Cupido Otra Vez

Capítulo 49

Adrian no quiso que invocáramos a Atenea en su garaje, argumentando que los dioses no eran de lo más cuidadosos y podían romper algo.  No nos quedó de otra, con mucho cuidado movimos las esculturas al patio trasero, bajo la mirada de Flor, quien no parecía sentirse muy bien.

—No me digan que... —murmuró.

—Sí, se convirtieron en piedra por culpa de ese idiota, pero vamos a revertirlo —explicó el dueño de casa, sin nada de tacto.

—¿Siempre es así? —Me preguntó Agustín.

—A veces te ignora —contesté.

—Este mini Hefesto es muy útil —agregó Eros—.  Sin él estaríamos perdidos.

A Adrian no le hizo nada de gracia su apodo.

—Por lo menos lo admite —refunfuñó.

Dejamos las estatuas cerca de la pared.  No era la única que las miraba con pesar, percibía el remordimiento de Agus.  Una cosa era saber que habías cometido un error, otra distinta era plantarle cara a las consecuencias.  Pero él no tenía modo de saber el enrededo que iba a formarse.

—¿No hay otra manera? –cuestioné.

—No podemos pasarnos de listos con Atenea —dijo Eros—.  Lo mejor es llamarla y apelar a su bondad.

—¿Es bondadosa? —inquirió Flor.

Nos quedamos en silencio, los más experimentados desafíabamos al resto a contestar, pero era como decirle a un niño que Santa Claus no existe.

—Ninguno lo es —respondió Adrian, quizás el único sin escrúpulos a la hora de romper ilusiones.

Fue como escuchar una sentencia a muerte.

Me quedé junto a Fran y Agnes, dispuesta a protegerlas ante cualquier eventualidad. Hedoné se cruzó de brazos a mi lado, más bien dispuesta a cuidarme a mí.  Eros se quedó junto a Agus, sería él quien le entregara el polizón a su tía, Adrian guardó sus distancias, y finalmente, la emoción de Ada contrastó con la confusión de Flor.  

No podíamos seguir postergando lo inevitable.

—Atenea —llamó Eros—, tengo al intruso.

Me cegó un brillante resplandor, que poco a poco se fue desvaneciendo, revelando la esplendorosa figura  de la divinidad de la sabiduría.  Una túnica rosa palo con detalles dorados cubría todo su cuerpo, su porte y su altiva mirada le otorgaban el aspecto de una auténtica reina.  Sólo que ella estaba mucho más arriba de cualquier título que los mortales pudiésemos inventar.

—¿Fuiste tú? —interrogó directamente al acusado.

—Sí, yo lo hice.  Le pido disculpas, eh... Su excelencia.

Atenea mostró su conformidad y sonrió levemente.

—¡Vaya! No pensé que lo fueran a encontrar, generalmente estos cobardes se esconden como ratas —comentó—, pero les di mi palabra y cumplieron.  

Se acercó a las estatuas que yacían junto a mí, bastó apenas un roce para que el hechizo comenzara a romperse.  El granito fue cayendo, como si alguien estuviera demoliéndolo, lo primero en aparecer fueron sus frentes.  Siguió desprendiéndose como una mascarilla, hasta revelar completamente los rostros, luego bajó por sus cuellos, sus torsos, sus ropas, sus piernas, hasta llegar a los pies.  

Ambas cayeron inconscientes, me apresuré en tomar a Fran, mientras Hedoné se encargaba de Agnes.  Sentí su pulso, los latidos de su corazón y sus kilos de más.  Había vuelto a ser humana.

—Ahora, me encargaré del profanador —anunció Atenea—.  Hacía años que nadie se atrevía a desafiarme, así que tu castigo será ejemplar, para que a nadie vuelva a a pasársele por la cabeza por lo menos dentro de unos siglos.

—Espera, Atenea —avise—.  ¿Podemos conversarlo? En realidad no fue su idea, otro dios lo obligó y...

La diosa levantó su mano, ordenándome callar, y luego se dirigió a Agus.

—¿Sabes por qué la gente pide perdón? —cuestionó—.  Porque le temen al castigo.  Muchas veces ni siquiera se arrepienten, solo buscan evitar las represalias, pero  de lo contrario no tendría sentido.  Todo el mundo haría su voluntad y luego se conformarían con pedir disculpas.  Por eso quiero que comprendas que el único modo de expiar tu pecado es con penitencia.

—Pero... —musitó Agus, sin embargo guardó silencio, no tenía nada bueno que decir.

—Yo me opongo —intervino Flor, no obstante su confianza se extinguió de inmediato—.  O, bueno, me gustaría, ¿se puede?

Pese a sus divagaciones supe que había llamado la atención de Atenea.  Ella no solo valoraba la inteligencia sino también valentía, no en vano había sido la protectora de distintos héroes y había guiado tantas batallas en el pasado.

—¿Te enfrentarás a mí a cambio de la vida de este hombre? —preguntó.

Flor estaba temblando, y su rostro era tan blanco como el papel.  Aún así, miró a Agustín.

—Bueno, depende —contestó–. ¿Cuál sería el desafío?

Atenea sonrió.

—Buena respuesta.  Te dejaré escogerlo, tienes tres días para pensarlo, o para despedirte.

Y con eso, desapareció. 
 



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En el texto hay: mitologia, amor, cupido

Editado: 30.05.2019

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