Cupido por una vez

Capítulo 27

 

    ¿Saben cuál es el mejor día de la semana? Sí, el viernes. Estiré mis brazos, feliz de saber que ya no vería mi facultad en dos días. Todo habría sido perfecto de no ser por un pequeño e insignificante
detalle.

—No puedo creer que nos hayan dejado tantos deberes para el fin de semana —suspiró Fran—. Debería ser ilegal.

—De todas maneras lo vas a dejar para última hora, así que tendrás todo el fin de semana para ti —comentó Agustín. Tuve que contener mi carcajada.

Fuimos a la biblioteca a pedir el libro con el que tendríamos que trabajar durante el fin de semana, como para sentirnos responsables, aunque fuera un hecho que acabaríamos haciéndolo todo el domingo por la noche, y luego nos reunimos con el resto del grupo. El plan era ir por una pizza, ya saben dónde. Lamentablemente para Fran, el cajero se recuperó de su enfermedad, por lo que su reemplazante fue devuelto a la cocina.

Ese día Victor se marchó temprano, por lo que pude disfrutar de un momento de calma, sin el torbellino de confusión que solía conllevar su presencia.

—Fran, ¿sabías que durante mi fiesta de cumpleaños arrasaste con todos los muchachos? —preguntó Ann—. Muchos invitados me han preguntado por ti.

Todo mi cuerpo se tensó ante la pregunta, y a mi lado, mi única confidente dejó caer todas las aceitunas que tenía su pizza.

—Oh, ¿en serio? —dijo intentando disimular su nerviosismo.

—A mí también me han preguntado —agregó Nicolas—. Al menos cinco chicos me pidieron tu número. 

—Así que eso explica las llamadas desconocidas —refunfuñó Fran, en ese idioma desconocido que solo unos pocos podíamos entender.

Miré la comida con lastima, estaba deliciosa, pero de pronto no tenía apetito.

—Fran es muy linda —intervino Sandra—. No me sorprende que tenga admiradores.

—Sí, claro —dijo Agustín, con desinterés.

—Hablo en serio. —Lo reprochó.

Mientras ambos comenzaban una discusión en la cual Agustín le restaba importancia a todo lo que Sandra decía, comprobé el estado de mi amiga echándole una mirada de reojo. Aún se estaba recomponiendo, luego del bien intencionado comentario.

Me habría gustado poder decirle en ese momento que sin las flechas de cupido, ella era perfectamente capaz de llamar la atención de cualquiera, tenía una belleza extraña, exótica, de rasgos bien definidos, nariz pequeña, labios carnosos, y un largo cabello castaño, que caía en suaves ondas hasta casi llegar a su cintura. Claro que siendo la hija de Apolo cualquiera resulta hermosa. Mientras tanto, mi rol de mejor amiga consistía en contrastar con su belleza, pareciendo un fantasma de cabello teñido. 

Terminamos de comer y Nick ofreció llevarme hasta mi casa en su auto, invitación que rechacé excusándome en la necesidad de realizar algunos trámites pendientes antes de regresar. La verdad era que no iba a soportar un viaje con él, sabiendo que sido flechado con una chica tímida, que no tendría el valor de acercarse. Sin mencionar que su desagradable novia no pondría las cosas fáciles. La culpa no era una sensación agradable. 

Ya que tampoco quería regresar tan temprano, suponiendo que Jane y Victor se encontraban a solas en el departamento y lo peor que podía suceder era que llegara de improviso, decidí caminar.

Intenté concentrar mi atención en el camino, ignorando lo que sea que estuviesen haciendo en mi edificio. Mi imaginación era suficiente para causarme una molesta mezcla de repugnancia y dolor. Ser virgen no me volvía una santa, sabía perfectamente lo que el sexo significaba, solo me faltaba vivirlo, y a decir verdad, mi condición se debía únicamente a mi falta de voluntad, no a la escasez de pretendientes. No soy tan fea como para que en mis veinte años ningún chico se me hubiese insinuado, pero detestaba todo ese rollo de la amnesia posterior.

Me reí de mi misma. Pensar en sexo no parecía el tema ideal para meditar mientras se camina.

Para cuando llegué a mi casa ya había oscurecido, me aseguré de tocar el timbre, golpear varias veces y dar varias zancadas frente a la puerta para evitar una situación desagradable.

Una vez que estuve segura de que mi llegada era inminente para quienes estuvieran adentro, abrí la puerta. Pese a mis esfuerzos por no llevarme ninguna sorpresa, la escena frente a mí me dejó sin aliento.

—Lizzie, al fin llegas —dijo Jane, tomándome del brazo y obligándome a entrar, ya que no me movía por mis propios medios. 

Mi padre se levantó de la mesa, y se acercó a saludarme, sin embargo yo retrocedí para evadir sus brazos.

—¿Qué haces aquí? —pregunté desafiante.

—Vine a ver cómo están mis dos princesitas —respondió con naturalidad.

—¡Nadie te invitó! ¡Vete! —exclamé.

—Liz, no seas mal educada —intervino mi hermana, haciendo el papel de madre, que por cierto le quedaba bastante mal—. Papá nos vino a ver, ha pasado mucho tiempo desde...



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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