos a excepción de dos finas tiras de satén asimismo
blanco que se cruzaban en la espalda realzando su bonita figura. Sus pecas
resaltaban más que nunca… y lucía un bronceado espectacular gracias al sol que
había estado tomando días antes de la boda: me volvía loco.
—¿Estás preparada para irte? —le pregunté, horas después mientras bailaba
con ella en medio de la pista. Había pedido que nos pusiesen «Young at heart», y
Noah había llorado emocionada cuando recordó esa bonita noche de unos años
antes cuando le enseñé lo buen bailarín que era. Había sido la última noche que
habíamos pasado juntos antes de romper y había querido recordarla para hacer hincapié en un momento que nunca debió llegar a su fin. Ahora, cuatro años más
tarde, volvíamos a bailarla, pero esta vez habiéndonos jurado amarnos para
siempre.
Noah miró alrededor en busca de su madre, que acunaba a nuestro pequeño
entre sus brazos. Había aguantado despierto más de lo que ninguno hubiésemos
esperado. Había corrido, jugado, bailado y, por fin, había caído rendido.
—Estará bien, Noah —la tranquilicé dándole un beso en la frente.
—Nunca ha pasado tanto tiempo sin estar con alguno de los dos…
—Se lo pasará en grande jugando con Maddie y comiendo galletas de tu
madre.
Noah volvió a fijar su atención en mí y me sonrió de corazón.
—Te quiero muchísimo —declaró acariciándome la nuca.
Me incliné para apoderarme de sus labios. Necesitaba estar a solas con ella.
Ya.
Nos despedimos de los invitados y de nuestros familiares. Cuando tuvimos
que hacerlo de Andrew, la escena adquirió tintes lacrimógenos.
El peque se despertó cuando Noah lo cogió en brazos. Lo habían vestido con
un chaqué minúsculo y estaba para comérselo.
—Mi principito —dijo Noah besando sus mofletes—, pórtate bien, ¿de
acuerdo?
Se lo quité de las manos cuando vi que a mi reciente esposa se le
humedecían los ojos. Si Andy la veía llorar, aquello se iba a convertir en un
concurso de llantos en toda regla.
Cogí a mi bebé y lo levanté por los aires haciéndolo reír. Cuando lo estreché
contra mí, me abrazó y apoyó su cabecita contra mi hombro.
—Nick… ¿no crees…?
Le clavé una mirada de advertencia. Necesitaba estar a solas con mi mujer.
No íbamos a llevarnos al niño, ese asunto ya estaba zanjado.
Mi madre se acercó y levantó las manos para que se lo diera.
—Marchaos ya… Este enano está en buenas manos.
Mi madre me besó en la mejilla como despedida y se marchó con Andrew.
Los llantos no tardaron en desaparecer entre el ruido del gentío y la música.
Me acerqué a Noah, que miraba el punto por donde había desaparecido mi
madre con nuestro bebé.
—Vamos —dije envolviéndola entre mis brazos—. Tenemos que irnos,
pecas.
Noah se volvió hacia mí y forzó una sonrisa.
—Sí, será mejor que nos pongamos en marcha.
La gente se apelotonó en la puerta esperando para despedirse. Corrimos hasta meternos en la limusina blanca que nos llevaría hasta el hotel donde había
reservado una suite nupcial. Estaba junto al aeropuerto, pues al día siguiente nos
marchábamos a Grecia, a la ciudad de Mikonos. Había alquilado una casa
preciosa a pie de playa solo para los dos. Íbamos a pasar una semana allí y luego
otra en Croacia, en un hotel de cinco estrellas.
No quería que Noah tuviese que preocuparse por nada. Los dos últimos años
solo la había visto estudiar y ocuparse de nuestro hijo. Necesitaba estas
vacaciones más que nadie y yo iba a dárselas por todo lo alto.
Cuando llegamos al hotel nos recibieron con toda la parafernalia de los
recién casados. La habitación era enorme y había pedido que nos esperasen con
champán, bombones y fresas frescas.
Cuando entramos Noah se quedó con la boca abierta.
—¿Esto lo has organizado tú?
—La de cosas que se pueden hacer con una llamada, ¿verdad? —dije
tomándole el pelo y tirando de ella hasta hacerla chocar contra mi cuerpo.
—¿Estás lista para que te haga el amor hasta que sea la hora de irnos al
aeropuerto?
Noah me miró con los ojos brillando de deseo.
—Dijiste que el vuelo no era hasta mañana al mediodía.
Sonreí de manera perversa.
—Exacto.
Pasamos la noche amándonos sin descanso. La hice mía por fin, con todo lo
que esa palabra significaba. Nos desnudamos con vehemencia y nos comimos a
besos sin darnos tregua. Su vestido quedó relegado al olvido, hicimos el amor
con cuidado, con pasión, con ternura y a lo bestia. Nos entregamos al placer solo
como se puede hacer cuando de verdad se está perdidamente enamorado.
Porque si fuese un delito amarse con locura… nosotros nos declarábamos
culpables.