CAPITULO X
La noche dio paso al día y en el encuentro entre la verdad de la academia y la realidad que vivían Damary y Raúl Montenegro, llevaría a los jóvenes a un conflicto de certezas: la abuela, que ya volvía de Trujillo se resistía a la medicina de Raúl y pedía la cercanía de la nieta, sus pócimas y conjuros; mientras Miguelina, que alguna vez fue de belleza y sensualidad física, se volvía huraña y agresiva con la hija; su rostro envejecido por la angustia aparentaba más edad que la real en su medio ciclo de existencia, a los catorce años, en los inicios de su pubertad, mostraba un embarazo de un hombre del que nunca dijo su nombre y asumió las culpas negándose a ser feliz.
.-Mamá, doy gracias a quienes me han ayudado y Damary besaría a la madre con marcada emoción mientras que Raúl examinaba a la abuela escuchándole los latidos del corazón y pedía el tensiómetro que estaba en el brazo izquierdo de Miguelina.
.-¿Para qué viniste Damary? Aquí no está tu felicidad y la nuestra, ya lo vez, la compartimos con lo que tenemos a la vista. En silencio Raúl escuchaba la voz de Miguelina y observaba la tristeza en Damary.
.-Cómo cerrar los ojos ante la penuria se dijo Raúl, sin notar que Miguelina lo observaba en las maniobras y miraba orgullosa a su hija asistiéndolo; en los ecos del pasado se veía ella con el hombre que le prometió llevársela del predio, conocer el mundo, hacerla diferente, proveerla de lujos y esencias que nunca llegaron, y se llenaba de Damary que era diferente, que no ocultaba las huellas que dejaron en sus manos y pies el camino polvoriento a la escuela.
.-Aquí somos felices hijo, le hablaba la nona a Raúl con mejor semblante.
.-Para qué me va a llevar de nuevo a la ciudad si aquí tengo mis medicinas, mis nostalgias y mis santos y le sonreiría con afecto y la ternura de una madre que recibe las caricias de un hijo.
La tormentas retornaban al predio de la montaña como era de costumbre en esa época del año, provocado estragos en el sembradío de maíz y de sorgo en mayor extensión y en la hacienda de Ignacio Pineda, una quebrada que cruzaba por el predio había inundado el pasto marafalda cuyo corte se convertía en forrajero para el ganado, llevándose por igual un lote de terrero en deslave con ganado incluido. Dos pisos climáticos en conflicto que se enfrentaban a corta distancia: la aridez de la tierra con intensidad de sol y carencia de agua; y, la frescura de la montaña con quebradas y fuentes para siembras y sabana.
.-Más o menos cien animales se ahogaron patrón, le informaba el peón a Don Ignacio quien, con las botas de trabajo cubiertas por el lodo y sudoroso, entraba al salón de la hacienda donde estaban embaladas la impresora y ampliadora del laboratorio, en que se revelaba los rollos de fotografía; todo el lugar quedaba vacío.
.-Si patrón, respondería Manuel, un hombre moreno y musculoso, de cabello rizado trenzado en la espalda, arete en la oreja izquierda que servía de custodio personal al patrón.
.-Un momento Manuel. Sentado en la poltrona del escritorio de cedro marrón rosado, tallado por su frente con un águila en vuelo y pilares a los costados en forma de serpiente bebía de una botella de brandy y escribía con una pluma fuente, con punta de oro, sobre papel de hilo lo que parecía una carta.
.-Búscame a Antonio, quiero hablar con él.
A un costado y a la altura de la mano que usaba para escribir, el habano permanecía encendido, humeante, cubriendo el ambiente con el aroma del tabaco perfumado. Sin levantar la mirada escribía y tomaba licor que degustaba con placer, paladeándolo y, a ratos fumaba, contemplando las figuras que dejaba el humo en el aire, cuando llegó Antonio en compañía de Manuel y en voz baja preguntaba:
.-Qué será lo que quiere el patrón de mí con tanta prisa.
.-No lo sé.
.-Que Antonio espere Manuel, te puedes ir a terminar la encomienda dijo Ignacio Pineda. Fumaba y escribía, mientras Antonio, pensaba en Damary y Raúl, en los predios de la hacienda, de reojo y con la cabeza agachas, se detenía a contemplar el accionar del patrón. Antonio sabia del interés que Don Ignacio expresaba por Damary, su sobrina, pero se negaba a los motivos que lo llevaban a ello, cuando sin percatarse sintió pasos a su espalda y sobresaltado pudo notar que se trataba de hombres de la hacienda que entraban al lugar y sin molestar comenzaban a bajar las pinturas que adornaban el recinto y se hacían del cuidado de jarrones, esculturas y cubrían los muebles con sabanas blancas.
.-Toma, esto es para ti, has trabajado bien en esta hacienda y te lo mereces y le entregaría una carta.
.-Son tus instrucciones y destrancaba el cajón central del mueble provisto de cerradura y sacaba un sobre lacrado.
.-Y esto lo llevas a la oficina de Registro Principal en Trujillo. Antonio miraba las misivas con sorpresa.
.-Y otra cosa, puedes traer a Doña María y a Miguelina para vivan en esta casa, yo me voy del país. Antonio, sin poder dar crédito a lo que veía, sentiría como Don Ignacio le daba una palmada en el hombro y salía de la estancia; en la puerta lo esperaba Manuel en el todo terreno con el equipaje previsto y aún con las botas de montar y cubierto de lodo se despediría con la mano en alto.