Culpa tuya

Capítulo 22

NICK 
Cuando Noah dijo que era ella la que no quería venir a vivir conmigo, 
experimenté algo que hacía mucho tiempo no sentía, un sentimiento que 
creía haber escondido en lo más profundo de mi alma, algo que me juré 
a mi mismo no volver a sentir jamás: el rechazo. 
Es difícil lidiar con el rechazo de tus propios padres, y más cuando se 
tienen doce años. Tienes un padre que se pasa la mayor parte del tiempo 
trabajando y viajando por el país; te mandan regalos de ciudades 
diferentes con idiomas que nunca vas a llegar a entender pero que 
mandan un claro mensaje: estoy lejos, o eso es lo que yo sentía cada vez 
que un paquete envuelto de forma refinada y con un feo lazo azul 
llegaba a mi casa. No me importaba, o eso me decía siempre a mi 
mismo porque tenía a mi madre, aquella mujer guapa y esbelta, aquella 
mujer de la que había heredado los ojos, esos ojos dulces que me 
miraban y me seguían a todos lados, cuidando de mí o eso creía pensar 
que hacían. 
Mi madre siempre había sido una mujer peculiar, yo la quería, la 
adoraba, pero sabía que era distinta a las demás madres; lo sabía 
porque era un chico bastante inteligente para mi edad y nunca se me 
había podido engañar... igual que siempre supe que todos esos regalos 
que llegaban de parte de mi padre eran en realidad elegidos, envueltos y 
enviados por su secretaria, siempre supe que todos aquellos hombres 
que entraban por la puerta de mi casa cuando mi padre no estaba no 
eran simples amigos de mi madre. 
Anabell Grason no era una mujer cualquiera, de eso nada. 
Toda mi vida, o por lo menos hasta que me abandonó pude ver cómo 
engañaba a mi padre, una y otra vez, con hombres de negocios, con 
gente que conocía en restaurantes elegantes, e incluso con padres de 
mis amigos, todos ellos entraban en casa, pasaban algunas horas con 
ella, colocaban su mano en mi cabeza de forma amigable antes de irse, 
y salían por la puerta como si nada hubiese pasado. 
Al principio, todo ocurría de forma que apenas me daba cuenta, pero a 
medida que pasaron los años, mi madre dejó de preocuparse por mí y 
sus descuidos fueron tan evidentes que llegué a encontrármela 
completamente desnuda y con un hombre entre las piernas nada más y 
nada menos que en mi propia habitación. Tengo la imagen de cada uno 
de los hombres que pasaron por mi casa grabada en la memoria, y eso 
es algo que mi madre nunca pensó que fuese a pasar.

Tendemos a creer que los niños no comprenden las cosas o que su 
inocencia los mantiene aislados de la realidad pero eso es todo lo 
contrario a la realidad. Los niños son listos, perspicaces y como yo: muy 
curiosos. Y todo eso unido a unos padres que se centran más en sí 
mismos que en su propio hijo puede acarrear todo tipo de problemas a 
la larga. 
Sus aventuras no me importaban, no me importaban porque pensaba 
que eran algo normal. Un día mi madre me obligó a jurarle que nunca 
diría absolutamente nada, que lo que ocurría dentro de su habitación 
era un secreto, algo que nunca debía contar y fue entonces cuando 
comprendí que todo aquello estaba mal. 
Todo cambió después de que el hombre que trajese a casa, fuese Robert 
Grason. Nunca me gustó su forma de mirarme ni su manera de tratar a 
mi madre, se pavoneaba por mi casa como si fuese suya y no era nada 
discreto, un día, al volver del colegio le vi sentado en la cocina, me pidió 
que me acercase y me dijo algo que nunca olvidaría. 
- ¿Cuántos años tienes, Nicholas?-me preguntó mirándome fijamente a 
los ojos. 
Le observé con el ceño fruncido, recuerdo que me hubiese encantado 
ser mucho mayor, poder mirarle a los ojos sin tener que levantar la 
cabeza, eso hacía que me sintiese inferior, me sentía desprotegido; él era 
alto, tanto como mi padre y le había visto más de una vez hacer pesas 
en el gimnasio que teníamos arriba. 
-Doce-dije simplemente. 
Una sonrisa apareció en su rostro. 
- ¿Crees que eres lo suficientemente mayor para que te hable como un 
adulto?-me preguntó mientras revolvía su taza de café caliente. 
Mi respuesta fue automática. 
-Sí. 
Una sonrisa de superioridad cruzó su rostro. 
-Tú madre es muy guapa, supongo que te habrás dado cuenta por como 
la miran los hombres por la calle -empezó diciendo, dejando la cuchara 
a un lado y volviendo a mirarme-Es joven y no quiere a tu padre. -dijo de 
forma directa, yendo al grano y sin tapujos. 
Escucharlo de boca de alguien supongo que lo hizo más real, y a pesar 
de todas las veces que me había dicho a mi mismo que no me importaba 
que mi padre no estuviese, en ese instante noté su ausencia más que 
nunca.

