Querida Amelia,
No sé cómo empezar esta carta.
He estado estos últimos días encerrada en mi habitación frente a la ventana. Te he visto pasar varias veces, y todas esas veces me imaginé bajando las escaleras, gritando tu nombre para que te detuvieras y así contarte lo que sucedió. Porque es lo que mereces. Mereces que te cuente la verdad cara a cara.
Pero, así como fui cobarde para confesarte mis sentimientos cuando los sentí florecer, también soy cobarde ahora. Supongo que no he cambiado nada en estos últimos meses.
Padre ha llegado a un acuerdo para que me case con el hijo de su amigo que está de visita. Como imaginarás, me enojé y grité y lloré y rogué porque no me obligaran a hacerlo, pero tanto él como Madre están de acuerdo y, como dije antes, aún soy muy cobarde para dar pelea. Por lo que me rendí.
Amelie, por favor. Te conozco y sé que saldrás de tu casa apenas termines de leer esta carta, pero debido pedirte, rogarte, que no lo hagas. No me visites. Verte hará de esta decisión aún peor. No quiero que mi último recuerdo con la persona que más feliz me hace sea una injusta despedida.
Me iré en la mañana, Amelie. Esta será mi última carta para ti. Lamento todos los momentos que nos hemos perdido y los momentos que nos robaron.
Y, puede que esto sea egoísta, pero siento que debes saberlo.
Me enamoré de ti desde el primer momento en que te vi en la feria del viernes en la tarde. Supe al instante en que nuestras miradas se cruzaron y sonreíste con amabilidad mientras sostenías las flores que habías elegido para llevar a tu casa, que serías la persona que me haría ver la vida con nuevos ojos.
Te amo hoy y siempre.
Suya,
Iris