NICK
Cuando Noah dijo que era ella la que no quería venir a vivir conmigo,
experimenté algo que hacía mucho tiempo no sentía, un sentimiento que
creía haber escondido en lo más profundo de mi alma, algo que me juré
a mi mismo no volver a sentir jamás: el rechazo.
Es difícil lidiar con el rechazo de tus propios padres, y más cuando se
tienen doce años. Tienes un padre que se pasa la mayor parte del tiempo
trabajando y viajando por el país; te mandan regalos de ciudades
diferentes con idiomas que nunca vas a llegar a entender pero que
mandan un claro mensaje: estoy lejos, o eso es lo que yo sentía cada vez
que un paquete envuelto de forma refinada y con un feo lazo azul
llegaba a mi casa. No me importaba, o eso me decía siempre a mi
mismo porque tenía a mi madre, aquella mujer guapa y esbelta, aquella
mujer de la que había heredado los ojos, esos ojos dulces que me
miraban y me seguían a todos lados, cuidando de mí o eso creía pensar
que hacían.
Mi madre siempre había sido una mujer peculiar, yo la quería, la
adoraba, pero sabía que era distinta a las demás madres; lo sabía
porque era un chico bastante inteligente para mi edad y nunca se me
había podido engañar... igual que siempre supe que todos esos regalos
que llegaban de parte de mi padre eran en realidad elegidos, envueltos y
enviados por su secretaria, siempre supe que todos aquellos hombres
que entraban por la puerta de mi casa cuando mi padre no estaba no
eran simples amigos de mi madre.
Anabell Grason no era una mujer cualquiera, de eso nada.
Toda mi vida, o por lo menos hasta que me abandonó pude ver cómo
engañaba a mi padre, una y otra vez, con hombres de negocios, con
gente que conocía en restaurantes elegantes, e incluso con padres de
mis amigos, todos ellos entraban en casa, pasaban algunas horas con
ella, colocaban su mano en mi cabeza de forma amigable antes de irse,
y salían por la puerta como si nada hubiese pasado.
Al principio, todo ocurría de forma que apenas me daba cuenta, pero a
medida que pasaron los años, mi madre dejó de preocuparse por mí y
sus descuidos fueron tan evidentes que llegué a encontrármela
completamente desnuda y con un hombre entre las piernas nada más y
nada menos que en mi propia habitación. Tengo la imagen de cada uno
de los hombres que pasaron por mi casa grabada en la memoria, y eso
es algo que mi madre nunca pensó que fuese a pasar.
Tendemos a creer que los niños no comprenden las cosas o que su
inocencia los mantiene aislados de la realidad pero eso es todo lo
contrario a la realidad. Los niños son listos, perspicaces y como yo: muy
curiosos. Y todo eso unido a unos padres que se centran más en sí
mismos que en su propio hijo puede acarrear todo tipo de problemas a
la larga.
Sus aventuras no me importaban, no me importaban porque pensaba
que eran algo normal. Un día mi madre me obligó a jurarle que nunca
diría absolutamente nada, que lo que ocurría dentro de su habitación
era un secreto, algo que nunca debía contar y fue entonces cuando
comprendí que todo aquello estaba mal.
Todo cambió después de que el hombre que trajese a casa, fuese Robert
Grason. Nunca me gustó su forma de mirarme ni su manera de tratar a
mi madre, se pavoneaba por mi casa como si fuese suya y no era nada
discreto, un día, al volver del colegio le vi sentado en la cocina, me pidió
que me acercase y me dijo algo que nunca olvidaría.
- ¿Cuántos años tienes, Nicholas?-me preguntó mirándome fijamente a
los ojos.
Le observé con el ceño fruncido, recuerdo que me hubiese encantado
ser mucho mayor, poder mirarle a los ojos sin tener que levantar la
cabeza, eso hacía que me sintiese inferior, me sentía desprotegido; él era
alto, tanto como mi padre y le había visto más de una vez hacer pesas
en el gimnasio que teníamos arriba.
-Doce-dije simplemente.
Una sonrisa apareció en su rostro.
- ¿Crees que eres lo suficientemente mayor para que te hable como un
adulto?-me preguntó mientras revolvía su taza de café caliente.
Mi respuesta fue automática.
-Sí.
Una sonrisa de superioridad cruzó su rostro.
-Tú madre es muy guapa, supongo que te habrás dado cuenta por como
la miran los hombres por la calle -empezó diciendo, dejando la cuchara
a un lado y volviendo a mirarme-Es joven y no quiere a tu padre. -dijo de
forma directa, yendo al grano y sin tapujos.
Escucharlo de boca de alguien supongo que lo hizo más real, y a pesar
de todas las veces que me había dicho a mi mismo que no me importaba
que mi padre no estuviese, en ese instante noté su ausencia más que
nunca.
-Tú te pareces mucho a tu padre-agregó acompañando su frase con un
silencio de varios segundos.
