Descubrí que la puerta era ficticia. Sí, la estúpida habitación tenía una puerta meramente decorativa, que no se podía abrir. No era más que un simple tallado en la pared.
Esto, como prisión, era muy efectivo.
Pero todavía me quedaban las ventanas.
Me concentré en crear una escalera que me permitiera alcanzarlas, al instante se materializó una con escalones dorados. Si podía traer lo que quisiera, por lo menos debía tener un mínimo de estilo.
Subí sin problemas hasta alcanzar la primera ventana, y cuando al asomarme, me quedé sin aliento.
La casa estaba construida en torno a un asombroso jardín, las nubes flotaban alrededor de las macizas paredes, y de ellas emergía bellísimas flores que jamás había visto antes, de todos lo colores posibles. En el centro, sin una base que los sujetara, pero tan erguidos como si estuvieran enterrados en la tierra, se alzaban columnas griegas, de blanco mármol. Era una paisaje idílico y surrealista, que inspiraba temor y admiración a la vez.
Con el corazón acelerado por la impresión que me había provocado la escena, bajé la escalera, controlando el temblor de mis piernas y me apoyé en la pared, para que pudiera volver a la calma.
Entonces me di cuenta que, desde que había llegado, la luz no había disminuido ni un poco. Es más, el clima se había mantenido constante, como si el tiempo no corriera. Amanecía a todas horas.
Era imposible que supiera cuándo anochecería.
La idea de que Eros me hubiera engañado cobró fuerza, y estuve a punto de echarme a gritar a todo pulmón.
Ahí fue cuando lo escuché. El seco sonido de un disparo acalló mi voz. Levanté mi cabeza, buscando su origen, pero me descubrí sola en la habitación, no había nadie más y eso era lo peor.
¿Estaría volviéndome loca?
El terror me invadió, pero curiosamente no temía por mi vida, sino por algo más. Indescifrable. Confuso.
No sabía que era, pero parecía... Culpa.
No tenía mucho sentido, pero una voz interior me gritaba que acababa de cometer un terrible error. Las lágrimas inundaron mis ojos, solo quería acurrucarme en un rincón y llorar.
Se trataba de una emoción tan intensa que me carcomía por dentro, me ahogaba, como si las arterias que rodeaban mi corazón se rompieran, acabando con la existencia de aquel órgano vital. No importaba cuánto intentara contenerme, era más fuerte que yo y no podía dominarlo.
Mi atención recayó en una de las paredes donde había un diminuto agujero. Me acerqué con cautela y lo toqué con la yema de mis dedos.
Era un orificio pequeño y oscuro, como el que habría dejado una bala.
Entonces encontré una nueva diferencia, aquella pared no estaba hecha del sólido material con que Eros construyó su hogar, sino que se trataba de una madera vieja y agrietada, similar a...
-¿Lizzie? -La voz del dueño de casa me sacó de mis pensamientos-. ¿Está todo bien?
-¿Por qué...?
No terminé la pregunta, pues me percaté que la muralla estaba completamente intacta. Nada de agujeros, ni madera apolillada, solo el inmaculado blanco.
Arrugué la frente, confundida.
Y sin motivo aparente, estallé en lágrimas. Corrí a refugiarme en los brazos del confundido dios del amor, quien me acogió sin dudar.
-Tranquila, Liz. Todo estará bien -susurró, acariciándome la cabeza.
Nos quedamos en esa posición esperando a que la angustia desapareciera. Inspiré su aroma, y lentamente, sus caricias me trajeron la calma.
-Lo siento -musité.
-No pasa nada -contesté.
Hice aparecer un espejo para poder examinar mi rostro, mis mejillas y mi nariz estaban enrojecidas, pero no iba a volver a llorar.
-Regresaste -señalé, dándome la vuelta.
-Ya anocheció, aunque aquí no puedes verlo.
Recordé la hermosa flora que crecía en su jardín y me la imaginé iluminada por la luz de la luna.
-La noche debe ser muy linda aquí -comenté.
Eros asintió, y de pronto, sentí que el suelo se movía. No de forma violenta, sino suave y pausado, como si se deslizara en el aire. De este modo, se oscureció paulatinamente y ambos invocamos una lámpara al mismo tiempo, la de él tenía un estilo clásico, antiguo, replicando el gusto de los griegos, mientras que la mía era moderna y simplificada. Las dos reposaron una al lado de la otra, en un armonioso contraste.
Me tendí en la cama, no tenía sueño, pero debía reconocer que mi cuerpo se sentía cansado. Eros se recostó a mi lado y aproveché de acurrucarme junto a él, dejando mi cabeza descansar en su pecho.
-Dime, ¿esta era la habitación de Psique? -pregunté.
-No -contestó al instante-, este cuarto es tuyo. No voy a obligarte a usar sus cosas, no es mi intención que la reemplaces. Estabas en lo cierto, vamos a conocernos los dos y ver qué nos ofrece el destino en esta vida.