NOAH
Ocho años más tarde…
Cerré la puerta del garaje con una sonrisa en los labios.
—Papi va a flipar más que nunca, Julie —dije a mi hija de dos años mientras
rodeábamos el jardín para entrar en nuestra espectacular casa.
No hacía mucho que nos habíamos mudado; en realidad, ese día se cumplían
dos años exactos. Cuando nos enteramos de que íbamos a ser padres por segunda
vez, comprendimos que nuestra casita en la ciudad se nos quedaba pequeña y
decidimos que lo mejor que podíamos hacer era mudarnos a una más grande,
junto a la playa para que los niños pudiesen disfrutar del mar y todo lo que ello
ofrecía.
El más interesado en ese cambio había sido Nick. Mi casita en el centro me
la había regalado para que pudiese seguir estudiando después de nacer Andrew.
Al final, por una razón u otra, no quisimos dejarla hasta que ya fue algo
inevitable.
Nick estaba feliz pudiendo vivir frente al mar otra vez, y yo me alegraba por
él.
Andrew se había convertido en un surfista de primera: con solo diez años ya
había competido en la liga nacional y había ganado muchos trofeos, así que para
él la mudanza también había sido motivo de alegría.
Andrew era un calco de Nick, no se podía negar que eran padre e hijo y,
como afirmé nada más verlo nacer, de mí no había sacado ni el blanco de los
ojos.
Menos mal que había una personita que era prácticamente calcada a mí:
Julie, mi hija, era rubia como el sol y su cara estaba salpicada por cientos de
pequitas que hacían que te entrasen ganas de comértela a besos. Sus ojos era lo
único que había heredado de Nick, de un azul celeste igual que el de Andrew.
Julie no nació por sorpresa; es más, estuvimos buscándola durante seis largos
años. Como yo había supuesto, mi primer embarazo había sido un auténtico
milagro, ahora que echaba la vista atrás estaba segura de que Dios nos había
regalado a Andy como único método para volver a juntarnos.
Cuando supimos que era una niña nos pusimos locos de contentos. Nicholas
tenía pasión por su hija, pero ella, fiel a su madre, no quería saber nada ni de
meterse en el mar ni mucho menos de que la subiesen a una tabla flotante. Mi
hija era feliz en mis brazos y yo disfrutaba dedicándole todo mi tiempo.
Andy entró en casa todo mojado y con los pies llenos de arena.
—¿Podemos comer ya la tarta? —preguntó sentándose a la mesa y
pellizcándole los mofletes a su hermana. Julie gritó como una descosida y
Andrew se rio con esa misma expresión pícara que le veía a su padre tantas
veces al día, sobre todo cuando estábamos solos.
—Cuando venga papá —respondí.
Ese día Nick cumplía treinta y cinco años. Aún me costaba creer lo rápido
que había pasado el tiempo. Me parecía que fue ayer cuando caminábamos
juntos por las playas de Mikonos, absortos el uno en el otro, comiéndonos a
besos por la noche para seguir haciendo lo mismo por el día. Yo había cumplido
los treinta en junio y también me costaba hacerme a la idea.
Nick me había pedido que no tirásemos la casa por la ventana por su
cumpleaños, quería una noche tranquila en familia y yo había respetado sus
deseos… más o menos.
Sonreí mientras terminaba de colocar el glaseado a la tarta que había estado
horneando para él. Los niños estaban en el salón viendo los dibujos animados,
aunque los gritos histéricos de Julie me indicaban que seguramente se estaban
peleando.
Me sobresalté cuando unas manos me cogieron por la cintura y un cuerpo
increíblemente musculado se me pegó a la espalda.
—¿Estás cocinando para mí, pecas? —me susurró Nick al oído,
mordisqueándome el lóbulo de forma muy sensual.
—No te acostumbres —le solté dejando la espátula sobre la mesa y
volviéndome para recibirlo como se merecía.
—Feliz cumpleaños —dije subiendo los brazos y atrayéndolo para que me
besase en los labios.
