Dante

10. Los robles guardarán el secreto

 Volvía a estar frente aquella casa, segura de mí misma y de lo que tenía que hacer.

El cuerpo de Mandi estaba todavía caliente cuando llegó el médico forense, unos veinte minutos después de que Gavin y yo encontráramos su cadáver en el centro del mausoleo.

La única conclusión que había podido sacar el sheriff era que el asesino debía de haberlo dejado pocos minutos antes de que nosotros hubiéramos llegado, y que tal vez nos hubiera estado observando mientras lo descubríamos. Y estaba claro que la única persona que estaba allí, en aquel mismo instante, era Dante Della Rovere.

Con el paso firme avancé hasta la entrada a la casa, sin detenerme al subir los escalones que separaban la puerta de la tierra húmeda que inundaba todo el bosque, dispuesta a acusar al hombre más bello que mis ojos habían visto de haber matado a una chica, en cierto modo, inocente.

Propiné tres fuertes golpes con mis nudillos a la gruesa y colosal puerta de madera de roble, oscura y hermosa, y luego di un paso atrás, levantando la barbilla.

Gavin estaba demasiado traumatizado tras lo que había visto como para poder hablar, y yo tampoco había mencionado el hecho de que el dueño de aquellas propiedades había estado presente, para así ganar algo más de tiempo para poder enfrentarme yo misma a él.

Era cuestión de tiempo que arrestaran a Dante, y yo necesitaba hablar con él lo antes posible.

La puerta emitió un sonido seco y metálico y, acto seguido, se abrió, mostrándome la belleza incomparable de Alessandro Della Rovere, quien, al verme, dibujó una ancha e intrigante sonrisa.

—Oh, amore, ¿vienes a verme? —preguntó con la voz ronca, apoyando la cabeza en la puerta, mirándome con lascividad de arriba abajo.

—Eh... No —respondí yo, terca.

Su sonrisa se ensanchó todavía más, mostrando sus perfectos dientes blancos y alineados.

Junté mis manos, dispuesta a decirle que su hermano era un asesino y que debía hablar con él antes de que lo hiciera la policía.

—¿Estás segura? Soy irresistible —susurró en un tono sensual, como si aquello fuera a hacerme cambiar de opinión.

Incómoda, bajé la mirada. Me estaba poniendo bastante nerviosa, aunque no era precisamente por sus intentos de seducción.

—¿Qué pasa, Sandro? —pronunció alguien a sus espaldas que lo obligó a girarse hacia él.

Vi por encima de su hombro la cabellera rubia de su hermano, que no tardó en visualizarme allí, plantada en la puerta de su casa.

—¿Qué quieres? —me preguntó con desinterés, clavando sus ojos color aceituna en mí.

Levanté una mano para saludarle, pero, al instante, me arrepentí. ¿Qué estaba haciendo?

Carraspeé colocándome un mechón detrás de la oreja, evitando mirar a Alessandro, que, frente a mí, se relamía los labios.

—Sabemos que tú mataste a Amanda —solté, regia, irguiéndome.

Al contrario de lo que pensaba, no se alteró. No pareció afectado en absoluto, como si el hecho de que le estuviera acusando fuera el menor de sus problemas.

—¿Por qué él y no yo, amore? —ronroneó Alessandro, acariciando su labio inferior con el pulgar lentamente.

Fruncí el ceño. Se estaba tomando a cachondeo que acabara de llamar a su hermano asesino, como si aquello fuera mínimamente gracioso.

—¿Y qué evidencias tienes de ello? —preguntó Dante, apartando al baboso de su hermano de un tirón, ocupando su lugar.

Tenerlo tan cerca, desde luego, me ponía nerviosa. Tan solo el aroma que su cuerpo emitía y su simple y neutra mirada hacían que me derritiera ante él y su inmensa belleza.

No podía evitar sentirme atraída por aquel hombre y todo el misterio que envolvía, por muy psicópata que pudiera llegar a ser.

Tragué saliva, mirándole desde abajo, intentando no ahogarme con mis propias palabras.

—Eres el único que estaba allí. No había nadie más aparte de ti, y el asesino no podía haber escapado sin que nosotros nos diéramos cuenta —aclaré, intentando no verme afectada por su presencia.

Arqueó una ceja, como si estuviera esperando a obtener más información, aunque estaba claro que ya lo había dicho todo.

—¿Ya se lo has dicho a tu vecino el policía? —preguntó con indiferencia.

Desde atrás, Alessandro se rio.

Yo negué con la cabeza con rapidez y él, para mi sorpresa, curvó las comisuras de sus labios en algo que parecía el indicio de una sonrisa llena de satisfacción.

—¿Y el otro inepto? —inquirió en un tono casi desagradable.

—¿Gavin? Probablemente, siempre ha sido muy chivato —Me encogí de hombros, como si él ya tuviera que saberlo—. Bueno, cuando yo me he ido, todavía no había dicho nada. No podía ni hablar.

Dante volvió a sonreír débilmente, mostrándome su imagen más bella. Era guapo a rabiar, no podía negarlo.

Nos quedamos un rato en silencio. Él parecía sumido en sus pensamientos y yo no quería interrumpirle, más que por respeto, porque me daba miedo su reacción.

Las pruebas lógicas dejaban claro que estaba frente a un asesino, y yo estaba tan tranquila, observándolo, casi babeando con sus perfectas facciones y su mirada perdida.

Alessandro carraspeó, haciéndose notar, como si no fuera suficiente el hecho de que estuviera mirándonos con detenimiento desde las sombras del vestíbulo de su casa.

—¿Y tú no deberías de estar testificando? —preguntó, colocando una mano sobre la puerta de madera, oscura y brillante, provocando que me fijara en sus perfectos dedos, tan largos como delgados, dignos del mejor pianista del mundo.

Negué con la cabeza, bajando la mirada, intentando concentrarme en lo que realmente había ido a hacer.

Alessandro, intrigado por mi respuesta, apoyó la cabeza en el marco de la puerta, lo que llamó la atención de su hermano, que, algo molesto por su presencia, frunció el ceño con desdén.

—Bueno, acabo de ver a la hija del alcalde degollada y cubierta de sangre. He repetido las evidencias que había en la escena del crimen y, sin mencionar que tú también lo has visto todo, he conseguido rogar que me dejaran marchar a casa —relaté, jugueteando con mis manos, nerviosa.




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