Querida Iris,
No debería disculparse por escribirme. Salir de mi habitación y encontrar el sobre con su distinguido sello me ha alegrado el día, y eso que todavía ni siquiera había comenzado.
Yo tampoco me encuentro con ganas de detener este intercambio. Como bien ha dicho en su carta, entre estas palabras no debemos escondernos.
El otro día en el lago también la he pasado bien y no he dejado de pensar en los destellos que el sol provocaba en su cabello castaño.
Si no le molesta, puedo visitarla.
Amelia