Para mí, los sueños eran una especie de diario escrito por una persona con amnesia: costaba en cada uno de los sueños separar lo que era real de lo que se creía serlo, era una batalla entre la realidad y la fantasía, pero siempre interactuando con una extraña armonía en la que se reescribía una sola historia, y al acabar, esta se veía alterada en su inicio, en el desarrollo o en el final. A veces recordaba los eventos de una manera, y a veces de otra, pero siempre sucedía lo mismo –o bueno, casi siempre– aunque solía acontecer desde diferentes ojos.
Ese era el problema: el problema de los sueños y la realidad.
Pero si había algo peor que los sueños, serían las pescadillas puesto que eran algo mucho más acercado a la sensación de la realidad; y entre todo eso, había algo que yo consideraba aún peor.
Las memorias.
Luego de haber perdido el conocimiento –si es que así se le podía llamar–, una serie de imágenes volvieron una y otra vez a mi cabeza, reviviendo con ellos los eventos de esa misma noche: la primera vez todo había sucedido exactamente igual, e incluso era posible percibir el dolor tal vez por el pensamiento tan profundo qué estaba teniendo; en la segunda y tercera ocasión, las cosas simplemente tomaron ciertos desvíos, a simple vista podría no parecer la gran cosa, pues en algún punto de mis recuerdos, simplemente o estaban o no estaban aquellos jóvenes. En otro momento, había cuerpos desmembrados o dos estirges, pero eso no era lo más extraño de aquello, al menos para mí.
En los últimos recuerdos, había pasado de ser el protagonista a volverme un espectador. Por extraño qué fuera –y lo era–, en aquellos instantes cuando todo parecía acabar, aquel otro yo no se desplomaba en el suelo, sino que se quedaba en pie para observarme mientras todo a nuestro alrededor parecía desvanecerse.
A veces no decía nada, en otras ocasiones solo se reía, pero en la última memoria, aquel personaje tan sombrío solo me observó, acercándose para así susurrar algo antes de que todo acabara.
Umbra.
Cuando finalmente desperté, me encontré en la oscuridad del pasillo rodeado de cenizas mientras la luz escasa de fuera iluminaba parte del departamento entre las ventanas sucias. Todo estaba en calma, y en parte me alegraba de que fuera así pues ya estaba cansado. Sí, estaba realmente cansado de tantas estupideces; ataque tras ataque, desvanecerme a cada momento y conocer algo distinto… Debía admitir qué ya estaba harto de todo aquello.
Podía parecer desinteresado, pero al final, solo me levanté del suelo y sacudía de mí las cenizas antes de poder entrar al departamento; mi cuerpo estaba un poco tenso, y el aliento era algo difícil de regular. El corazón me latía bastante rápido y no entendía como era posible pues me sentía sumamente tranquilo.
No era desinterés por el hecho de que hubiese un cadáver en la azotea y otro afuera de mi edificio, pero ya no era mi culpa; no iba a culparme por algo que intenté evitar, pero nadie me escuchó. Jamás me escuchaban.
Caminé en medio de la oscuridad con toda naturalidad, evitando los restos de madera y vidrio del foco fundido; las cosas del departamento seguían tiradas en el suelo y, era posible que se quedarían así un poco más. Ingresé al baño y abrí la llave de la regadera mientras comenzaba a deshacerme del pantalón. Pronto, las gotas de agua comenzaron a dispersarse por todo mi cuerpo; aún sin haber encendido la luz del baño –una de las que funcionaba– me era fácil observar la sangre caer de mi cuerpo mientras se entremezclaba con el agua y las cenizas, tal vez podía ser algo perverso saber que estaba retirando de mi cuerpo los restos de algo que tan solo momentos atrás había gritado de forma tan desgarradora y que había generado tanto caos, pero así eran las cosas.
Los mechones de cabello caían por mi rostro, cubriendo gran parte de mi frente y costados y aún así seguía viendo muy bien. Mis manos se movían contra mi cuerpo luego de tomar un poco de jabón liquido, generando algo de espuma y limpiando todo lo que podía mientras el agua no dejaba de caer, pasando poco a poco de lo tibio a lo caliente y a pesar de ello, seguía sin sentir la necesidad de retirarme o alterarme aún cuando el agua parecía quemar. El vapor se levantaba y cubría todo el espacio del baño; una vez que todo estuvo limpio, simplemente salí y me acerqué al espejo viejo, limpiando éste con mi mano para poder ver el reflejo de alguien cansado y que parecía dispuesto a rendirse. Poseía un cuerpo delgado y ligeramente moldeado, con líneas qué detallaban su cuerpo como una muestra de su arduo entrenamiento además de ligeras cicatrices qué parecían desaparecer con los días. Justo ahora, una cicatriz se mostraba reciente por su abdomen como resultado del intento de la estirge por intentar atacarlo con su propia daga. Pero, entre todo aquello había algo diferente en aquel reflejo… algo que no había percibido tiempo atrás.
-¿Quién eres? –pregunté.
Pero aquello no respondía. Parecía burlarse de mí al repetir mis palabras, observándome de manera sombría y con un bajo interés en mí como yo a él. En medio de la oscuridad del baño, lo único que podía resaltar de él eran aquellos orbes dorados qué parecían una llamarada a punto de extinguirse, intensificándose para luego desaparecer y volver a iluminarse.
-Esto es estúpido, ¿Quién eres? ¡Responde!
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vampiros y hombres lobos, drama y suspenso sobrenatural, misterio y revelaciones de destino
Editado: 08.02.2020