-Tú te pareces mucho a tu padre-agregó acompañando su frase con un 
silencio de varios segundos. 
Noté un pinchazo de alarma después comprender lo que estaba 
queriéndome decir. Muchas veces me habían dicho que me parecía a mi 
padre, que éramos como dos gotas de agua, nunca le había dado 
importancia... hasta entonces, porque... 
¿significaba eso que mi madre no me quería porque le recordaba a mi 
padre? ¿Era eso lo que ese hombre estaba intentando decirme? 
Me quedé quieto y callado donde estaba, sin saber que contestar, qué 
decir. Robert vio el miedo en mis ojos y se inclinó hacía a mí, miró a su 
alrededor unos segundos y borró de su rostro la tranquilidad que había 
mantenido hasta entonces. 
-Voy a llevármela, Nicholas, tu madre se va a venir conmigo, y cuando lo 
haga y deje de veros a ti y a tu padre, volverá a ser feliz otra vez. 
Mis manos se cerraron en puños, y esa fue la primera vez que sentí 
rabia, rabia de verdad, profunda y cegadora... y aterradora también. 
Aquel día moría por contarle a mi madre lo que ese hombre me había 
dicho, pero tenía tanto miedo que al decírselo ella pudiese afirmármelo 
que cerré la boca e intenté hacer como si esa tristeza que sentía fuese 
en realidad imaginaciones mías. 
Dos semanas después se había largado, ya no estaba cuando salí del 
colegio. A partir de ese día y durante una semana un hombre me recogió 
cada día al salir de clase, una niñera apareció de la nada y empezó a 
cuidar de mí... Mi padre llegó siete días después. 
-Nicholas, mamá se ha ido-fueron sus palabras después de darme un 
abrazo de varios segundos, el primero que me daba en meses. 
Mi madre se largó, sin despedirse, solo dejando una nota a sus espaldas. 
Volveré a por ti, Nick; Te quiero, 
Mamá. 
Nunca lo hizo, y lo que vino después ya sabéis lo que fue. 
Comprendí a medida que crecía que mi madre se había tirado a todos 
esos hombres no solo para vengarse de mi padre por no pasar tiempo 
con ella, si no porque era una arpía ambiciosa. La busqué, estuve años 
buscándola y descubrí cosas de ella que nuca debería haber sabido. 
Hablé con todos los hombres que creía recordar habían pasado por mi 
casa, todos se mostraron recelosos, pero los amenace con contarles a sus mujeres las aventuras que habían tenido con ella así que me 
contaron todo lo que necesitaba saber. 
Mi madre había sido la puta de todos ellos, le habían pagado fortunas 
por acostarse con ella; según lo que me habían dicho, ella era perfecta 
porque nunca contaría absolutamente nada, vivíamos en un barrio de 
ricachones salidos que se aburrían con su triste vida material y sus 
mujeres cuarentonas que solo sabían ir a galas benéficas. Mi madre 
había sido el patio de recreo de todos aquellos hombres y había 
amasado una fortuna acostándose con ellos. 
Cuando encontró al hombre adecuado, Robert, tuvo miedo que todo 
aquello saliese a la luz, yo había visto demasiado, así que fue más fácil 
dejarme atrás, no lucho por mi custodia cuando mi padre se la quitó, y 
el hombre que tenía al lado tampoco ayudó, no tengo ni idea de lo que le 
había dicho para convencerla de que tenía que abandonarme, pero 
estoy seguro que el dinero tuvo muchísimo que ver. 
Cuando finalmente comprendí que mi madre me había abandonado me 
juré a mi mismo que nuca más iba a sentir nada por nadie, nunca más 
iba a darle el poder a alguien para que pudiese volver a hacerme daño, 
no pensaba volver a sentirme rechazado. 
Bueno, con Noah todo había cambiado y una parte de mí se moría al 
pensar que podía hacer lo mismo que mi madre: dejarme. 
Me bajé del coche en la oscuridad de la noche. La casa de mi padre 
estaba en penumbra, nadie parecía haber encendido las luces del 
porche, cosa que no me hizo ni pizca de gracia. 
Para empezar no entendía porque Noah no me había llamado para ir a 
verla, me había enterado por mi jefe que mi padre se marchaba a la 
otra punta de la cuidad y una sola llamada me hizo confirmar que 
aquello era cierto y que Rafaella también se iba con él, lo que dejaba a 
Noah sola en casa. 
Apenas habíamos hablado desde lo del otro día, la había evitado adrede, 
una parte de mí había querido castigarla por no querer venir a vivir 
conmigo, pero en realidad estaba asustado, aquello nunca se me hubiese 
pasado por la cabeza, deseaba con tantas fuerzas vivir con ella que el 
hecho de que no quisiera me había dejado totalmente fuera de juego. ¿Y 
ahora encima no me llamaba para decirme que nuestros padres no iban 
a estar en casa? 
Entré usando mi propia llave. Como había dicho, todo estaba en 
penumbra. Me apresuré en subir al piso superior y empecé a creer que 
Noah no estaba allí cuando no vi luz saliendo de debajo de su puerta; 
pero entonces la oí, estaba llorando. 
Abrí la puerta con el corazón en un puño, pensando lo peor, pero al 
hacerlo solo la vi a ella, dormida.



#3124 en Novela romántica

En el texto hay: romance, amor, culpamia

Editado: 03.01.2024

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