Cupido por una vez

Capítulo 52

Hacer las cosas bien.

Esa idea fue lo único que ocupó mis pensamientos los días que siguieron. 

No quería seguir siendo la niña frágil, débil, que se lanzaba a una botella ante la primera dificultad, por lo tanto aquella debía ser la primera parte del cambio.

Comenzar con el pie derecho es más difícil de lo que parece, no basta con sólo querer, también es necesario entrar en acción y no meter la pata en el proceso. Y en eso último yo era una experta. 

Sin embargo tenía un punto de partida, o algo por el estilo. Hablé con Fran, recordando el ofrecimiento de su padre adoptivo, así fue como acabé inscrita en una de las terapias grupales que daba su madre a jóvenes con problemas de adicción y escasos recursos. 

Había algo en este matrimonio que resultaba agradable, aunque su hija se mostrara reticente a sus creencias, eran de esos cristianos que no se quedaban en las simples palabras. Iban a misa todos los domingos, velaban a sus muertos y ayudaban al prójimo. Ella como psicóloga, él como policía. Ni siquiera la infertilidad de la mujer fue impedimento para formar una familia, optaron por la adopción, y así fue cómo llegó a sus vidas la pequeña hija de Apolo. 

—Hoy le damos la bienvenida a una nueva integrante de nuestro grupo —anunció Elsa Sanz, la madre adoptiva de Fran—. Cariño, ¿por qué no te presentas? 

Supongo que la instancia era exactamente lo que podía esperar de una terapia de alcohólicos en rehabilitación. Un montón de sillas formando un círculo, en torno a un punto vacío. Mi lugar se encontraba al lado de la psicóloga, de modo que en cuanto hizo una señal en mi dirección, para otorgarme la palabra, todas las miradas pasaron de ella a mí. Mis ojos hace un rato habían examinado a cada uno de los asistentes, algunos tenían expresiones desafiantes, otros me observaron con recelo, y solo un porcentaje residual parecía amistoso. Aun así, el protocolo me obligaba a presentarme. 

—Hola, soy Elizabeth, tengo veinte años, y supongo que todos saben por qué estoy aquí, así que me ahorro el detalle —expuse. 

Una sensación de alivio me recorrió cuando no escuché un «Hola Elizabeth», cantado a coro, como suelen mostrar en las películas. 

Creí que el resto de la sesión iba a enfrascarse en mi vida privada y el resto de mis desgracias, por fortuna no fue así. Elsa cedió la palabra a unos pocos voluntarios y le pidió al resto que nos hablara de sus avances y experiencias. Yo me limité a escuchar en silencio, feliz de mi calidad de mera oyente. 

Era difícil imaginarme contando una historia de superación, o alguna anécdota positiva como las que escuché esa tarde. No pude evitar cuestionar el poder del círculo sanador, sobretodo debido a la palpable reticencia de algunos participantes. 

Al término de la hora, la psicóloga me instó a compartir mis primeras impresiones y mi escueto discurso giró en torno a la sorpresa de que nada resultó como esperaba. Agradecí que nadie me llenara de preguntas ni quisieran indiferente en mi vida personal, quizás otra persona se habría ofendido por la falta de interés, pero para mí, sinceramente fue como una bendición. 

—Cuando agarres más confianza con el grupo te será más fácil compartir tus experiencias con nosotros —dijo. 

La seriedad en los rostros de mi contertulios no decía lo mismo, pero no iba a desistir sin darle una oportunidad. Ésta era mi mejor chance para erradicar mi problema. 

Para celebrar mi primer paso hacia una vida libre de adicciones, acompañé a Fran a su base de operaciones, o más bien, de in-operaciones, ya que por más que comiésemos casi tres veces por semana en las pizzas de Poseidon, no habían avances visibles. 

Por lo demás, el nombre de la pizzería seguía pareciéndome horrible, sin mencionar que ese día había una fila de espera tan larga que rozaba la indecencia. 

Todo se vino abajo cuando me topé con Eros en la caja registradora.

—¿Qué van a pedir? —preguntó, con una sonrisa de comercial. De seguro el gerente estaba orgulloso. 

—¿Qué haces aquí? —espeté en respuesta. 

—Cubro un turno —contestó como si nada. 

Fran miró hacia atrás, había una fila de al menos quince personas esperando.

—Ya veo por qué está tan lleno —comentó con resignación. 

—Efectos colaterales —repuso el dios, encogiéndose de hombros. 

—En serio, ¿qué haces aquí? —insistí. 

Eros levantó ambas manos en señal de rendición. 

—Solo quería preguntarte cómo te fue en tu primer día de terapia —respondió. 

—¿Y no pudiste buscar un modo más sutil? —inquirí. 

Fingió considerarlo un momento. 

—No, ese no es mi estilo. —De pronto, algo pareció captar su atención en la entrada—. Llegó la hora de irnos. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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