Cupido por una vez

Capítulo 60

Todavía quedaba una tarea pendiente. Así que ese día, Peter fue a hablar con Germán, alias el tigre. Por supuesto, lo acompañé, ansiosa por conocer el desenlace de aquella historia. 

El plan era emboscarlo al salir de clases, sin embargo al llegar, descubrimos que lo primero era descubrir a qué hora terminaba su jornada.

Sabíamos que había entrado a primer año de medicina. Ambos tenían la misma edad, pese a que pertenecían a estratos económicos diferentes. Había tenido tiempo de conocer la historia más a fondo en los últimos días y podía hacer un detallado resumen de la vida de ambos. 

Peter era el hijo de un afamado empresario, que solo quería que su hijo estudiara derecho para que pudiera heredar sus negocios más tarde. Recibió una educación pagada en los mejores colegios de la zona y hablaba tres idiomas con fluidez, pese a su apariencia desgarbada y tranquila. Era curioso, ya que por más dinero que le metieron a su educación, jamás pudieron cambiar su esencia. Él siempre sería un chico excéntrico y alegre.

Por otra parte, Germán provenía de una familia esforzada y humilde, siempre fue muy inteligente, de modo que había sido becado para continuar sus estudios universitarios. Quería aprovechar la oportunidad para sacar a su familia de la pobreza, y nunca más pasar hambre. 

Ambos se habían conocido en una fiesta. Peter se había escapado de casa, deseoso de salirse del esquema que le habían impuesto. Desde entonces habían seguido hablando y viéndose de vez en cuando. En más de alguna ocasión le había comprado un texto de estudio al futuro médico, usando su mesada, o lo había ayudado en lo que le fue posible. 

Lamentablemente, desde que no quedó en la carrera que su padre quería para él, sus ingresos habían disminuido, y fue el propio Peter quien decidió buscar un trabajo para no tener que valerse de dinero ajeno para subsistir. Pueden llamarlo orgullo, pero yo prefiero la palabra honor. 

Era curioso que la intolerancia de una persona llegara a tal punto que pudiese soportar que su hijo no estudiara la carrera que quería, que anduviera en la calle con pintas que iban en contra de su código de conducta y que trabajara en un lugar que podría calificarse como poco apropiado para su estándar de vida, pero su paciencia se agotara cuando éste reconociera su homosexualidad. Que fuera suficiente para expulsarlo de la casa, como si no compartieran un lazo de sangre, se me hacía despreciable. 

Gracias a mi experiencia como universitaria sabía que los horarios solían estar colgados en algún panel dentro de la facultad. El problema era encontrar el dichoso panel. 

Recorrimos los pasillos sin éxito, hasta que un auxiliar se nos acercó. 

Opté por la verdad. 

—Quiere confesar su amor, pero no sabe a qué hora sale su enamorado —expliqué. 

El hombre adulto nos miró tan sorprendido, que por un momento temí que fuera otro homofóbico, hasta que acabó señalando un tablero de anuncios que había al otro lado del pasillo. 

—Buena suerte, muchacho —dijo. 

Le devolvimos una sonrisa agradecida y corrimos a revisar los horarios. Entonces nos topamos con otra dificultad, habían dos secciones. 

—¿No sabes en cuál está? —interrogué. 

Peter se encogió de hombros, analizando los cuadrados que detallaban las clases. 

Entonces escuché una voz a mis espaldas. 

—¿Parker? ¿Eres tú? 

Me di la vuelta y encontré a un joven alto, vestido con una cazadora de cuero y unos jeans roídos. No era para nada la imagen que esperaba encontrar de un futuro doctor. Pero sí, era un tigre. 

—Germán, te presento a Lizzie —dijo Peter. Me limité a saludar con la mano, muy nerviosa—. Liz, él es quien ya sabes. —Con las presentaciones hechas, fue al punto— ¿Podemos hablar? 

—Sí, claro —contestó el muchacho. 

Hizo un ademán a los chicos que lo acompañaban para que se fueran sin él, y yo también entendí el mensaje. 

—Los dejo solos, para que hablen. Estaré afuera cualquier cosa —dije, aunque ninguno parecía estar prestándome atención—. Bueno, no molesto más. 

Regresé por donde vine y me topé nuevamente con el auxiliar que nos dio las indicaciones. El hombre me miró con la pregunta dibujada en su rostro y yo levanté mi pulgar para responderla. 

Salí de la facultad junto a un montón de estudiantes, que hablaban de sus clases y las cosas que harían el fin de semana. 

Me sentí aliviada y feliz, como si fuese yo quien confesara sus sentimientos aquel día, con la certeza de ser correspondida. Pero a la vez, estaba la satisfacción de haber ayudado a un amigo, y eso llenaba mi alma.

Inspiré profundamente, dejando que el aire invadiera mis pulmones a su máxima capacidad. Siempre había dicho que nada se compara a los vientos que soplan en los campos, con el frescor de los árboles, y su pureza, y el peor era el que soplaba en la ciudad, tan lleno de contaminación, que temía pegarme una enfermedad de solo abrir la ventana. Sin embargo, esa vez se sentía distinto. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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