NOAH
Silencio.
Eso es lo que había entre Nicholas y yo, y no era algo que hubiese
esperado. Después de mudarme esperé recibir aunque sea una llamada
por su parte. Estaba enfadada por que había tomado esa decisión por
mí y no iba a ser yo quien diera el brazo a torcer, pero nunca habíamos
llegado al punto en donde ninguno de los dos nos decíamos lo que
pensábamos. Como muy bien sabía, lo nuestro era discutir, así que qué
se suponía que significaba esto.
Estaba sentada en mi cama, mi cómoda cama, que al fin y al cabo tenía
gracias a él. Sabía que sus intenciones siempre tenían buen fondo pero a
veces sus formas eran las que podían conmigo. Llevaba mirando su
número de teléfono un buen rato. Siendo sincera conmigo misma, le
echaba de menos, y me daba miedo pensar que había terminado por
colmar su paciencia.
Haciendo de tripas corazón empecé escribiéndole un mensaje... luego lo
borré y decidí ser valiente y llamarle por teléfono.
Espere ansiosa hasta que escuché como descolgaba al otro lado de la
línea.
- ¿Diga?
Voz de mujer.
Tres latidos y después el ruido de la sangre bombeando en mis oídos.
- ¿Está Nicholas?
Mi voz era un poema, y si no hubiese sido porque la rabia me segaba
hubiese cortado el teléfono nada más escuchar la voz de Sophia.
Ella asintió y unos minutos después escuché su respiración al otro lado
de la línea.
-Noah.
Noah... nada de pecas para mí, al parecer.
Me sentía tan lejos de él en ese instante que me dolía el corazón.
-¿Qué haces con ella?
No había sido mi intención preguntarle eso precisamente pero el suspiro
que vino acompañado de su respuesta consiguió envalentonarme aún
más y avivar la rabia que sentía en mi interior.
-Trabajo con ella.
Respiré hondo intentando encontrar una forma de conectar con él, pero
habían pasado cuatro días sin que ninguno de los dos diese señales de
vida y eso nunca había pasado antes. Estaba perdida, porque no
entendía que es lo que ocurría. Me había dejado cegar por mi enfado
por lo del piso y ahora descubría que el enfado era mutuo y no sabía
muy bien por qué.
«El tatuaje».
Sabía que le había molestado mi reacción, pero tampoco había
reaccionado de forma exagerada, vale sí, me había asustado, pero en el
fondo me gustaba lo que había hecho...
creo.
Había hablado de esto con Michael, últimamente iba casi todos los días
a su consulta, y hablábamos de todo, nunca antes me había sentido
capaz de abrirme tanto a un desconocido pero él lo había conseguido y
había sido idea suya que esperase a ver cómo se desarrollaban los
acontecimientos con Nick. Me había dicho que presionar nunca era
bueno y que era mejor esperar a que el enfado desapareciera antes que
dejar que este hablase por mí.
Bien, pues aquí estábamos, hablando. Pero no era precisamente una
conversación y mucho menos el recibimiento que había esperado.
-Nick...
-Noah...
Ambos hablamos a la vez y ambos nos callamos para escuchar lo que
cada uno tenía que decir. En otra ocasión esto hubiese resultado
divertido pero no en ese momento, no cuando le sentía a kilómetros de
distancia.
-Quiero verte-dije al ver que no tomaba la iniciativa.
Escuché al otro lado de la línea como dejaba el ruido que había detrás y
se metía en algún sitio silencioso.
-Siento no haberte llamado-dijo un segundo después-He estado liado con
lo del aniversario de la empresa y quería dejarte espacio para que te
instalaras y te adaptases a la facultad.
Una cosa era espacio y otra muy distinta no haber dado señales de vida.
Iba a decirle eso mismo pero me mordí la lengua.
-Estoy yendo al psicólogo-solté sin pensar, después de un silencio que
ninguno quiso interrumpir. No se porque lo había soltado así de repente,
tal vez porque sentía que tenía que explicarle que a pesar de mi actitud
yo sí que estaba dispuesta a cambiar y mejorar por él.
-¿Cómo? ¿Desde cuándo? ¿Por qué no me lo habías contado?
«¿Estaba enfadado?»
-Te lo estoy diciendo ahora.
- ¿A cuál estas yendo?-me preguntó resoplando-No puedes ir a
cualquiera, Noah, había investigado, había hablado con los mejores,
solo esperaba el momento de decírtelo y ahora vas tú...
-Nicholas, ¿qué más da quien sea? Me está ayudando y es joven, de la
facultad, es más como si estuviese hablando con un amigo que otra
cosa.
- ¿Amigo?
La situación cambió de fría a casi congelada en cuestión de segundos.
-Se llama Michael O'Neill, es el hermano de un compañero de clase, y
me ha dicho que si...
-No puedo creer que estés dejando que te trate un gilipollas que se
habrá sacado el título hace dos telediarios. -me interrumpió y escuché el
ruido de un golpe sordo al otro lado del teléfono.
- ¡Estoy haciendo lo que tú querías!-le contesté casi gritando.
«¿Por qué siempre teníamos que terminar así? ¿No veía que esto lo
hacía por él?»
- ¡Los psicólogos de la facultad son niñatos mal pagados que no tienen
ni la menor idea de lo que hacen! ¿Cuántos años dices que tiene?
Esto era increíble.
- ¿Qué importancia tiene eso?
Escuché como soltaba una carcajada al otro lado de la línea.
- ¿Sabes la de casos de acoso sexual que se producen al año por
gilipollas que se sacan el titulo a trompicones y sin tener ni puta idea?
¿Qué coño puede saber un tío que se graduó hace dos años de lo que te
está pasando a ti?
-No se graduó hace dos años, tiene veintisiete, y me esta ayudando, eso
es lo único que debería importarte.
Su reacción era increíble, Dios mío, esto era lo último que había
esperado de él.
-Vas a cambiar de psicólogo, Noah, vas a ir a uno de los mejores, una
mujer que lleva tratando casos como el tuyo toda una vida, y no a la
consulta de un niñato que seguro que se pajea imaginándote desnuda
sobre su diván.
Intenté, os lo prometo, hacer como que no acaba de decir eso...pero no
dio resultado.
-Eres un gilipollas.
Colgué el teléfono porque sabía que si seguía escuchando toda esa
mierda iba terminar haciendo algo de lo que iba a arrepentirme.
Cogí mi chaqueta de cuero, me calcé mis botas y salí al saloncito donde
mi compañera miraba distraída la televisión.
Se llamaba Briar, y ahora que ya llevaba conviviendo con ella más de
cuatro días podía decir sin ningún tapujo que era bastante puton. No es
que fuese vestida como una guarra ni nada es que simplemente tenía ese
don por el cual cualquier tío con ojos querría llevársela a la cama, y ella
los dejaba entrar encantada. Su pelo era de un tono pelirrojo precioso,
más rojo que naranja y sus ojos eran verdes y exóticos. Era alta y
esbelta, y según me había contado trabajaba como modelo para muchas
firmas conocidas. Sus padres eran unos famosos directores de
Hollywood y ella sabía que terminaría trabajando con ellos más
temprano que tarde.
No era de extrañar, con esa cara, yo también me hubiese metido a
actriz, pero Briar tenía un aire de «paso de todo»
que era hasta preocupante. Conmigo había charlado bastante, era
simpática eso sí, pero no terminaba de pillar su royo.
- ¿Peleas de enamorados?-me preguntó indiferente mientras se
inspeccionaba una uña y luego se la volvía a pintar de ese color rojo
sangre.