Noté un pinchazo de alarma después comprender lo que estaba
queriéndome decir. Muchas veces me habían dicho que me parecía a mi
padre, que éramos como dos gotas de agua, nunca le había dado
importancia... hasta entonces, porque...
¿significaba eso que mi madre no me quería porque le recordaba a mi
padre? ¿Era eso lo que ese hombre estaba intentando decirme?
Me quedé quieto y callado donde estaba, sin saber que contestar, qué
decir. Robert vio el miedo en mis ojos y se inclinó hacía a mí, miró a su
alrededor unos segundos y borró de su rostro la tranquilidad que había
mantenido hasta entonces.
-Voy a llevármela, Nicholas, tu madre se va a venir conmigo, y cuando lo
haga y deje de veros a ti y a tu padre, volverá a ser feliz otra vez.
Mis manos se cerraron en puños, y esa fue la primera vez que sentí
rabia, rabia de verdad, profunda y cegadora... y aterradora también.
Aquel día moría por contarle a mi madre lo que ese hombre me había
dicho, pero tenía tanto miedo que al decírselo ella pudiese afirmármelo
que cerré la boca e intenté hacer como si esa tristeza que sentía fuese
en realidad imaginaciones mías.
Dos semanas después se había largado, ya no estaba cuando salí del
colegio. A partir de ese día y durante una semana un hombre me recogió
cada día al salir de clase, una niñera apareció de la nada y empezó a
cuidar de mí... Mi padre llegó siete días después.
-Nicholas, mamá se ha ido-fueron sus palabras después de darme un
abrazo de varios segundos, el primero que me daba en meses.
Mi madre se largó, sin despedirse, solo dejando una nota a sus espaldas.
Volveré a por ti, Nick; Te quiero,
Mamá.
Nunca lo hizo, y lo que vino después ya sabéis lo que fue.
Comprendí a medida que crecía que mi madre se había tirado a todos
esos hombres no solo para vengarse de mi padre por no pasar tiempo
con ella, si no porque era una arpía ambiciosa. La busqué, estuve años
buscándola y descubrí cosas de ella que nuca debería haber sabido.
Hablé con todos los hombres que creía recordar habían pasado por mi
casa, todos se mostraron recelosos, pero los amenace con contarles a sus mujeres las aventuras que habían tenido con ella así que me
contaron todo lo que necesitaba saber.
Mi madre había sido la puta de todos ellos, le habían pagado fortunas
por acostarse con ella; según lo que me habían dicho, ella era perfecta
porque nunca contaría absolutamente nada, vivíamos en un barrio de
ricachones salidos que se aburrían con su triste vida material y sus
mujeres cuarentonas que solo sabían ir a galas benéficas. Mi madre
había sido el patio de recreo de todos aquellos hombres y había
amasado una fortuna acostándose con ellos.
Cuando encontró al hombre adecuado, Robert, tuvo miedo que todo
aquello saliese a la luz, yo había visto demasiado, así que fue más fácil
dejarme atrás, no lucho por mi custodia cuando mi padre se la quitó, y
el hombre que tenía al lado tampoco ayudó, no tengo ni idea de lo que le
había dicho para convencerla de que tenía que abandonarme, pero
estoy seguro que el dinero tuvo muchísimo que ver.
Cuando finalmente comprendí que mi madre me había abandonado me
juré a mi mismo que nuca más iba a sentir nada por nadie, nunca más
iba a darle el poder a alguien para que pudiese volver a hacerme daño,
no pensaba volver a sentirme rechazado.
Bueno, con Noah todo había cambiado y una parte de mí se moría al
pensar que podía hacer lo mismo que mi madre: dejarme.
Me bajé del coche en la oscuridad de la noche. La casa de mi padre
estaba en penumbra, nadie parecía haber encendido las luces del
porche, cosa que no me hizo ni pizca de gracia.
Para empezar no entendía porque Noah no me había llamado para ir a
verla, me había enterado por mi jefe que mi padre se marchaba a la
otra punta de la cuidad y una sola llamada me hizo confirmar que
aquello era cierto y que Rafaella también se iba con él, lo que dejaba a
Noah sola en casa.
Apenas habíamos hablado desde lo del otro día, la había evitado adrede,
una parte de mí había querido castigarla por no querer venir a vivir
conmigo, pero en realidad estaba asustado, aquello nunca se me hubiese
pasado por la cabeza, deseaba con tantas fuerzas vivir con ella que el
hecho de que no quisiera me había dejado totalmente fuera de juego. ¿Y
ahora encima no me llamaba para decirme que nuestros padres no iban
a estar en casa?
Entré usando mi propia llave. Como había dicho, todo estaba en
penumbra. Me apresuré en subir al piso superior y empecé a creer que
Noah no estaba allí cuando no vi luz saliendo de debajo de su puerta;
pero entonces la oí, estaba llorando.
Abrí la puerta con el corazón en un puño, pensando lo peor, pero al
hacerlo solo la vi a ella, dormida.