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Tenía la vaga esperanza de que mis padres no se hubieran dado cuenta de que me había ido de casa aquella mañana, pues, como había advertido el alcalde junto al sheriff de Aurumham la tarde anterior, quedaba vetada la entrada a la alameda hasta que se encontrara a Amanda y lo que yo acababa de hacer era bastante ilegal.
Principalmente por el hecho de haberme metido en el territorio de los Della Rovere.
Pasé por debajo de la cinta policial que prohibía el paso al interior del bosque tras asegurarme de que nadie me veía y seguí andando tranquilamente, hasta que la tierra se convirtió en asfalto y tuve que subirme a la acera que separaba la carretera de mi casa, la última en toda la calle y la más cercana al camino hacia la iglesia.
Saqué el manojo de llaves que había en mi bolsillo derecho, provocando así que el pañuelo con el que previamente me había limpiado la sangre de la mano cayera al suelo.
La Bold Lane era una calle fría, silenciosa y solitaria. Había tan solo seis casas repartidas a lo largo de los quinientos metros de vía y tal vez fuera debido a que la entrada al bosque se encontrara justo al final de ésta. Muchos de los desaparecidos en nuestra supersticiosa comunidad a lo largo de los siglos habían sido vistos por última vez cruzando los límites de la ciudad en dirección al terreno lleno de robles y probablemente aquello había provocado que tan solo las seis familias más antiguas del lugar llegaran a poder vivir allí.
Me agaché para recoger el pañuelo, sin hacer demasiado ruido, aunque, al parecer, alguien ya había advertido mi presencia.
—No puedes entrar en el bosque. Está prohibido —me recordó Olivia Rees, la mejor amiga de Mandi Cooper y mi vecina de enfrente, sentada en el primer escalón que separaba el portal de su casa de la calle.
Me giré hacia ella cautelosamente, guardando el pañuelo en el bolsillo de nuevo, esperando a que me explicara por qué me acababa de dirigir la palabra.
—Y tú no me puedes acosar. Es un delito —espeté, esbozando una falsa sonrisa.
Olivia estiró las piernas y echó la cabeza hacia atrás, echando el humo de su cigarrillo por la boca, indiferente.
Ambas éramos primas lejanas, tal vez de unas cuatro o cinco generaciones atrás, cuando el primer lugarteniente de Aurumshire, de ascendencia galesa, se casó con la prima de alguno de mis antepasados.
No estábamos directamente relacionadas, pero sí que existía cierta consanguinidad entre nosotras. Sin embargo, nunca me había llevado del todo bien con ella.
Su hermano Loyd fue el último desaparecido en la alameda, hacía algo más de nueve años, y, probablemente, el día que se le encontró descuartizado en las proximidades de la iglesia gótica, fue el primer y último día que le presté algo de atención a la chica pelirroja de la casa de enfrente que lloraba en el primer escalón de la entrada.
—Puedo decirle a mi padre que has ido a pillar setas si quieres. Te ha visto saltar esta mañana —me informó, sin mirarme, intentando bajarse la camiseta negra para tapar su ombligo.
Alcé las cejas, esperando a que me pidiera explicaciones reales, aunque no lo hizo.
A pesar de ser una persona discreta y bastante tranquila, había conseguido formar parte del exclusivo grupo de Mandi Cooper, y tal vez fuera la única que podía soportar a la hija del alcalde, con su timbre de voz agudo y su necesidad de ser la mejor en todo.
—Me las sé arreglar sola —pronuncié, dándome la vuelta, dispuesta a meterme en mi casa y esperar a que mi madre descubriera lo que había estado haciendo por la mañana.
—Mandi dijo lo mismo —soltó en un cierto tono de burla.
Volví a mirarla, preguntándome cómo alguien podía ser tan cínico para decir aquello.
Todos creían que Amanda estaba muerta y su mejor amiga parecía jactarse de ello.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, observando cómo Oli lanzaba la colilla al suelo y la pisaba con la punta de su zapatilla, soltando el humo del cigarro lentamente, disfrutándolo.
Se frotó las manos y se levantó, mirando hacia abajo, provocando así que su cabello rojizo cayera sobre su rostro, cubriéndolo.
—Que está muerta y sola porque no quiso que nadie la acompañara —bufó con indiferencia, dándose la vuelta y andando hacia su casa con una paz increíble.
Fruncí el ceño. ¿Que la acompañara a dónde?
Apreté los puños y me tragué el orgullo antes de decidirme a cruzar la calle con el paso firme.
Llegué hasta ella antes de que pudiera abrir siquiera la puerta y la agarré del brazo para retenerla, lo que no pareció sorprenderle en absoluto.
Se giró para mirarme con suficiencia, deteniéndose, clavándome sus ojos verdes como si esperara a que hablase.
—Hay sangre en el bosque —dije, sin dejar de sostenerle la mirada.
Sonrió, como si fuera gracioso.
—Vale, entonces le diré a mi padre que has ido a por setas alucinógenas.
Fruncí el ceño, sin comprender por qué me estaba vacilando y le solté el brazo, aunque ella no se movió.
Para estar preparándose para ser inspectora, como su padre, el sheriff Rees, Oli no parecía demasiado interesada en la desaparición de su amiga ni en lo que yo pudiera saber al respecto.
—¿Qué le ha pasado a Amanda? —pregunté, levantando la barbilla.
Olivia apartó la mirada para dirigirla al cielo nublado que cubría toda la ciudad. Estaba claro que iba a empezar a llover de un momento a otro, y probablemente iba a hacerlo sobre nosotras dos, pues yo no pensaba irme de allí hasta que me respondiera.
—Se fue con él aquella noche —soltó en un murmullo, con la voz ahogada, como si le costara pronunciarlo.
Di un paso atrás cuando una lágrima fugaz rodó por su mejilla y cayó al suelo con la misma rapidez. Se dio la vuelta y entró en su casa, pegando un portazo detrás suyo, dejándome plantada justo en el portal.
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Editado: 01.10.2020