Caminaba de un lado a otro en medio de la sala de la casa de Binda. Quería salir y llegar a mi hogar, pero temía hacerlo; ya que Binda podría dejarse ver en cualquier momento. No quería perder oportunidad, estaba segura que no habían salido de la casa. Entre pensamientos y pensamientos me llegaron muchas incógnitas, entre ellas el porqué el comportamiento tan cruel y nocivo de Binda hacia nosotros ¿Qué es lo que le pasa? ¿Qué es lo que gana secuestrando ahora a mi hermana? ¿Qué es lo que busca? ¿Qué es lo que quiere?
Cansada de tanto pensar en las locuras y la actictud de Binda, solté un suspiro y observé detenidamente la casa. Todo estaba como hace unos años, nada había cambiado. La sala estaba decorada como la última vez que estuve allí; los mismo muebles en los mismos lugares, las mismas estanterías con los mismos portaretratos, veladoras y manteles. Lo cual es muy curioso porque a Binda le encanta cambiar de posición todo, y le gusta cambiar de cosas también. O mejor dicho, le gustaba. Después me dirigí hacia la biblioteca, era uno de mis lugares favoritos. Allí pasaba horas y horas, haciendo tareas o leyendo algún libro. Pero ahora estaba más oscura de lo inusual, sólo funcionaba una de las tres grandes lámparas que colgaban del techo, ahora no se encontraba el enorme escritorio que habitaba en el centro del cuarto, y támpoco estaban llenas las estaterías de libros como antes. Estaba casi todo vacío, oscuro y frío. Con un suspiro de decepción me dirigí hacia la cocina, dónde no había excepción de cambio alguno. Todo era igual a hace unos años, las mismas vajillas, la misma nevera, la misma estufa, el mismo comedor. Nada, absolutamente nada ha cambiado. Sólo que ahora había una pequeña capa de polvo decorando el lugar. Con tristeza me dirijo hacia la sala y me dejo caer en el enorme sofá. Mi cabeza duele y el cansancio está cada vez más presente, mi cuerpo se siente débil; pero lo que más me duele, es el corazón. Reconocer que le he fallado a mi hermana con mi promesa de cuidar de ella en todo momento, le fallé a mi padre con la promesa de que no se decepcionaría de mí y me fallé a mí misma, con la promesa de no permitir que Binda ni otra persona le hiciera daño a las personas que más amo. Mis lágrimas salian una tras otra de mis ojos, no podía detener el dolor que sentía en ése momento, y tampoco quería.
Sólo deseo que mi hermana ignore todas las palabras de esa mujer; que sólo quiere hacerle daño para beneficio propio.
-¡Sahani! – Escuchaba que gritaban mi nombre desde algún lugar lejano - ¡Sahani despierta! – Cada vez que me llamaban la voz era un poco más fuerte y me era conocida- ¡Sahani! – Mi cuerpo era pesado y temblaba demasiado, no tenía fuerzas para sostenerme - ¡Sahani! – Poco a poco mis ojos se fueron abriendo, y un dolor agudo en mis oídos debilitaban más la poca fuerza que tenía para despertar - ¡Sahani despierta!
-¡Callate! – Escuché otra voz, irreconocible – Ella no podrá ayudarte – Decía ésa persona, mientras yo trataba ponerme de pie, pero era imposible. Cada impulso que tenía se desvanecía en el intento.
-¡Sahani! – Su voz era suplicante, y llena de dolor, de desesperación, de impotencia – Abre los ojos cariño – Decía en medio de un sollozo – Puedes hacerlo.
-Sahani – Dice la otra persona, con sarcasmo – Cariño, ¿desde cuándo tanto amor aquí entre ustedes? – Noto rabia en sus palabras, sus pasos los sentía cada vez más cerca. Y por último escucho su escalofriante risa, una carcajada llena de humor. Lo cual me confundía, porque no entendía que era lo gracioso.
-¡Alejate de ella! - ¿Dainan? - ¡No la toques! – Mis ojos por fin se abren, y frente a mí veo a Binda, con una sonrisa llena de sarcasmo y sus ojos llenos de odio y rencor.
-¡No la toques desgraciada! – Un impulso a ponerme completamente de pie me recorre el cuerpo. Doy un paso hacia atrás, y veo como Binda camina ligeramente hacía mí.
-¡Corre Sahani!
Mi respiración era agitada, todo mi cuerpo temblaba y pequeñas gotas de sudor caían por mi frente y los costados de mi rostro. Lentamente me senté en el sofá y con mis manos apoyadas en mis piernas trato de tranquilizar mi respiración, mientras el miedo trataba de apoderarse de mí; pero trabajé para que no fuera así. Otra vez con ésta pesadilla, llevaba tres días soñando lo mismo, quería detener esto. Pero me es imposible.
Audazmente me puse de pie con el fin de salir de aquella casa - Nada solucionaré estando aquí sentada – Decidida tomé mi bolso y el de mi hermana, me encaminé hacía mi casa.