Damphyr

Epílogo.

Cuando yo era un niño, recuerdo que Roses siempre sonreía ante los problemas: ella solía decir que la mejor manera de tolerar el dolor era simplemente ignorarlo y, así, el dolor se iría. Me habría gustado que aquellas palabras hubieran resultado en una verdad absoluta, pero entonces ¿Qué era absoluto? Hasta ahora, lo único que parecía una verdad absoluta era que todo –sin importar si fuese humano o no– llegaba a su inminente final: la muerte era para todos. Esa era la única verdad.

Había recorrido una vida en la que contemple el paso del día desde tres aspectos diferentes; el primero, siendo un amanecer en el que la calma solo era al despertar y luego era invadido por una serie de miradas de rechazo; el segundo de ver desde el amanecer hasta el anochecer siempre desde un solo punto, observando a otro lado solo cuando me veía forzado a ver a alguien y no a algo; y el último aspecto de mi vida estaba aquí, comprobando la verdad absoluta sobre el final de las cosas. El ultimo, especial, parecía haber sido el mayor error de mi vida si consideraba el hecho de que era donde todo el dolor no se iría aun cuando me esforzara por ignorarlo: el dolor no me había devorado a mí, y en su lugar, solamente se había esparcido como una peste que no podía ser retenida por ningún muro y había atrapado a todos aquellos que me importaban realmente. Mi familia. Mis amigos. Todo me había sido arrebatado antes que mi propia vida, por lo que, ver mi vida desaparecer, así como lo había hecho mi visión ya parecía algo insignificante. ¿Qué más podía hacer? ¿Qué me quedaba?

Todos los recuerdos se habían consumido para volverse en una marea psíquica, con olas de culpa y odio que impactaban a mi cuerpo hasta hacerlo ceder y que terminara por arrastrarme a los abismos de mi inconsciente.

Ya ni siquiera sabía si estaba o no dentro del halo, puesto que el dolor no se fue: no se elevó ni se redujo, solo permaneció ahí. Constante. No estaba seguro de si estaba sanando, pero mis huesos estaban hechos polvo mientras mis parpados subían y bajaban, pero no había algo que ver. Solo oscuridad.

Los oídos parecían haberse caído de mi rostro, pero eso no significaba que el dolor hubiera desaparecido de esa zona, ni de ninguna, a decir verdad. Sin embargo, en todo aquello, parecía haber algo diferente. La temperatura había descendido mientras mi cuerpo se sentía completamente pesado, pero a juzgar por las extensiones de dolor y los sitios a donde parecía esparcirse, juraba que todo estaba en su lugar sin excepciones. Incluso mis oídos.

 

El tiempo parecía avanzar de una manera diferente cuando no podía ver ni oír; todo se sentía tan lento y eterno que parecía no existir ahora el concepto del tiempo.

 

No estaba seguro de cuanto tiempo pasó, pero un sonido crudo irrumpió en mis oídos aun sin poder escuchar, percibiendo únicamente vibraciones doloras que volvían a taladrar mi cabeza. Reuní mis fuerzas –si es que realmente las tenía– para mover mi cabeza en búsqueda de el autor del sonido. Sin embargo, ¿de que servía buscar a quien no se podía ver?

Sentí que algo atrapó mi rostro desde la mandíbula, apretando lo suficiente para que mis labios se entreabrieran, prolongando el dolor un poco más mientras la sensación de asfixia se apoderó de mí mientras algo ingresaba a mi sistema.

Tosí por unos instantes mientras ingería aquellas sustancia que quemaba y dejaba un sabor asqueroso a su paso hasta que –finalmente– sentí que el sonido retumbante en mis oídos estaba aminorando hasta extinguirse y dejar un corto silencio, interrumpido por un eco susurrante que poco a poco se elevaba hasta clarificar una voz extraña, ajena. Una voz que inspiraba respeto y miedo; poseía un tono agravado que delataba su edad avanzada, pero aún no conseguía verlo, solo escuchar a aquel sujeto o ser aclarar su garganta mientras un segundo sujeto parecía entrar a espacio que compartíamos, pero el segundo no hizo más que caminar y guardar silencio.

-¿Puedes escucharme? –Interrogó aquel sujeto, dejando oír lo que parecía un chasquido de dedos– Mueve tus labios si me escuchas joven. No hace falta que trates de hablar.

¿Podía hablar? Intenté decir algo, pero solo hubo un suave quejido mientras mis labios temblaron y mi boca intentó moverse. El aire ingresó por mis labios y sentí como mi boca apenas conseguía abrirse, y justo en ese momento, sentí una especie de dedo que tocó mis labios como una especie de silenciador que realmente no tenía nada que silenciar.

-Funcionó –afirmó aquella voz–. Que alivio que alguien haya regresado de esa masacre… mi soldado más fiel. Por fin estás en casa.

-¿Casa? –Parecía un error. Juraba que había pasado toda una eternidad desde que escuché mi voz.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.