Cupido por una vez

Capítulo 73

Esperaba que los dioses hicieran algo para revertir la impertinencia de Eris, o por lo menos que alguien le llamara la atención, o se molestara aunque sea un poco. Pero nadie hizo nada, así que yo misma tomé cartas en el asunto. 

Me acerqué a las rocas que tenían bloqueado el camino y comencé a mover las una por una. 

Pesaban un montón, de modo que solo alcanzaba a trasladarlas un par de centímetros antes de dejarlas caer, pero no me importó. Lo único que me interesaba era despejar el camino para que mis amigos pudiesen volver, aunque mis manos se llenaran de tierra, y mis dedos se entumecieran por el esfuerzo.

Sin embargo tan pronto conseguí despejar ligeramente la entrada, más rocas cayeron, dejándola mucho más tapada que la primera vez. Por poco me voy de espaldas al ver que todo mi trabajo había sido inútil, hasta que escuché la risa de la diosa a mis espaldas. Gozaba viéndome de rodillas, desesperada, con los dedos adoloridos por el esfuerzo y el sudor deslizándose por mi frente. Pero no iba a rendirme, sin importar cuánto se burlara.

—Decreto que por cada roca que muevas, una más grande caía sobre esa guarida —declaró Eris con sorna. 

Y así fue, apenas quité el siguiente peñasco, otro tres veces mayor apareció para reemplazarlo. Entonces, no pude sacarlo. 

Apreté mis dientes, frustrada y caí de rodillas, sintiéndome impotente ante la maldición que había caído sobre mí. Levanté mis puños, pero antes que pudiera golpear el suelo, alguien me detuvo agarrando mis muñecas. Miré hacia arriba y me encontré con la expresión compasiva de Eros. 

—¿Para qué ayudas a esa humana? —preguntó Eris con fastidio. 

Él se encogió de hombros, restándole importancia. 

—Porque quiero —contestó. 

—Qué aburrido —bufó la diosa del caos. 

La versión griega de Cupido soltó uno de mis brazos, para poder reposar su mano izquierda sobre mi cabeza. 

—Te otorgo la fuerza de una hormiga —declaró. 

—¿De una hormiga? —repliqué incrédula—. ¿Es en serio? ¡Se supone que tengo que mover esas rocas para que Fran y Henry puedan volver y tú me comparas con un insecto! 

Una leve sonrisa se formó en su boca. 

—¿Por qué no lo intentas al menos? 

No muy convencida, obedecí. Y para mí total asombro, levanté el pedazo de granito como si estuviera hecho de algodón. Miré a Eros sin poder creerlo, y continué moviendo las rocas con renovado ánimo, a pesar que éstas continuaban cayendo del cielo, al igual que grueso granizo. 

Todo marchaba bien, hasta que mis brazos repentinamente se debilitaron, dejando caer el peso que sostenían. En menos de un segundo, mi piel se llenó de manchas rojizas que en pocas horas se volverían moretones. Mis piernas flaquearon y toqué el suelo con las rodillas, incapaz de mantenerme de pie. Abracé mi estómago, sintiendo una repentina dificultad para respirar y luché contra el inmenso dolor que me atacó sin previo aviso. 

Eros se agachó a mi lado, preocupado. 

—Lizzie, ¿qué te ocurre? —Miró a sus pares—. ¿Quién de ustedes se está pasando de listo? 

No pude ver a Apolo levantar la mano, pero sí escuché su voz. 

—Mi culpa —dijo—. Son los golpes que le propinó su padre, han vuelto a aparecer ahora que el tiempo establecido en nuestro trato expiró. 

Creí que iba a desmayarme, pero entonces escuché el horrible coro de Fran y Henry resonando bajo las piedras. 

"Y la cosa suena ¡Ra!
Y la cosa suena ¡Ra!
Scooby Doo pa, pa
Y el pum pum pum pum pum" 

Tomé una bocanada de aire y puse toda mi fuerza de voluntad en ponerme de pie. No sé cómo logré llegar hasta la entrada de la caverna otra vez, y usando mi recién adquirida super fuerza, empujé el enorme peñasco que cubría la entrada. 

—¡Salgan ya! —grité—. ¡Antes que caiga la siguiente! 

Sin embargo, no fui capaz de resistir más y caí nuevamente al suelo, bajo el siguiente peñasco, tres veces más grande y pesado que el que acababa de mover. Cerré los ojos, consciente que caería sobre mí y no sería capaz de apartarme. Sin embargo, lo que escuché a continuación me hizo volver a abrir los párpados. 

Mi chef favorito salió de la cueva, cantando a todo pulmón. A su lado, Eros sostenía la enorme roca que amenazaba nuestras vidas. A pocos centímetros de distancia, el cuerpo de Fran volvió a cobrar vida. Se levantó, con la ropa aún cubierta de sangre, cual vampiro despertando de su siesta y dejó escapar un grito de alegría. Sin pensárselo dos veces, se puso de pie, con una agilidad que jamás habría esperado de alguien que acaba de vencer a la muerte y abrazó a su salvador, quien continuaba cantando y avanzando inseguro. 

Una sonrisa se formó en mis labios, y pude respirar aliviada tan solo unos segundos. 



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En el texto hay: romance, cupido, mitologa

Editado: 27.08.2018

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