Cupido por una vez

Capítulo 26


La cabeza me daba tumbos al punto en que temí que en cualquier momento fuese a explotar. Agradecí al cielo cuando la maestra Delaney nos dejara salir antes y di un salto al escuchar un golpe en mi mesa. Era Fran, quien acababa de dejar un volante frente a mí, del modo más violento posible.

—Mira lo que encontré —dijo con un brillante sonrisa.

Le eché un vistazo al folleto. Se trataba de una promoción para inscribirse a clases de arquería.

—¿Qué es? —pregunté, como si la imagen de un chico apuntando con su arco no me diese la pista más obvia.

—Es un taller de arquería, si pagamos por adelantado nos pueden hacer un descuento. Ya revisé los horarios y hay uno que calza perfecto para nosotras —explicó.

—¿Y para qué quieres clases de eso? —inquirí.

Ella me miró con una expresión de: "Eres tonta o te haces". Sí, ya sabía que la respuesta era obvia, pero hay cosas que sencillamente es necesario escuchar para asimilar.

—Las necesitas —Insistió—. Tienes el corazón de la gente en tus manos, y debes tomarte tus responsabilidades en serio. Además, la reputación de nuestra página depende de tu puntería.

—¿Cuándo me he tomado mis responsabilidades a la ligera? —alegué.

—Tengo una lista por orden alfabético, incluí mi nombre, ¿quieres que te la muestre? —preguntó con sarcasmo.

Touché. 

—No puedes pretender que me lo tome en serio si piensas aprovechar los poderes de Cupido haciendo un sitio de citas.

—Sigue siendo una idea razonable, al igual que tus clases de arquería. 

—De todos modos, no tengo tanto dinero —apunté. Los cursos particulares solían ser caros. 

—Pues compra menos cerveza y ya verás que se paga solo —argumentó.

—Mis gastos en cerveza son mínimos. —Me defendí.

Fran puso los ojos en blanco. 

—Descuida, no es tan costoso, si nuestro emprendimiento da frutos recuperaremos todas nuestras inversiones. Quizás lo más difícil sea conseguir las herramientas. No te ofendas, pero tu arco invisible no nos servirá.

Miré por la ventana, y una idea cruzó mi mente.

—Puede que sea más fácil de lo que piensas.

(...)

Fran me siguió por el complicado laberinto que llevaba a la casa de Adrian, mi salvavidas de siempre.

—Lizzie, no creo que sea buena idea pedirle ayuda a otro dios —dijo mi amiga, siguiéndome a través de las calles. 

—Descendiente —interrumpí. 

—¡Lo que sea! La última vez que hiciste un trato con uno, no salió muy bien. 

Nos detuvimos frente al conocido portón.

—Tranquila, Adrian es diferente —contesté—. Es un chico amable, confiable y muy agradable. Ya verás.

El dueño de casa salió a abrirnos, luciendo su típica cara de pocos amigos. Quizás había exagerado un poco en su presentación.

—Ya me parecía extraño que no tuvieras problemas —suspiró, abriendo la puerta, y la cerró antes de que Fran pudiese pasar.

—¡Hey! —chilló mi amiga.

Él solo siguió caminando por el ante jardín, haciendo caso omiso a su presencia.

—Eh... Adrian, traje a alguien conmigo —señalé con timidez.

Giró su cabeza y reconoció a la persona que había dejado atrás. Vi que arrugaba un poco el entrecejo, como si le costara trabajo reconocerla. 

—¿Es sobre ella? —Me preguntó.

—Es mi amiga, su nombre es Francisca —contesté, sin entender. 

Él suspiró pesadamente, y me miró con fastidio.

—Sabes que te ayudo porque vas a hacerme un favor, y no tengo otra manera de pagarte, pero no voy a dar consejos a cada persona que tenga problemas con el Olimpo. 

—Fran no tiene problemas. —Dudé—. Bueno, no tantos como yo.

—Es una descendiente de Apolo, es claro que vio tus flechas y tiene muchas preguntas, pero yo no soy ningún gurú ni tengo por qué andar recogiendo los fetos que dejan por ahí.

Mi mandíbula cayó al suelo y mis ojos saltaron dentro de sus cuencas. Ya sabía que Fran era adoptada, ella misma lo dijo, sus padres la habían recogido de una Iglesia que acogía niños huérfanos. Su familia era muy religiosa, y se enamoraron de la niña en cuanto la conocieron. Nunca le ocultaron la verdad sobre su origen, y ella tampoco lo negaba. Amaba a sus padres como si fuesen biológicos, y la habían criado con todo el amor que se le puede entregar a una niña. Sin embargo, esta revelación generaba una gran distancia.

Adrian se sorprendió al notar mi anonadada expresión, y se volteó en dirección a mi amiga, quien estaba incluso más sorprendida que yo.

—No me digan que no lo sabían —balbuceó—. ¡Maldición! Acabo de meterme en un lío yo solo.

Resignado, se dirigió a la reja de entrada y la volvió a abrir. Al notar que la huésped no se movía ni un centímetro, movió su mano frente a sus perdidos ojos, obligándola a regresar a la realidad.



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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