Cupido por una vez

Capítulo 8 (I Parte)

 

 

La cabeza me dolía al punto que creí que iba a explotar. Solo había una explicación posible para lo que estaba sintiendo, y era que había estado bebiendo alcohol.

Intenté repasar los últimos acontecimientos de la noche anterior. Recordé el concurso, la preocupación de Jane, la cena con Victor, mi corazón roto, la llamada de Fran, el arco olvidado en la cocina, el beso con Eros...

¡El beso con Eros! 

Deseé que el colchón me tragara. 

—¿Por qué a mí? —gemí, ahogando mi voz en la almohada. 

Me levanté a tiempo para despedirme de mi hermana, quien estaba por salir. 

—Iré a la biblioteca —anunció, moviéndose por todo el piso con un coqueto vestido primaveral—. Después almorzaré con Victor. ¿Te quedaras acá? 

—No —dije, mi voz sonó perezosa, pero no quería quedarme encerrada en un departamento sola—. Tal vez vaya a la biblioteca más tarde. 

—Avísame cuando decidas volver, Victor me pasará a dejar, puedes regresar con nosotros —ofreció. 

Moví mi cabeza en una débil afirmación, aunque en la realidad, no tenía planeado llamarla. 

Jane me dio un abrazo antes de abandonar el departamento. A veces era difícil no sentirse la hermanita fea a su lado. 

Inspiré profundamente para hacerme ánimos de llegar a la cocina. Herví agua, puse dos rebanadas de pan en el tostador y calenté un poco de leche. Luego, regresé a la sala, con intenciones poner el televisor para que me hiciera un poco de ruido, y no sentirme tan sola. Sin embargo me sorprendí de encontrarlo encendido. Juraría haber visto a Jane apagarlo antes de salir. 

—¿Qué hay para desayunar? —preguntó una voz que conocía bien. 

—¿Qué haces en mi casa? —cuestioné. 

Eros estaba sentado cómodamente en mi sofá, cambiando de canal. 

—Vine a entregarte tus flechas —contestó con sencillez—, pero antes hay que comer. El desayuno es la comida más importante del día. 

—A veces pienso que tienes demasiado tiempo libre, Cupido —comenté, cruzándome de brazos. 

—¿No pensaste que llené tu despensa por simple caridad? Es demasiada comida para dos adolescentes. 

Ya había pensado que era más de lo que Jane y yo podíamos comer en el mes, pero jamás esperé que Eros quisiera unirse al banquete. 

—Lindo pijama —agregó el dios del amor. 

Miré mi ropa. Traía puesto el pijama de conejo que Jane me había regalado para navidad, era idéntico a un disfraz, con cierre, y orejas. Iba a decir algo en mi defensa, pero el olor a pan quemado me interrumpió. 

Corrí a la cocina y quemé mis manos intentando sacar el pan, el cual había quedado completamente negro. 

Escuché a alguien reírse en la puerta, y ni siquiera me molesté en averiguar quién, pues ya lo sabía. 

—Ve a sentarte —propuso Eros—. Tu desayuno será una cortesía del Olimpo. 

Al ver que no obedecía, él mismo se acercó y tomándome de los hombros, me llevó a la silla más cercana, empujándome con suavidad para obligarme a tomar asiento en el mismo lugar donde, anoche, estuve hablando con el arco que Adrian me había hecho. 

Jane no había recogido las latas de cerveza, por lo que aún se encontraban esparcidas por el suelo. El detalle no pasó desapercibido. 

—¿Le invitaste unos tragos a tu arco? —sonrió. 

—Estuvimos conociéndonos anoche —respondí. 

—En todos estos milenios nunca había visto algo así. 

Eros reía, pero yo era incapaz de compartir su alegría. Todavía tenía ambas manos sobre mis hombros y su cuerpo ligeramente inclinado, de modo que su rostro se encontraba más cerca de lo que habría deseado. 

La imagen del beso la noche anterior se cruzó fugazmente en mi cabeza. Lo empujé hacia atrás, y abandoné la cocina hasta llegar al pequeño balcón que había junto a la sala. 

A pesar que mis manos temblaban, logré encender un cigarrillo. 

Contemplé la ciudad en sus primeras horas. Un cielo anaranjado de fondo, un montón de edificios enterrados en la tierra sin una planificación estética, solo poniendo más donde hubiere espacio, y la fresca brisa de la mañana, que golpeaba mis mejillas. No entendía cómo Jane podía salir usando un vestido con el frío que hacía. 

—Parece que no bastan los milenios para hacer cambiar a los hombres —suspiré. 

El cigarrillo se consumió antes de lo esperado, y volví a entrar en el departamento, al tiempo que Eros salió de la cocina, para informarme que el desayuno estaba listo. Lo miré con cara de pocos amigos, pero accedí a comer con él. 

No voy a quitarle el crédito que se merece. La comida estaba sabrosa, aunque me costó trabajo hacérselo saber. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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