*13 años después*
A veces odiaba esta habilidad. No era un don dándome poderes mágicos ni me suplió con fuerzas heroicas. Era la dueña orgullosa de un talento donde veía cosas un ser humano común y corriente nunca se percataba, como día a día tropezamos con criaturas extraordinarias viviendo en nuestro mundo, en total paz con la naturaleza, cuyo propósito era purificar y mantener el balance de la tierra para compensar la destrucción que nosotros los humanos le hemos hecho desde que entramos en la historia del tiempo.
No me malinterpretes, me encanta tener estos dones para verlos. Nunca asistí a una institución escolar junto a los otros niños de mi comunidad, tuve educación en la casa y no era de tener muchas amistades. Mis amigos verdaderos eran los residentes de Azhon; las hadas habitando árboles arcaicos, los duendes en sus cavernas de musgo por el pantano, las entidades elementales lánguidamente vagando las corrientes del viento…
El punto bajo de mis dones es presenciar y ser afectada por la malicia de otros. Usualmente puedo ignorarlo, después de todo estoy rodeada por humanos, somos los seres más fáciles de caer en pensamientos y deseos impuros. Mi mejor amigo Mekhi me enseñó cómo manejar los desagradables efectos que me causa estar expuesta a la malicia en mi entorno. Es como un constante mal olor a desecho infiltrando mis fosas nasales, un sida lentamente pudriéndome por dentro.
Entré en mi don a los seis años. Ahora tengo diecinueve. Aunque Mekhi siempre me advertía sobre los Malignos - seres tan consumidos por malicia se convierten en monstruos parecidos a demonios - nunca experimenté la mala suerte de presenciar a un humano u otra criatura convertido en Maligno.
Hoy estaba de suerte. Había un Maligno visitando mi casa.
Y cada una de las enseñanzas impartido por Mekhi salieron volando por la ventana.
Nunca había sentido algo tan enfermizo. Me costaba buscar estabilidad y ya tenía la frente brillante del sudor, toda esta fuerza negativa era demasiado para mí; arrastrándome como las olas del mar y dejándome a la deriva. Ya había vomitado tres veces, los mareos quitándome el enfoque, sacando el piso por debajo mis pies, moviendo las paredes, dándole vueltas al mundo. Al menos mamá estaba dormida durante todo este asunto.
Según Mekhi, para aquellos que no tienen el don, la llegada de un Maligno se manifiesta en forma de terremoto. Cuando mamá sintió la tierra temblar, yo me sentí nauseabunda. Inmediatamente sabía no se trataba de un terremoto normal. La tomé por el brazo, llevándola a rastras dentro la casa, escondiéndome con ella dentro el armario de mi cuarto aunque mamá quería tomar refugio debajo una mesa. En vano intenté explicarle la verdad, pero como era de esperarse, ella pensó el shock de presenciar un terremoto por primera vez me hizo perder la razón. Escuchamos una voz no muy lejos de mi habitación, y antes que ella pudiera salir corriendo en busca de ayuda y exponerse a peores peligros utilicé las Cenizas de Morpheus obsequiado por Mekhi justo para estos momentos de emergencia cuando era necesario tranquilizar un humano descontrolado. Los Malignos no pueden pasar sus influencias a personas en estado inconsciente. Aunque mi amigo también ordenó ingerir las mismas para mi propia protección al encontrarme en semejante lío, me rehuso en hacerlo.
¿Que hacía un Maligno tan fuerte en Green Bank? Tenía que buscar a Mekhi, asegurarme si estaba bien. Es el único equipado para enfrentarse a estas versiones de demonios. Mamá estaría a salvo dentro mi armario y bajo los efectos de las cenizas. Vendría a su rescate tan pronto encuentre apoyo.
Tragué una bocanada de aire para aclarar mi cabeza dándome vueltas como carousel en avance rápido. Poniéndome de pie y ignorando los temblores atravesando mi cuerpo en escalofríos, salí del armario para dirigirme con cautela al bosque Azhon.