CAPITULO XII
Lo posible dentro de lo imposible se hacía realidad en aquel instante y la magia de Damary le permitiría vencer los obstáculos de entrada al centro clínico programados por la seguridad médica y de orden público y lograba accesar a la sala de cuidados intensivos donde estaba inerte Gustavo, el joven con quien ella sostuvo un encuentro casual en el primer y único concierto de metálica de rock que escuchara en su vida y un altercado impropio en la sala de exposiciones que la llevarían a la sorpresa.
.-Qué indefenso se ve en la única piel que ahora le asiste y ante la enfermedad, sólo él puede percibir la indefinición de ser, sin dolor, dijo para sí.
El oído de Damary, acostumbrado a la musicalidad del campo, el trinar de los pájaros y arrullos de quebradas, poco interés mostraba por el sonido que en ese momento escuchaba y, en la tonalidad rítmica de equipos dispuestos al lado del paciente, buscaba argumentos para entender las circunstancias.
.-¿Acaso es ésta una de ellas Gustavo? meditaría en la habitación mirándolo indefenso, sin el orgullo ni la petulancia que lo hizo estrellar; acoplado a un respirador que lo asistía, colmado de aparatos emitiendo sonidos musicales que no eran de guitarra, conectado al oscilador de ondas cerebrales, asido al monitor del corazón que palpitaba.
Sin detener el pensamiento que le imponía la oración observaba al hombre y al alma y miraba un tatuaje en colores fuertes dibujado en su brazo derecho en forma de dragón serpiente y se detenía en una vía para fluidos; su cuerpo apacible por la tonalidad azul de la habitación en semi penumbra lo mostraba como un peregrino dentro de una piscina de agua, apenas cubierto por la tela cristalina que le cubría, cuyos tonos brillantes, con la luminosidad que expelían los aparatos conectados a él, lo convertían en un ser encantado dentro de una burbuja de aire transparente.
.-Gustavo, dijo entre dientes insuflándole al oído frases en tono musical con cambios de tonalidad.
.-Gustavo... Gustavo… ¿me oyes? Tómame de la mano… dime el color de la música que vez… y vuelve Gustavo, el paso de la horas se hacían imperceptibles y frente a aquella soledad, con sonidos agudos de maquinas en funcionamiento, el canto de Damary se hacía presente en horas de la mañana como el trinar de los pájaros entrando por una ventana de la unidad de cuidados intensivos del hospital.
.-Sé que me escuchas Gustavo, lo sé, mi abuela me dijo en una oportunidad, cuando nos perdimos mi tío Antonio y mi hermano Juan, que yo tenía la propiedad de experimentar con el pensamiento y aparecieron unos caballos blancos que nos salvaron, creo que tu también los ves.
El ambiente permanecía en silencio y Gustavo, en una variedad de espacio tiempo intermedio, veía su moto Garelli 125 GP modificada, de color rojo, a un costado de la vía, destrozada y la miraba sin saber dónde se encontraba su cuerpo. En un viaje indescifrable para él, se desplazaba de prisa y se observaría inerte desde lo alto, en una sala de hospital, conectado a aparatos cuya sonoridad no podía percibir pero si, verlos oscilar y al tratar de acercarse para detallar quién oraba con marcada pronunciación, podía sentir la voz de una muchacha y distinguir que se trataba de Damary del Rosario, aquella que prometió volver a ver y no cumplió, que se hizo de angustias con él hasta que una mañana comenzaría por escucharse un fuerte pitido del monitor de emergencia que alertaría a la joven para emprender la huida ante la presencia de médicos y enfermeras en la unidad.
.-No, no, no te vayas Damary, por favor, no te vayas parecía decir Gustavo tratando de asirla por la mano.
En esos viajes que surgen de lo inverosímil, Gustavo Taborga, parecía navegar entre dos mundos y se miraba desde lo alto sin poder comprender la plática entre Damary al lado de Raúl y María Inés a quien no conocía y buscando escucharlos, intervenir en la conversación y hacerse notar, se desesperaba sin poder hacer nada.
.-No sé Damary pero con Gustavo se ha hecho todo lo que la medicina puede, existe mejoría por momentos según los monitores pero no es clara, sobre todo por las mañanas, movimiento en sus parpados, reacción en pies y manos, pero no es suficiente.
.-¿Por las mañanas? no lo sabía, dijo sorprendida.
.-Si, por las mañanas, el monitor muestra actividad y con ese interés Damary exclamaría:
.-Yo podría ayudar.
.-¿Cómo? lo de Gustavo me ha llevado a decidirme por hacer un post grado en neurocirugía.
.-¿Entonces te vas? preguntaría María Inés.
.-Si, a Berna.
.-Pero antes, te ruego por favor que hables con sus padres. Pídeles que me den siete días, sin interrupciones, sin enfermeras, médicos, ni visitas, con mis pócimas de hierbas, y les dices que es con el objeto de darle tonicidad a sus músculos y lubricación a la piel, para prevenir escaras y cosas así.
.-No lo sé.
.-Hazlo Raúl, nada pierdes, usa la excusa de la tonicidad y deja a Damary hacer ese trabajo, hablaría María Inés; desde lo alto, Gustavo trataba de comunicar su deseo de ser escuchado y miraba con entusiasmo a Damary.