El anochecer prolongaba las sombras de los árboles, haciéndolos ver más largos de lo que eran. El joven castaño observó cómo se ocultaba el sol, la calidez lo embriagaba. Pensó que una vez que cayera la noche ni podría recordar ese calor tan agradable. Sin embargo, sabía que tenía que solucionar el problema, alguien lo estaba siguiendo. Lo supo desde que salió del pueblo, pero no quiso darle importancia ya que el pueblo es conocido por su comercio, así que pensó que se trataba de un comerciante o un viajero como él.
Pero conforme avanzaba notaba que la misma persona continuaba siguiéndolo. No sabía si era un enemigo o solo alguien que lo estaba acosando, conocía a muchos vagabundos locos. Pensó que lo más probable es que esa persona se tratara de un hambriento dispuesto a robarle algo de comida. Incluso pensó en gritarle, decirle que no tenía comida, pero se arrepintió.
Decidió detener su caminata, observó cómo los últimos rayos del sol iluminaban las copas de los árboles, para después girarse sobre sus talones y decir:
—Ya sé que estás ahí. Será mejor que salgas a no ser que quieras que te rebane con mi espada—el silencio llegó justo después de sus palabras. Esperó, sabía que el que lo estaba siguiendo se aparecería.
Y así lo hizo.
Un joven de cabellos blancos, casi luminosos por la luz de la luna, salió de entren los árboles. Tenía un parche negro en el ojo izquierdo, un guante negro en la mano izquierda, lo que llamó la atención del joven espadachín es que el recién llegado no tuviera el otro par. El chico de cabellos blancos esbozó una sonrisa de oreja a oreja, casi simpática. Vestía ropa negra, ligeramente desgastada, un pantalón de lana oscuro y una capa. De no ser por su cabello, el otro no lo hubiera notado.
—Hola—dijo el recién llegado.
—¿Qué quieres? — preguntó el castaño, empuñando la espada.
—Tranquilo, no quiero problemas— dijo el chico levantando las manos.
—Entonces, ¿por qué me estás siguiendo?
—Pues... no soy el único que te sigue—dijo el chico de cabello blanco.
El castaño frunció el ceño, confundido.
Después pensó que tal vez lo estaban rodeando.
—¿No te diste cuenta? —preguntó el joven del parche—Pudiste sentir mi presencia, pero no la de los otros dos.
—¿Cuáles otros dos? —quiso saber el castaño, ya que no podía sentir a nadie más que su acompañante.
—Tienes a dos Daemonium pegados a ti.
—Eso es imposible—profirió el castaño girando, observando su alrededor, pero solo pudo ver oscuridad.
—No vas a verlos, son de clase alta. Tenemos que exorcizarlos.
—Incluso yo puedo ver a los de clase alta—dijo el espadachín, indignado—. Además, estoy casi seguro que no eres un Bellator.
—No, no lo soy.
—Entonces, ¿cómo piensas exorcizarlos?
—Los Bellator no son los únicos que saben exorcizar—dijo el del parche, con una sonrisa traviesa.
En ese momento, el joven de cabellos blancos extrajo de su capa una pequeña libreta de piel, desprendió una hoja y esta se irguió mientras recitaba un conjuro. El otro joven se esforzó en escucharlo, pero le fue imposible ya que un alarido de mujer se escuchó en todo el lugar. Fue cuando se percató que la mitad de la Daemonium que derrotó en el pueblo anterior se aferraba a sus hombros. El castaño no pudo creer que la demonio estuvo todo el tiempo prendada de él, y ni siquiera se dio cuenta. Pudo sentir el desconcierto convirtiéndose en ira. Tomó su espada y estuvo a punto de atacar a la Daemonium, pero el otro joven lo detuvo.
—Esa espada es sagrada, pero esta demonio necesita algo más fuerte. Necesitamos un sello.
—No sé hacer sellos.
—Tienes suerte que yo sí—dijo el del parche, con cierta socarronería. El castaño rodó los ojos. Si no dependiera de los conocimientos del otro, ya lo hubiera golpeado.
El joven de cabellos blancos convirtió uno de sus pergaminos en un largo báculo de metal. El castaño lo observó completamente asombrado, y se preguntó quién rayos era ese sujeto.
Mientras tanto, el joven del parche dio tres golpes en el suelo con el báculo, recitando otro conjuro, apareció en la tierra un círculo con una estrella de seis puntas dentro.
—Entra ahí—le dijo al que tenía al Daemonium en la espalda.
—Pero...
—Tranquilo, no te hará daño. Ese sello solo afectará a la Daemonium.
Con una gran duda y un temor recorriéndole las entrañas, el espadachín entró en el círculo. Esta vez, el del parche volvió a lanzarle un pergamino con otro sello. La Daemonium gritó, haciendo temblar la tierra. Se aferró a los hombros del joven castaño; este tuvo que soportar el dolor de las uñas incrustándose en su piel. Sin embargo, el dolor fue aminorando, la Daemonium se fue desvaneciendo como partículas de polvo oscuro. Sus alaridos ya no eran tan intensos, hasta que se volvieron gritos ahogados. Desapareció en un suspiro.
El castaño vio como desaparecía el sello del suelo, y aunque sabía que la ayuda del otro chico lo salvó, no lo admitiría.
—Falta otro—dijo el de cabellos blancos, llamando la atención del espadachín—. Pero ese parece estar muy pegado a ti. No creo poder deshacerme de él, aunque use un sello poderoso.