Damary la Pasión de Pineda

CAPITULO IX

CAPITULO IX

El viaje se haría sin contratiempos, no sin antes hacer una breve escala en la ciudad de Trujillo para dejar, bajo resguardo, algunos libros que adquirió en Santa Fe y el cofre que le enviara Ignacio Pineda, sin embargo, tenía dudas y mucho temor por aquel hombre que de niña la observaba con detenimiento y los detalles que su tío Antonio le había referido sobre el culto que le rendía con fotografías nuevas de ella que incluía las de la facultad y que lo llenaban de preocupación.

.-Esto parece el diluvio Damary.

.-En el tiempo que viví por estos lares no había visto tal cantidad de agua Raúl.

Juntas recibía a los jóvenes con una intensa lluvia, neblina en su vía principal y barrial en los caminos de penetración agraria que dificultaban el tránsito automotor; Damary, en su afán por llenar de besos a la nona María y abrazar a Miguelina, la madre, en un instante recordó imágenes de afectos perdidos en el tiempo, lejanos, por su ausencia y se juzgaba por haber dado protagonismo al estudio y al trabajo personal; pensamientos alentados por el temporal que golpeaba el vidrio frontal del vehículo.

.-¿No hay forma de llegar a la casa verdad Raúl?

.-Con este temporal creo que no Damary. Un aviso con luz amarilla preventiva titilando y una roja, alerta de peligro, a un costado de la carretera, obligan al frenado suave del vehículo y detener el auto motor completamente; en la espera de poder continuar por la vía, aparecían colores que irradiaban las luces de otros vehículos que, combinadas con las del interior del automóvil, permitían que Raúl buscara sonidos en la radio y, mientras ubicaba una estación, ver a Damary mucho más hermosa de lo que antes había contemplado en ella como un ser inteligente y la feminidad de la nativa aparecería por encanto.

Su porte natural a la mujer de Juntas, entre la aridez del suelo donde había nacido y la zona de montaña que refrescaba el clima, se mostraba de regular estatura, con un rostro de nariz perfilada sin detalles, cejas delineadas como por un pincel y una boca en estructura simétrica perfecta que hacían juego entre el labio superior delgado y el inferior pronunciado conjugaban lo propio a una diosa con semblante acanelado, mirada aguda, cabello extremadamente liso y ojos aguarapados. El creador no dejó nada de lado, para esta mujer en proceso de formación y su estampa en líneas y juego de formas, se ajustaba a las de modelos de feminidad contemplativa en altares religiosos.

.-Hermosa Damary, eres muy hermosa.

.-Por favor Raúl, este temporal me preocupa.

.-Un temporal como tú, hace peligrar la vida de un hombre enamorado y pensando que se había extralimitado con el símil, buscaría el disimulo ante la mirada escrutadora de la muchacha.

.-En cualquier momento entre la lluvia y el viento se viene un cerro o una montaña por pedazos; Damary reiría con fuerza.

.-No conocía esas virtudes en ti Raúl, pero si lo hubieses dicho en la entrevista, hubieras develado el principio del bien que siempre se convierte en mal y de allí los porqué del equilibrio para la sanación del espíritu, pero Raúl no la escuchaba; miraba los colores que con las luces intermitentes y los propios al relámpago, dibujaban figuras en el rostro de la muchacha como si se tratara de signos de otro tiempo por descubrir y se hacían en círculos concéntricos de mayor a menor, con formas entrelazadas a ellos que parecían tatuajes de hombres y mujeres en posición amatoria y una centella vibrante caería sobre la cúspide del cerro.

.-Te voy a contar algo que me pasó en esa montaña: tendría como diez años cuando mi tío Antonio y mi hermano Juan, me invitaron a subir a la sierra a pasear como lo hacían ellos los domingos. Mi abuela no estuvo de acuerdo, pero mi mamá nos dio el permiso y subimos. El camino se mostraba despejado y el azul de la montaña nos invitaba a conocerla, más o menos a la hora del mediodía llegamos a la laguna de los anteojos y guardamos silencio, tío Antonio hizo una reverencia y lanzó flores al agua, pero yo, por la emoción, perturbé el ritual y grité porque Juan me dijo que se escuchaba un eco hermoso; todo se fue tornando gris como si una cortina cubriera el lugar y nos perdimos. No podíamos vernos el uno al otro, la brisa movía arbustos y árboles y nos tomamos de la mano; la situación nos llevó a sujetarnos por la cintura con lo que pudimos, no sé por cuánto tiempo recé a la virgen que veneraba mi nona, y de pronto, cerca de la capilla, en medio de la neblina, aparecieron unos caballos blancos con crines largas que la espesura de la bruma no los cubría y los seguimos hasta alcanzar un prado cubierto de flores amarillas, luego cruzamos un riachuelo que apaciguó nuestra sed, mi tío Antonio nos daba aliento y sin darnos cuenta llegamos a la Hacienda Agua Dulce de Don Ignacio Pineda.

.-¿El del cofre? preguntó Raúl.

.-Si, el del cofre, y sentirían la bocina de un vehículo en la parte posterior que les indicaba moverse, el paso se había restituido y un hombre con traje de gendarme, con una linterna en la mano daba señales para continuar la marcha. Muy tarde llegarían a la población de Juntas refugiándose en el dispensario y Damary tendría que esperar hasta el día siguiente para allegarse hasta la casa de la nona.



#48483 en Novela romántica

En el texto hay: damary pasión de pineda

Editado: 08.08.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.