Nick sonrió sobre mi boca.
—¿Nada de fiestas sorpresa? —me preguntó subiendo su mano por mi
espalda y acariciándome con ternura y deseo.
Negué con la cabeza.
—Solo nosotros —respondí con contundencia. Nicholas sonrió satisfecho y
me apretó con fuerza contra su cuerpo.
Una personita apareció para interrumpirnos, junto a nuestros pies,
distrayéndonos de nuestro pequeño jugueteo.
—¡Papi! —llamó Julie a Nicholas levantando los brazos en alto para que su
padre la cogiese en brazos. Nick se separó de mí a regañadientes y levantó a su
segunda chica favorita.
Al contrario que Andy, que siempre le había encantado que Nick lo tirase por
los aires y lo hiciese girar sin parar, Julie lo odiaba. Mi niña era, en ese sentido,
muy remilgada. Nick le besó los rizos rubios y se la colocó en la cadera mientras abría la nevera y sacaba una botella de vino. De fondo se escuchaba el ruido de
los videojuegos en la tele.
—¿Cómo está la niña más guapa del mundo? —le preguntó Nick a Julie
haciéndole cosquillas. Nuestra hija se rio, mostrando sus dos únicos dientes y
moviendo sus piernecitas con fuerza para que Nick la dejara en el suelo. Salió
corriendo a buscar a su hermano.
Nick se me acercó y me volvió a besar en la boca.
—Hoy va a ser una noche muy larga… —me advirtió de manera sensual.
Sentí un cosquilleo en el estómago por la anticipación y me obligué a
terminar con la tarta.
Pasamos una bonita noche en familia, cenamos todos juntos y le cantamos el
«Cumpleaños feliz». Julie aplaudió como loca, era de las pocas canciones que
cantaba sin equivocarse, y Andrew disfrutó comiendo la tarta que tantas ganas
había tenido de probar.
Cuando metimos a los niños en la cama cogí a Nick de la mano y lo hice
bajar a la primera planta.
—Tengo una sorpresa para ti —anuncié nerviosa y sin poder evitar sonreír
como una idiota.
Nick me miró con suspicacia.
—¿Qué has hecho, pecas? No irán a salir payasos o algo de detrás del sofá,
¿no?
Puse los ojos en blanco, eso solo había pasado una vez.
—Ven… te va a encantar —dije abriendo la puerta de entrada y
deteniéndome frente al garaje.
Nick se metió las manos en los bolsillos, mirándome entre divertido y
curioso.
—¿Listo? —le pregunté mordiéndome el labio.
—¡Qué va! —contestó burlándose de mí.
Lo ignoré y le di al botón del garaje para que las puertas se abrieran. Era un
garaje enorme, donde teníamos un gimnasio y guardábamos muchos de los
juguetes de los niños. Cuando la puerta terminó de abrirse, los ojos de Nicholas
se quedaron fijos en lo que tenía delante.
—¡Feliz cumpleaños! —grité emocionada.
—Hostia… —soltó como único comentario—. ¿Te has vuelto loca? —dijo
dando cuatro pasos hacia delante.
—Te dije que te debía un Ferrari, yo no olvido mis promesas.
Nicholas me miró con incredulidad y soltó una carcajada que me llenó el
pecho de alegría. Vino hasta mí y me levantó entre sus brazos haciéndome girar.
—No puedo creérmelo… —reconoció mirándome fijamente para un segundo después fruncir el ceño—. Espera…
Me dejó en el suelo y supe que se avecinaba tormenta.
—¿No habrás…? —empezó a decir mientras yo me alejaba de él con
disimulo —. Dime que no te has gastado el dinero que ingresé en tu cuenta en un
regalo para mí.
Me encogí de hombros.
—Te dije que no quería ese dinero.
—¡Eres mi mujer!
—¡Y tú mi marido! —repuse sin poder evitar mi regocijo.
—No sé si matarte o comerte a besos… Dime, listilla, ¿qué quieres que te
haga?
Sonreí con suficiencia.
—Quiero correr.