Damphyr

4.3 Tercer Contacto

Tercer Contacto

 

-¿Chico? ¿Ya despertaste?

No, aún no había despertado. 

La puerta era un poco hueca y podía deducirlo por la forma en que Donald Fox golpeaba a la puerta con insistencia. Claro que el viejo era persistente y bastante ruidoso, y más porque al mirar el teléfono vi que apenas eran las 6:24 de la mañana; en la pantalla registraba dos mensajes y cincuenta y tres por ciento de batería, lo que significaba qué tal vez ya sería hora de conseguir algo con que cargarlo.

-Sé que estás dentro, solo tienes que responder –decía Donald elevando su tono de voz.

-Aún quisiera dormir, Fox… si no te molesta, ¿¡te puedes ir!? Deja el paquete afuera.

-Si hago eso tendría que volver más tarde para explicarte como funciona lo que traje –expresaba con cierto reproche.

-No me molestaría si haces eso…

-¡Ya abre!

-Cómo te detesto.

Suspiré poco antes de levantarme de la cama y buscar mis tenis, estaba casi seguro de que el sueño estaría frío así que era mejor no arriesgarse. No era como si algo malo pudiera ocurrir, pero en cierta manera odiaba entrar en contacto directo con las cosas tan heladas.

Fuuú.

El bufido del gato no se hizo esperar cuando mis pies estuvieron a punto de tocar el suelo así como un ligero dolor en cuanto las garras del felino se clavaron en mi pie, haciéndome retroceder de golpe para perder el equilibrio, cayendo de espaldas hasta el suelo del otro extremo de la cama.

-¡¿Todo bien ahí dentro?!

-¡Sí! –respondí con cierto sarcasmo– De maravilla… Cómo te odio –decía refiriéndome al gato.

El felino únicamente volvió a bufar poco antes de levantarse de mi calzado e irse una vez más hasta la ventana y ahí desaparecer. Resultaba irónica la idea de aquel animal se quedara en casa aún cuando no parecía disfrutar en nade de mi compañía, claro que yo tampoco lo hacía. Era un odio mutuo qué se compensa a con una tolerancia a cambio de comida y techo… el problema era qué no estaba del todo seguro de quien era el inquilino y quien el huésped. Aquel maldito gato sin duda conseguía meterme dudas.

Luego de ponerme los tenis, busque la playera para vestirme y así poder caminar un tanto somnoliento desde la habitación a la cocina y de ahí a la entrada del departamento; Fox estaba más activo de lo que hubiera pensado: Vestía de una manera algo atlética, aunque su estómago no ayudaba mucho junto con las arrugas, canas y esa pipa qué casi siempre estaba encendida; llevaba consigo una mochila de viaje muy pequeña pero que –por la manera en que la cargaba– parecía pesada, Donald parecía feliz al verme, pues al instante dejó caer la misma mochila para empujarla con su pierna en mi dirección mientras abría su chamarra de color verde y sacaba de ahí algunas hojas de papel.

-No es mucho, pero trabajo es trabajo. ¿Eres bueno haciendo entregas?

-Me dediqué a eso mientras vivía con Michael.

-Sí, me lo imaginaba. Pero esto no es comida, son cosas más importantes: medicamento, equipo, piezas. Cosas de ese estilo.

-Suena importante.

-Lo es, aquí tienes tu primer pago –decía tras señalar la mochila–. No es la gran cosa, pero te servirá con algo práctica.

Donald pasó al interior del departamento, entrando rápidamente al baño mientras yo iba a la mesa de la cocina para depositar ahí de aquella mochila y abrir la misma; las cosas ahí dentro eran particularmente curiosas, otras conocidas y otras no tanto. Sin embargo, no por eso dejaban de albergar cada una un misterio no solo de como funcionaban, sino también de como las había conseguido pues era claro que algunas de esas cosas eran de un diseño propio para los vampiros. No cualquier humano podía acceder a equipo de esa categoría a menos de pertenecer a un batallón del ejército donde los humanos cooperaban, o bien, a menos que hubieran saqueado –lo que parecía realmente imposible– algún sitio donde ellos almacenaran de esas armas. La otra opción –qué también me parecía difícil de aceptar– sería que hubieran matado a uno, o dos… o más vampiros pero… todo era mera hipótesis. Ya habría tiempo para sacarle esa información a Donald.

Saqué de la mochila una “pistola” –o al menos eso parecía– bastante extraña, aún más que la Destroyah en sí: se trataba de un cañón de aproximadamente veinte centímetros de largo y entre ocho o nueve centímetros del alto de lo que la boca del cañón. Parecía un rectángulo de acero grisáceo qué acababa en una especie de material similar al hueso qué creaba un mango con una culata muy corta por donde poder apoyar el brazo. Tenía en un costado una especie de cartucho en forma de “u”, pero no podía separarse del arma; debía confesarlo, sin duda era algo impresionante.

-Deberías tener cuidado con eso, Damp damp.

-Creí que dejarías de llamarme así.

-Tú no conociste a los Picapiedras –dijo el mayor con total humor.

Había optado por solo ignorar sus palabras. Resultaba interesante ver a Donald tan animado después de lo acontecido tan solo dos días atrás, quiero decir, no podía comprender en un cien por ciento el dolor que tal vez había o no experimentado aquel al saberse qué su nieto había muerto, pero al verlo y hablar con él había comprendido qué Fox era el tipo de persona que podía afrontar –u ocultar– los malos tragos con un sentido del humor bastante cómico. Algo un poco triste a mi parecer, pero a la vez, demasiado impresionante puesto que realmente jamás imaginaría la sola idea de sonreírle a los problemas como él lo hacía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.