Culpable, su majestad.

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 11

 

Bienvenido a la guerra, padre, pero recuerda, yo ya he movido la primera pieza del tablero.

 

Muy temprano por la mañana, los hermanos Dagger y el duque de Iterbio se alistaron para reunirse con el rey. Freya, con su cabello rojo recogido en una trenza elegante, ajustaba los pliegues de su vestido con precisión militar. A su lado, Bronson, de expresión seria, se aseguraba de que su uniforme estuviera impecable, reflejando su posición como "guardia". Ernest, por su lado, luchaba por mantener su compostura mientras ajustaba su chaleco y se acomodaba el cabello.

Salieron, entonces, hacia el palacio en el mismo carruaje con el que habían ido al baile la noche anterior. A través de las ventanas, los rayos dorados del sol tejían patrones cambiantes en las finas telas de sus ropajes, como si la naturaleza misma se uniera a su camino. Pocos momentos después, el imponente palacio se alzó ante ellos, y los vigilantes guardianes del rey les permitieron franquear sus puertas.

El eco de sus pasos resonó en los pasillos del castillo, sumidos en una calma que parecía más engañosa que genuina. A pesar de la aparente quietud, Freya intuía que detrás de las opulentas paredes de aquel recinto de poder se forjaban intrigas y conspiraciones, como hilos invisibles que tejían un tapiz siniestro. La política, ese intrincado y peligroso juego de ajedrez, se desenvolvía en toda su complejidad, y en ese instante, estaban en el mismísimo epicentro de su tablero. Finalmente, llegaron a la majestuosa sala de reuniones, un espacio impregnado de solemnidad y trascendencia. Los guardias, testigos silenciosos de los eventos que se desenvolvían en aquel sitio, los escoltaron hacia el punto donde se encontrarían con el rey.

La sala estaba decorada con tapices y esculturas que narraban la historia de la dinastía, un recordatorio constante del linaje y la autoridad de los Hyde. 

— Ha pasado un tiempo considerable, ¿cuánto más nos hará el rey esperar? —susurró Bronson, un poco impaciente.

— Shhh, nos están observando —respondió Ernest aclarándose la garganta. 

Las puertas en el extremo opuesto de la sala se abrieron en ese instante, revelando la figura imponente del rey Herald Hyde. El hombre estaba vestido con un atuendo, que reflejaba su posición de poder y autoridad.

Los dos invitados se inclinaron en reverencia ante el rey, mientras que Freya se permitió agachar levemente su cabeza, sin mirar hacia abajo; acto que no pasó desapercibido por Herald, quien tomó la acción como un signo de que la educación de la joven era paupérrima, haciendo alusión a su posición como criada. El monarca los observó por un momento antes de levantar la mano en un gesto para que se enderezaran. 

La sala parecía contener la respiración mientras el rey los escrutaba con sus penetrantes ojos. Su mirada se posó en Freya por un instante más prolongado, evaluándola como si intentara leer sus pensamientos. La joven sargento mantuvo su expresión serena para sus adentros, sin embargo debía mostrar que la mirada de Herald la intimidaba. 

— Duque y compañía —pronunció el rey con una voz profunda y resonante—. Agradezco su pronta llegada.

— Es un honor estar aquí, majestad —respondió Ernest.

El rey tomó asiento en un pequeño trono en esa sala alejada de los salones principales del castillo, a su lado se encontraba Livene, su consejero de confianza, cuyos ojos agudos observaban atentamente a los recién llegados. Freya notó que el trono estaba decorado con intrincados detalles y símbolos que reflejaban el poder y la historia de la monarquía.

El rey Herald Hyde posó su mirada en los presentes, sus ojos eran de un azul intenso y parecían capaces de penetrar hasta lo más profundo de sus almas.

— Tomen asiento —dijo el rey viéndolos sentarse—. Quería hablar contigo sobre lo sucedido anoche, Ernest. Mi hijo está muy descontento y furioso por el vergonzoso … incidente. 

— Le pido nuevamente que me disculpe, majestad. Ha sido totalmente culpa mía.

— No fuiste tú el protagonista del hecho, Ernest.

— Soy consciente, pero la dama a mi lado es mi responsabilidad.

— ¿Ah, sí? 

— Así es, majestad. 

— Mmm, cuéntame, entonces, cómo es que estos jóvenes se refugiaron bajo tu casa; de ser así yo veré si realmente eres el responsable o no.

— P-pe-pero majestad, no creo que sea de su interés la vida de estos jóvenes. Sabe usted que Bronson me brinda protección física mientras que … Mi ángel, su hermana, fue la única que puede salvarme de tan mal pesar.

— Ya veo —susurró el rey mientras tocaba su barbilla—. ¿Es que estos no tienen padres?

— No, majestad. 

— Trabajan para ti, entonces —Ernest asintió—. Bien, me parece que, en todo caso, deberías hacerte responsable de lo que sucede con tus criados en mi palacio. ¿No lo crees, Livene? 

El hombre a su lado asintió, sin dejar de observar a Freya.

— Nuevamente reitero mis disculpas hacia usted y al heredero. 

El duque asintió con gratitud, sabiendo que esas disculpas eran un paso importante en mantener las relaciones diplomáticas y evitar cualquier posible conflicto. Sin embargo, el rey no parecía dispuesto a detenerse allí.

— Muy bien —continuó el rey, su mirada fija en el duque—. Me darás a tu criada a cambio de mi perdón y el de mi hijo.

La sala quedó en silencio, las palabras del rey colgando en el aire como un peso pesado. Freya sintió un nudo en el estómago mientras miraba al rey, su expresión era seria y despiadada. 

— ¿Q-qué dice, majestad? 

El rey, inmutable en su posición, prosiguió:

— Quiero a la chica.

Sin embargo, antes de que el asombro pudiera ceder paso a la aceptación, Bronson, con una calma aparente, interrumpió con voz firme:




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