Capítulo 1
Era un llamado a lo desconocido, una invitación a explorar los límites del ser y a enfrentar los miedos más profundos.
Entre sus manos empuñaba una espada. La movía entre los aires con mucha destreza mientras practicaba sus movimientos.
— ¿Es todo lo que tienes? —le dijo al muchacho.
— No —respondió él.
Las miradas desafiantes de las dos personas se entrelazaban en un enfrentamiento silencioso. En el centro de aquel pequeño círculo humano, rodeados por curiosos espectadores, la tensión era palpable. Al finalizar el día, se llevaba a cabo esta peculiar práctica, que despertaba diferentes emociones en quienes la presenciaban. Algunos encontraban diversión en ella, mientras que para otros era una experiencia dolorosa que parecía arrastrarlos hacia la muerte misma.
— ¡Kali! ¡Kali ¡Kali! —gritaban las mujeres y algunos hombres.
— ¡¿Qué está pasando aquí?!
Como si hubiera sido un comando invisible, todas las personas presentes en aquel enfrentamiento se pusieron en posición de atención. Con una sincronización impresionante, enderezaron sus posturas y colocaron sus brazos a los costados, mostrando una disciplina impecable. El silencio reinaba en el ambiente, interrumpido únicamente por el murmullo del viento y la expectativa palpable en el aire.
— General Galio.
— Que alguien me explique qué está sucediendo aquí.
— ¿No ve? Es su iniciación —respondió una de los implicados.
— Kali —una mujer susurró al lado—. Cállese.
— No me diga que esto está prohibido —continuó.
— ¡Por supuesto está prohibido! —Gritó el general—. Cuántas veces tengo que repetir que mis mejores hombres no deben perder el tiempo en batallas insignificantes como estas. ¡Cuántas veces!
— ¡Va, va! ¡Muchachos, dispérsense! —ordenó la mujer de cabellos rojizos.
Siguiendo las órdenes, algunos de los soldados del ejército de Nepconte se alejaron del lugar con un temor palpable en sus rostros. El General Galio, un hombre de aspecto imponente y severo, era conocido por su reputación de ser implacable y por imponer castigos severos a aquellos que desobedecían sus órdenes. Con paso cauteloso, se retiraron del área, conscientes de las posibles represalias que podrían enfrentar si se atrevían a desafiar al general.
— General Galio, me sorprende su actitud —continuó la mujer, sarcástica.
— Sargento, la espero en el estudio.
La mujer cruzó sus brazos bajo sus pechos, rodó los ojos y botó aire de la boca.
— Tsss.
— ¿Me escuchó? Al estudio. ¡Ahora!
El hombre canoso se arregló la vestimenta con sus infinitas insignias y se retiró molesto del campo de enfrentamientos.
— Kaliyaqcha —susurró una de las agentes.
— Ni me hables, Katrina.
— Sargento, debió hacerme caso. Sabe que ni al director ni al general les agrada que usted pelee con Los niños.
— Es pura tontería, de verdad —soltó ella.
— Pero-
— Agente Tudor, ¿no tiene otra cosa más interesante que fastidiar mi paz? —la sargento trató de ser lo más delicada posible.
Así era la sargento: fría, insípida e incluso cruel.
No obstante, la relación entre la sargento y Katrina había evolucionado con el tiempo. Al principio, no había sido fácil para ninguna de las dos. La sargento se mostraba distante y reservada, mientras que Katrina trataba de ganarse su aprobación y respeto. Había momentos en los que chocaban y las tensiones surgían, pero también habían aprendido a encontrar un equilibrio en su convivencia.
Katrina admiraba la fortaleza y habilidad de la sargento, pero al mismo tiempo, era consciente de su crueldad y frialdad. A pesar de ello, no podía evitar sentir una especie de conexión con ella. La sargento, por su parte, reconocía la valía y dedicación de Katrina, aunque no lo admitiría abiertamente. Katrina era alguien en quien podía confiar en situaciones críticas, alguien que estaba dispuesta a seguir sus órdenes y actuar con determinación. A pesar de que la sargento no era dada a mostrar afecto o a entablar lazos emocionales, había una especie de raro entendimiento mutuo entre ellas.
Con el tiempo, la relación entre la sargento y Katrina se había vuelto más fluida. Aunque aún mantenían una distancia formal, la agente había aprendido a llevar los arrebatos, palabras y miradas de la sargento.
En resumen, aunque la sargento seguía siendo fría y reservada en general, había encontrado en Katrina a alguien que, de alguna manera, podría confiarle un arma. Aunque no eran amigas en el sentido tradicional, se habían ganado mutuo respeto y aprendido a colaborar en un entorno desafiante.
— Está bien, sargento. Entiendo sus palabras.
La sargento asintió y, cómo va el viento, se dirigió hacia la oficina del director. Tranquila y con el semblante sereno, sin mostrar algún sentimiento en sus muecas; mientras caminaba, se iba ganando las miradas de muchos reclutas o “los niños” como solían ser llamados en ese lugar.
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Editado: 03.02.2024