Damphyr

1.4 Un voto de confianza.

Un voto de confianza.

El problema de soñar o recordar se situaba en que uno rara vez era consciente de si lo que ves, escuchas o sientes es real o no. Difícilmente se puede diferenciar entre un sueño y una memoria y, por ello, es tan complejo lograr diferenciar todo esto de la realidad.

No sabía si aquello se trataba o no de un sueño, y si todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor de igual manera se trataba de algo relacionado y producto de mi imaginación. Había pasado de la tormenta y la pelea con Ethan hasta un momento antes de que mi vida se tornara en un infierno y justo ahora, en estos momentos no era del todo consciente de en donde me encontraba.

Era posible escuchar un canto en las profundidades, un canto que dejaba en duda el hecho de si estaba o no soñando, con ello, se arremolinaba a mí alrededor, empujando mi cuerpo de un lado a otro y a su vez manteniéndome suspendido en medio del todo y la nada. Era complicado describir que estaba sucediendo, pero en el momento en que el canto volvía, las múltiples sombras empezaron a dar paso a destellos de luz y a permitir el sonido del oleaje que cada vez se volvía más y más familiar.

La tormenta proseguía. Y los sueños dejaron de ser sueños.

« ¡Atrapamos algo! »

¿Qué era eso? Alguien llamaba. Mi cuerpo no respondía y algo se hacía conmigo.

«No puede ser, ¡Señor E., tiene que ver esto!»

«Espero no se trate de otra… broma.»

«Estaba en el océano, lo vi flotar, por eso se cambió el curso.»

«Dígame si tiene pulso, joven Grand.»

Hubo silencio, y con ello, un mínimo espasmo como consecuencia del frío que poco a poco empezaba a propagarse en todo mi ser, seguido de una inyección de calor tan espontanea que no hizo más que darme a saber que aún estaba vivo, o al menos, eso creía.

«Grand, ¿hay pulso?»

«Es muy débil… Apenas y lo siento. Es posible que, le quede poco tiempo.»

«Déjenlo aquí. De seguir vivo, lo llevaremos con nosotros, pero de no ser así, tendremos que decidir si arrojarlo al océano o darle la sepultura digna en el puerto.»

«Vamos chico, tú puedes…»

 

Hubo un largo silencio durante periodos, otros más solo eran conversaciones ajenas y un par de palabras referidas a mí, sobre si estaba vivo, si sobreviviría o si debían o no arrojarme de vuelta al océano.

Deseaba vivir.

Pedía con todas mis fuerzas poder moverme, articular al menos una palabra por insignificante que esta fuera y que alguien la escuchara para permitirme vivir. Era todo lo que podía pedir. El flujo del tiempo era algo que –al igual que mi cuerpo– no podía controlar o manipular, por lo que lo único que estaba en mis posibilidades era seguir a la espera de un milagro, aunque, el hecho de que dijera eso era algo un tanto ofensivo, incluso me atrevía a pensar que jamás me interesaría si decirlo o no ofendía a alguien. Quiero decir, los milagros son un producto de un todo poderoso, ¿no? Alguien omnipotente que ve por los inocentes, entonces ¿Por qué nunca estuvo para mí? No era algo de mi interés, por lo que la idea de un milagro era simplemente una ofensa a todo el dolor al cual me vi sometido.

A pesar de no ser mudo, no era capaz de responder; a pesar de no estar ciego, no había en mi visión más que sombras y destellos. Las cosas simplemente estaban girando en mi contra.

 

-Dijiste que volverías, ¿lo olvidaste?

Esa voz.

Abrí los ojos con asombro, observando frente a mí de barrotes alrededor; era una sorpresa el que pudiera volver a observar todo, pero en esta ocasión, lo único posible de ver era la noche acompañada de un rocío que bailaba junto al oleaje del océano que se situaba por debajo de mis pies.

Estaba de nuevo en la celda, y alrededor, una parvada de cuervos y otra de gaviotas revoloteaban por todos lados mientras las plumas y sangre caían en todas las direcciones.

-Los sueños son peligrosos, ¿no te parece? Son igual que los recuerdos, si los dejas encarnarse, son capaces de matarnos aún cuando no es la realidad.

-¿Rose? ¿Dónde estás?

-Juraste volver.

El aleteo se detuvo tan pronto como las aves se posaron alrededor de toda la celda, apilándose unas sobre otras hasta que una masa se formó de ellas, tomando poco a poco una forma conocida y que era totalmente distinta a la de las aves. Era un cuerpo delgado y que de momento se mostró desnudo, exponiendo una enorme cicatriz alrededor del hombro y el pecho; dejaba caer una larga cabellera sobre su cuerpo mientras las plumas poco a poco le cubrieron hasta hacer en ella de un largo vestido que bailaba con el viento y la lluvia.




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